Cerdos y monas

Toscanadas

Tomás de Iriarte fue famoso por algunas fábulas en verso que escribió hace más de doscientos años para criticar el estado del mundo de las letras. En ellas disparaba contra escritores, lectores, editores y traductores

PERSISTENCIA DE LA FÁBULA Tomás de Iriarte tiene aún mucho que decirle a la clase política
David Toscana
Madrid, España /

Tomás de Iriarte fue famoso por algunas fábulas en verso que escribió hace más de doscientos años para criticar el estado del mundo de las letras. En ellas disparaba contra escritores, lectores, editores y traductores. La más famosa entre ellas es la del burro que tocó la flauta, que él termina así: “Sin reglas del arte/ borriquitos hay/ que una vez aciertan/ por casualidad”.
Otra muy conocida es la de “Los dos conejos”, que perseguidos por unos perros se detienen a discutir de qué raza son. Ambos terminan muertos por entretenerse en banalidades en vez de huir. “En esta disputa,/ llegando los perros/ pillan descuidados/ a mis dos conejos./ Los que, por cuestiones/ de poco momento/ dejan lo que importa/ llévense este ejemplo”.


Iriarte repasa el famoso adagio de “El que mucho abarca poco aprieta” en su fábula “El pato y la serpiente” con estos versos finales: “Y así tenga sabido/ que lo importante y raro/ no es entender de todo/ sino ser diestro en algo”; cosa que debió escarmentar por experiencia, pues él mismo practicó varias artes y géneros con poca fortuna, y sus fábulas sobreviven más por su ingenio que por su poesía.
En “El galán y la dama” extiende la frase que hoy pronunciamos como “Cría fama y échate a dormir”, asegurando que a un autor famoso todo se le aplaude. “Y ahora digo yo: ‘Llene un volumen/ de disparates un autor famoso,/ y si no le alabaren, que me emplumen’ ”.
En mi infancia había leído estas fábulas. La que mejor se me quedó grabada fue la de “El oso, la mona y el cerdo”. Es aquella en la que el oso baila y pide opinión a la mona como experta del arte dancístico. Ella lo reprueba, diciéndole que estuvo “Muy mal”; pero por ahí andaba el cerdo, que también dio su opinión: “ ‘¡Bravo! ¡Bien va!/ Bailarín más excelente/ no se ha visto, ni verá’ ”, lo cual convenció al oso de que muy mal había bailado. De Iriarte termina con la moraleja: “Si el sabio no aprueba, ¡malo!/ Si el necio aplaude, ¡peor!”.
Y así es verdad, pues muchos escritores que tienen el gusto del vulgo no lo tienen de la crítica, mas De Iriarte no usa la palabra “crítica” sino “sabio”, porque también es verdad que buena parte de la crítica suele ser necio que aplaude.
Sea como sea, en esta relectura que hice de las fábulas, no estaba pensando en literatura, sino en política. Y noté que aquí se desdibujan las moralejas, pues en política campean los burros que ni la flauta tocan, resplandecen las discusiones banales, proliferan los elogios malganados y pululan los que ni abarcan ni aprietan. Sobre todo, la política es el mundo en que el aplauso del cerdo vale más que el de la mona porque siempre más cerdos que monas habrá.


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