Casanova en la Alameda | Un cuento navideño de Guadalupe Alonso Coratella

Ficción

"¿Qué quieres pedirle a Santa Claus, chiquita?"

"A unos pasos, la Alameda vibraba con las luces navideñas y un mundo de gente". (Generada con DALL E)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

En plena decadencia, con el pesar de su último intento de conquista y el ridículo duelo en el que mató al novio de Rosseta, Giacomo tuvo que dejar su amada Sicilia. Antes de subir al Volvo negro donde lo esperaba un chofer enviado por el Marqués de Rampingallo para llevarlo al aeropuerto, se miró al espejo, esparció con sus dedos el escaso pelo cano y apretó un poco más el cinturón por debajo de un enorme vientre. Desganado, fue hacia el auto.

El vuelo sería largo. Propicio para leer, empaparse más sobre ese país exótico que lo esperaba. Giacomo sintió un espasmo cuando una bella joven pelirroja, vestida de traje azul marino y lentes negros, pasó, sosteniendo una charola, a ofrecerle una copa de champagne. Algo en ella le inquietaba.

El Hotel Ritz resultó adecuado. ¿Por dónde empezar? A sus setenta y tres años solo podía confiar en una galanura rancia y su restregada grandilocuencia, únicas armas para consumar las faenas de un seductor venido a menos. No conocía a nadie, cierto, pero no era la primera vez que se las apañaba para colarse en el mundillo de la aristocracia intelectual. Recordó las andanzas de Ugo Conti, su alma gemela, la facilidad con que pudo filtrarse en ese ambiente tan ridículo, allá por los cincuentas. Sin pasar por la ducha, solo un leve toque de Vetiver, salió a rifársela con la crema y nata en la inauguración de una muestra de Caravaggio en el Palacio de Bellas Artes. Ni quien le tirara un lazo. “Esta aristocracia de pacotilla”, dijo en voz baja, y se escabulló apresurado, no lo fueran a reconocer. A unos pasos, la Alameda vibraba con las luces navideñas y un mundo de gente. El aroma del ponche, los esquites, la “Feliz Navidad” de José Feliciano sonando a ritmo de pop y decenas de chicas en fila para sacarse la foto con Santa Claus, atrajeron a Giacomo. “Esta es la mía”, pensó.

     —En la calle Independencia, señor, aquí a la vuelta. Ahí encuentra de todo —le dijo el conserje del hotel.

Ni mandado a hacer le vino el disfraz. La panza ayudaba. Caminó, abriéndose paso entre la turba. Ubicó al responsable de los puestos, le dio un billete de cien y dispuso de su esquina. Con gafas redondas y la falsa barba atada detrás de las orejas, hizo sonar la campana para anunciarse. Llegaron suficientes señoritas. Se tomaron la foto. Ninguna le resultó atractiva. Atardecía cuando una lo perturbó. Llevaba máscara de arlequín.

     —¿Qué quieres pedirle a Santa Claus, chiquita? La tomó del brazo y la hizo sentarse en sus piernas—. Dime, —insistió. Y de pronto, el perfume le dio la clave. Quedó paralizado. Ella notó su mirada aturdida. Antes de nombrarla, Giacomo sintió el metal frío de la navaja hundirse en su cuello. La joven se puso en pie y caminó parsimoniosa. Al notar la sangre derramándose, el fotógrafo quiso ayudarlo, pero ya se había desplomado en la acera del parque.

Al día siguiente se consignaba en la prensa: “Asesinan a un Santa Claus en la Alameda. Presuntamente se trata del libertino italiano Giacomo Casanova, de 73 años”. Esa mañana Rosseta empacó sus cosas, se deshizo de la peluca roja, el traje azul marino, los lentes negros, y salió del Hotel Ritz para tomar un vuelo de regreso a Agrigento.

En corto

Guadalupe Alonso Coratella

Periodista y traductora. Dirige la Casa Universitaria del Libro.

AQ

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