El festejo del cumpleaños número 25 de Branko, un joven en silla de ruedas, deja al descubierto el cansancio extremo de su madre, el hartazgo de su padre, la demencia de su abuela, el ímpetu enamoradizo de su hermana y el dramatismo de su tía, entre otros personajes, que dejan muestra de sus propios obstáculos embalados en dolor y culpa.
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Diego del Río, quien ha dirigido con solvencia montajes como El zoológico de cristal y La gaviota, ambos protagonizados por Blanca Guerra, así como Las tres hermanas, con Emma Dib, Arcelia Ramírez, Maya Ramos y Conchita Márquez, elige ahora el texto del dramaturgo croata Ivor Martinic que centra a la familia en torno a un joven con discapacidad, y, como lo hiciera con la obra de Chéjov sobre las tres mujeres imposibilitadas para cambiar su existencia, ubica de nueva cuenta a los integrantes del elenco sentados sobre el escenario, desde donde observan lo que ocurre a los demás personajes.
A diferencia del escenario del teatro Lucerna, donde el espectador tenía de frente a los actores a la espera de su participación, permitiéndole observar a sus anchas al actor o a la actriz fuera y dentro de su respectivo personaje, en Mi hijo solo camina un poco más lento pone a actrices y actores de perfil al público, con lo que, si bien repite la fórmula, esta vez arropa la acción ante la unión cómplice de los testigos de su propio drama.
Del Río, quien como pocos directores de su generación elige textos complejos, ofrece una visión joven y esperanzada, y subraya, como en sus dos recientes montajes, el cúmulo de contradicciones que alberga la vejez, con sus altibajos, su humor, su crudeza y sus revelaciones.
En Mi hijo solo camina un poco más lento, el director inicia su montaje con todos los actores en una especie de convivencia festiva y espontánea al centro del escenario, desde donde saludan a los espectadores durante su ruta de llegada a la butaca.
El inicio de la acción invita a ser testigo de la intrincada red de dolorosa insatisfacción que vive la familia del joven en silla de ruedas a la sombra de sus sueños, que se escurren entre el peso que la discapacidad tiene sobre la existencia de los demás.
La presencia de la actriz Concepción Márquez, en el papel de la abuela de Branko, interpretado por Jerry Velázquez, despliega el horizonte devastador de una mujer en sus últimos años de vida, que escupe frases añejas de odio, como icebergs que se alzan entre su memoria perdida, al tiempo en que inventa una realidad alterna que en algo nutre su fantasía.
El trabajo de la experimentada Márquez y el joven Velázquez, cuyos personajes se comunican mediante un intercambio emotivo, amoroso, lúdico y honesto, abre el único espacio de aliento humano dentro de un núcleo familiar en el que no hay posibilidad de comunicación y empatía.
Monserrat Marañón, como la madre desfalleciente, viva a pesar de sí misma; Kaveh Parmas, en el rol de un padre harto, violento y desalentado; Anahí Allué, como la tía en el filo del dramatismo constante; Pedro Mira, como su indolente esposo; Rubén Cristiany, en la resignación del abuelo herido; Angélica Báuter, en la piel de una arriesgada joven; Jerry Velázquez, desde la aceptación y la dulzura sosegadas; Aída del Río, con la ilusión del primer amor a cuestas; Rodolfo Zarco, como el único personaje libre de lastres ajenos, y Lourdes del Río en el papel de una narradora cuya gracia contrasta con el complejo caldo de cultivo humano, crean el asfixiante universo de un acoso involuntario que los desampara.
Del Río, arropado por el diseño ambiental de Óscar Carnicero, que crea un espacio desvencijado, por la iluminación de la soledad en multitud de Félix Arroyo y el vestuario de Sam Pok, que evidencia la vulnerabilidad humana bajo la vestimenta diaria, es uno de los pocos directores jóvenes que indaga en los impedimentos internos que el ser humano alimenta contra sí mismo.
Mi hijo solo camina un poco más lento se presenta los martes a las 20:30 horas en La Teatrería.
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