Contemplar | Por Liliana Chávez

Viajar sola

En Reino Unido, las playas son demasiado frías para nadar en ellas, pero los británicos han asegurado su disfrute con bancas para sentarse a verlas.

Desde tiempos del Renacimiento, las bancas públicas han sido espacios de encuentro comunitario. (Foto: Liliana Chávez)
Liliana Chávez
Ciudad de México /

“I’m just sittin’ here watching the wheels

go round and round” (Solo estoy sentado aquí

viendo las ruedas dar vueltas y vueltas)

John Lennon

“We spend our life trying to bring together in the

same instant a ray of sunshine and a free bench”

(Pasamos nuestra vida tratando de juntar en un

mismo instante un rayo de sol y una banca vacía)

Samuel Beckett

Desde que los mecenas italianos renacentistas tuvieron la generosidad de ofrecer bancas al público que recorría sus jardines, en muchos países, sobre todo en los cálidos, las bancas han sido espacios de encuentro comunitario. Para muestra las crónicas de dos viajeras argentinas: Tununa Mercado relata en su libro En estado de memoria (1990) cómo al regresar de su exilio en México le gustaba pasar el día sentada en la banca de una plaza en Buenos Aires, observando a la gente e imaginando sus vidas, mientras que María Moreno se dedica a viajar acompañada de un tal “Señor Plaza” por las más famosas plazas europeas, eligiendo siempre un Banco a la sombra (2007), como se titula su libro, desde el cual entrar en contacto con la vida local.

Por el contrario, en Reino Unido las bancas han sido tradicionalmente espacios para la soledad. Aquí el encuentro al sentarse en una banca pública es más bien con un@ mism@, con el sol (cuando hay) y, si se es fan como yo de leer las placas conmemorativas añadidas a la banca, con el espíritu de quien en vida solía sentarse ahí. Porque una de las costumbres funerarias de esta isla es donar una banca o pagar por el permiso de incrustar una placa con algún sentimental mensaje o detalle biográfico en tributo de un querido familiar fallecido. De madera, metal o, últimamente, de materiales reciclados, una “banca memorial” tampoco es tan fácil de obtener: dependiendo de la popularidad del lugar y el ayuntamiento al que pertenezca, el permiso puede costar en promedio mil cien libras, más unas 300 de la impresión de la placa, si la banca ya existe, aunque a veces hay que mandar a hacer también la banca.

Ese gozoso sentimiento al encontrar tu banca favorita vacía no tiene comparación. (Foto: Liliana Chávez)

Ese gozoso sentimiento al encontrar tu banca favorita vacía no tiene comparación, considerando que con frecuencia puede estar ocupada por un lector, escritor o una pareja de ancianos que han ganado derecho de antigüedad sobre tu banca. Encontrar la mejor banca puede volverse una feroz competencia, sobre todo al mediodía, cuando a la contemplación se le une el obligado sándwich. Claro, en teoría existe la posibilidad de compartir banca bajo el riesgo de comerte incómodamente tu sándwich. Por educación, ningún inglés te dirá que le molesta compartir banca, pero lo más seguro es que sí y que cualquier intento de conversación sea un fracaso.

En Escocia hay bancas conmemorativas incluso en los lugares más remotos y solitarios de los senderos. (Foto: Liliana Chávez)

Tengo muchos años fotografiando bancas en mis viajes, con y sin gente y por lo general en parques públicos. Solo en Londres hay alrededor de cincuenta mil bancas en parques públicos (porque en este Reino a veces no tan unido, también hay parques privados).

No obstante, desde que llegué a Escocia y me inicié como local en el hiking (senderismo), me ha sorprendido la cantidad de bancas conmemorativas que hay, incluso en los lugares más remotos y solitarios de los senderos. Mientras me siento en alguna de ellas a descansar de mis caminatas, me reconforta saber que alguien más estuvo antes que yo sentad@ en medio de la soledad del camino entre verdes prados y playas desérticas, contemplando ese inmenso mar, aquellas ruinas medievales, las siempre nómadas nubes o las aves que pasan ahora, mientras doy fin a esta columna y temo por mi sándwich. No será la primera vez que las temidas gaviotas, como los cuervos de Hitchcock en su película Birds, contemplen con apetito rapaz mi comida y a veces hasta la tomen, dejándome a mí contemplando su fuga.

Cuando las playas son tan frías, no queda más que contemplarlas, de preferencia a más de cinco metros de distancia. (Foto: Liliana Chávez)

Si los británicos se dedicaron a conquistar los mares ajenos por siglos, era natural que también conquistaran los suyos haciendo de los pueblos con mar apacibles lugares donde contemplar el océano de manera “civilizada”. De ahí, quizá, la abundancia de largos y pavimentados caminos, muelles y bares con terrazas en las costas, pero sobre todo de cómodas bancas donde sentarse a simplemente observar la vida pasar. Cuando las playas son tan frías que no pueden recibir gente en bikini, y a veces ni en wetsuits, no queda más que contemplarlas, de preferencia a más de cinco metros de distancia. Y si es sentad@ en una banca, mucho mejor.

AQ

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