Una versión de Claudina Domingo experimentó en la adolescencia un anhelo feroz de vivir. Su deseo de renunciar a la niñez era comparable sólo con la intensidad de sus escarceos con el placer sexual. “Si algo me obsesionaba entonces”, cuenta la escritora mexicana, “era la voracidad por la experiencia”. Esa particularidad es la médula de la protagonista de su novela más reciente, un libro autobiográfico donde el cuerpo —sus dolencias y fatigas, pero también sus curiosidades, deleites y ensayos— es el enlace entre pasado y presente.
Dominio (Sexto Piso, 2023) narra dos tiempos de la misma mujer. En el primero, la adolescente afronta una paradoja: anhela desnudar el mundo, pero siente un agobio que le parece infranqueable. “Mi robusta lujuria y mi feroz imaginación sufren en la camisa de fuerza que es mi persona social”, nos cuenta en primera persona esa narradora que se describe sin miramientos como “una niña flaca, trompuda y extremadamente tímida”. Esa adolescente, sin embargo, se entrega con candidez al juego literario al punto de pretender que su vida ocurra en la ficción.
En el otro tiempo, el presente del libro, la adulta sostiene un encuentro cercano con la muerte en el bullicio helado de un hospital. Intenta escapar de la vergüenza de hallarse vulnerable, pero sólo consigue pensar en el dolor punzante que la recorre minuto tras minuto. Ávida de analgésicos y recostada en una cama que jamás será suficientemente cómoda, se encuentra con el horror de la verdad: la realidad no es un juego literario.
En entrevista con Laberinto, Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982), habla de los tabúes sobre la sexualidad femenina, el sueño como recurso narrativo y la voracidad por la experiencia, entre otras cosas.
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—El descubrimiento sexual es un tema central del libro, pero también es fundamental en muchas historias de crecimiento. ¿Qué te interesaba explorar?
Todavía hay cierto tabú sobre la vida sexual de las mujeres, aunque se habla más de ello ahora. Pero a finales de los 90 era un asunto morboso para la sociedad mexicana. Una adolescente embarazada era en ese entonces como un elefante rosa. En buena medida, más que el embarazo, lo que podía causar mayor vergüenza era que la adolescente hubiera querido acostarse voluntariamente con un hombre ejerciendo su deseo sexual.
—Como tantos tabúes, éste también tiene su origen en dogmas que se han transmitido generación tras generación.
En las telenovelas tenías a la chica inocente y a la mala, que era siempre una mujer con una mayor libido. Es decir, si tu deseo sexual era propio y si eras consciente de él, eras una personificación de las cosas malas. Eso nos ocurría a muchas chicas: al mismo tiempo que ingenuas, éramos dueñas de nuestro deseo sexual.
—Cuando te propusiste escribir esta historia, ¿tenías certezas sobre lo que querías contar o buscabas respuestas?
Sabía de qué iba a escribir, pero no sabía qué tono iba a utilizar. Yo le llamo perfume. Cuando empiezo a escribir, tengo cierta noción de cómo huele el libro aunque no sepa exactamente todo lo que va a ocurrir. En los primeros tres meses de escritura me di cuenta de que tenía que incluir el sentido del humor, porque sin esa mirada me iba a instalar en la autoconmiseración. La solemnidad estaba descartada, porque, no puedes contar algo como el despertar sexual desde ahí.
—¿Tuviste referentes de la autobiografía?
Para buscar esa mirada humorística, pensé en Henry Miller. Y por supuesto que pensé en lo que hace Annie Ernaux en sus novelas, que slice of story. Más que contarte su autobiografía completa en un solo tomo, elige un periodo. En este caso son dos períodos, y como soy mexicana, no es minimalista. Es más bien barroco, jajaja.
—Eso es algo que Dominio comparte con tu novela anterior, La noche en el espejo, donde explotas el sueño como recurso narrativo. En esta novela, la narradora adolescente dice que una de sus obsesiones es dominar los sueños. ¿Cómo evolucionó tu interés por lo onírico entre un libro y otro?
En La noche en el espejo había un riesgo porque no estaba contando la vida de la vigilia del personaje. Pensaba que las atmósferas de los diferentes ámbitos conseguirían generar suficiente tensión narrativa. Pero me di cuenta, gracias a las lecturas que tuvo, que mucha gente se había extraviado en la novela. Entonces, aprendí que una apuesta literaria exclusivamente onírica iba a ser insostenible a largo plazo. Lo que quise hacer con Dominio una especie de extraño matrimonio entre el mundo onírico y la realidad. Una realidad muy localizada en el en el ámbito de los noventas en la Ciudad de México.
—¿El ritmo de la escritura cambió entre ambos libros?
Comencé a escribir algunos capítulos de Dominio a mano. Esa lentitud me permitió conformar mejor la psicología del personaje. En algún punto, cuando empecé a escribir en la computadora, decidí cambiar la narración del tiempo pasado al presente, porque buscaba más tensión narrativa. Pero también busqué narrarlo con un mayor apremio de decir las cosas. En el fondo fue una cuestión accidental, porque recordar todas las cosas vergonzosas que cuento me costaba trabajo anímicamente, porque muchas de ellas no las recuerdo con felicidad. Entonces, empecé a escribir con mayor velocidad. Cuando leí esos capítulos, noté que ese ritmo trepidante le quedaba bien a la historia y evitaba que el tiempo presente se ralentizara. Quería que la urgencia al contar recreara la urgencia de vivir.
—Luego de hacer esta revisión de tu vida y convertirla en material para la ficción, ¿podrías decir en qué consiste para ti la vida?
He sido más o menos fiel a la idea de experimentar la mayor cantidad de cosas posibles. Fui un adolescente rebelde y precoz. Luego, durante mis años veinte, fui una mujer con una vida bohemia. Me casé, fui madrastra y luego me divorcié. No siempre he sido la misma, a veces he jugado a ser diferentes personas. Igual que el personaje, yo tuve una confusión entre vida y literatura. Mi reto —como persona, no como escritora— ha sido darle dimensión a la vida fuera de un cierto halo literario. Ya no me siento decepcionada por no haber tenido una vida literaria. Y, de alguna forma, la escritura de Dominio es una especie de broma en torno a una protagonista que anhela experiencias literarias, pero la mujer adulta se tiene que conformar con narrar de forma literaria una vida que no lo ha sido.
ÁSS