Una carta a José de la Colina, por Ana García Bergua

José de la Colina (1934-2019)

"Mi padre imaginaba su Cielo como un gran café al que iban llegando todos sus amigos y pasaban la eternidad conversando ; espero que ahí lo alcances".

"Así nos decías a los que te visitábamos: si no tienes nada que contarme, vete". (Foto: Omar Meneses)
Ana García Bergua
Ciudad de México /

Querido Pepe:


Hace unos meses estuve en El Ateneo presentando el facsímil de La librería de Arana, de Otaola, que cuenta tan bien el ambiente de los refugachos recién llegados a México y abriéndose paso a golpes de café por la vida cultural de la ciudad. En esos días te escribí para decirte que me había encantado ese “señor de La Colina” de 17 años, que aparece ahí rondando por las tertulias e ilustrando los libros del grupo Aquelarre; me acordé mucho de los dibujos con que ilustrabas el “Semanario Cultural” de Novedades con esa línea a tinta muy fina, que me gustaban mucho por libres y desenfadados. Pero ya no me respondiste. Tenías problemas para usar la computadora debido a tu mermada salud y aun así, con ayuda, te las arreglabas para enviar tus columnas a Milenio, siempre divertidas, interesantes y prodigiosamente escritas.

Hará un par de años que Eduardo, Ale y yo fuimos a buscarlos a ti y a María un domingo; íbamos a comer al Covadonga que tanto te gustaba. Cuando llegamos, María estaba muy guapa y preparada. ¿Y Pepe? Fue a buscar el periódico, ahora regresa, nos dijo. Y esperamos y esperamos, pero no llegabas, y era porque al no encontrar tu Milenio en el puesto cercano, te seguiste al de más allá y al de más allá, y terminaste en la plaza de Coyoacán. Te echaste una tremenda caminata, como las que hacías siempre por la ciudad, con tu traje de cuadros, tu portafolio de cuero y tu boina, con gran valentía en esta ciudad tan llena de riesgos, y que continuaban esas que contabas con Miret, con mi papá y con tus amigos que se fueron yendo, acompañándose a sus casas y conversando (y claro, la conversación era tan buena que ninguno llegaba su destino). O como aquellas caminatas por el pasillo de tu casa que contabas, ida y vuelta para leer a veces en voz alta y saborear las palabras, mientras tu gatita Polvorilla te mordía los calcañares. En el “Semanario” aprendí que buena parte del chiste de escribir para un periódico incluía llevar la colaboración observando las calles y las gentes; no sólo escribir, sino también caminar y convertir la ciudad en letras y frases, y dejar que esos trayectos despertaran más frases y más letras y textos nuevos.

Mi padre imaginaba su Cielo como un gran café al que iban llegando todos sus amigos y pasaban la eternidad conversando jovialmente. Espero que ahí lo alcances, junto con Jomí y los otros amigos del grupo Nuevo Cine, y que luego te pases a la mesa de Paz y también converses con los de Vuelta y luego con Inés, con Elizondo y Juan Vicente Melo, y así, y hasta te eches una muy sabrosa pelea con todo e impertinencias muy ocurrentes. Y cuando te canses de la gente, encontrarás calles hermosas y gatos, y con tu Polvorilla adorada seguirás caminando y caminando, y llegarás a un cine donde servirán unas croquetas extraordinarias y verás películas con Cate Blanchet. Así yo pensaré en ti y trataré de seguir caminando por la frase y por la página, e incluso por la ciudad que cada día es más intransitable y peligrosa, y te seguiré contando lo que pueda interesarte. Así nos decías a los que te visitábamos: si no tienes nada que contarme, vete. Y tenías toda la razón.

También te quiere y te seguirá leyendo,

Ana


ÁSS

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