Cuando se fue a despedir de Alfonso Reyes,
que había visto la manera de conseguirle
un empleo en algún consulado,
lo último que le aconsejó el viejo escritor
a Octavio Paz fue: “éste es el tipo de trabajo
que hay que hacer rápido… y mal”.
¿Por qué le daría el autor de Visión de Anáhuac
un consejo tan cínico al joven poeta?
Creo que la razón es que Reyes
no estaba pensando en un trabajo
sino más bien en una chamba.
Y chambear es horrible.
La palabra también.
Como dicen —por desgracia— tantos trabajadores:
“¿Qué tan feo será que hasta te pagan por hacerlo?”
Ganar dinero es lo que justifica y da sentido
a la vida de millones y millones de personas.
Lo que no se traduce en un valor monetario
es cosa de vagos, bohemios y poetas…
es decir: locos, chambones y neuróticos.
Solo importa ganar dinero; lo demás no es serio.
El miedo a quedarse sin dinero en este tiempo
es el equivalente a los terrores al infierno
que fustigaban a la humanidad en la Edad Media.
La diferencia entre chambear y trabajar,
aunque muy simple, pasa inadvertida a mucha gente,
bien porque no la ve ni la comprende nunca
o —lo más probable— porque nunca tuvo
la menor oportunidad de escoger.
Para los que nunca tuvieron la opción de elegir
la mejor alternativa, por mucho,
fue —y sigue siendo— la de llegar a querer
lo que hacen, hasta hacerlo suyo.
Convertir la chamba en un trabajo.
Ésta es la manera tradicional
y no hay nada de malo en ella…
como el oficio que pasa de padres a hijos.
Chambear, currar, talonear, trajinar…
los términos son muchos y muy variados,
y uno más feo que el otro…
Pero la fatiga física y mental,
el hartazgo y el aburrimiento que producen,
son lo mismo en todas partes.
Bienaventurados los que trabajan y no chambean.
Ellos no tienen que decir como los taxistas
“Dios mío, bendice mi trabajo”.
El trabajo es la bendición.
Con esta entrega, concluye la segunda serie de “Meditaciones”, que generosamente nos ha entregado el poeta Alberto Blanco para la edición digital de Laberinto.
AQ