En medio de la aburrida y tantas veces incomprensible poesía neobarroca, los poemas fundamentales y juveniles de Coral Bracho han permanecido vivos y sorprendentes por más de cuatro décadas, como apreciamos ahora en Poesía reunida, 1977-2018 (Era, 2019).
Cuando nos aproximamos a esta reunión y volvemos a leer “Peces de piel fugaz” o “Tus lindes: grietas que me develan” entramos en la sutil sensualidad inmediata, en la plenitud de la sensibilidad, en el goce de impresiones indefinibles e inciertas.
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En esos poemas de largas ilaciones y asintóticos, Bracho nos ofrece certezas agudas que van cambiando en otras más leves hasta dibujar la plenitud de un cuerpo en otro cuerpo.
Todo en un crescendo intenso y femenino, en una ola que no deja de fluir y que casi borra por completo el instinto punzante para otorgarle el lugar principal a lo que se abre, no a lo que entra o penetra, al grado de que lo masculino trueca en una forma suave y hendida.
Este saber inmediato de los sentidos nos muestra un espacio-tiempo en constante mutación. Nada dura en sí mismo y nada deja de escindirse.
No creo que Bracho, como David Huerta nos anuncia de modo generoso en la cuarta de forros, nos revele “el milagro del ser”, el lugar de la ebriedad sobria o el viaje inmóvil o la conciencia del todo interior donde emergen religión, filosofía y el carácter abrupto pero concentrado de la realidad a la que hemos sido arrojados de manera azarosa.
Lo sorprendente de la poesía de Bracho, por lo menos para mí, es que logra crear intuiciones a flor de piel —un mundo más abstracto que concreto, más veloz que iluminado, más roto que fundido en una experiencia íntegra—.
Podemos colocar a Coral Bracho en esa enorme cauda de lo que conocemos como poesía del lenguaje, porque su rica visión de las certezas sensibles hace surgir una abundancia de matices verbales llenos de delicadeza, placer y hermosura.
La experiencia del cuerpo que vive Bracho no es escatológica. Es, contradictoriamente —tratándose de una visión del cuerpo vivo—, una mirada cortés, fina y, muy bien podríamos decir, hasta idealizada.
Quizá en esto estriba, a veces, la duda que nos asalta en las primeras lecturas de sus poemas.
Todo es demasiado bello y amable para trazar lo “rizomático”, lo que se colma de flujos y excrecencias, y para hablar de las bocas del cuerpo —la fuente del bien y del mal—.
Sin embargo, me parece que el lector puede saltar por encima de esta duda al descubrir que dicho universo hecho de lindes, bordes, labios abiertos, representa la imagen legítima de la instantánea, precaria, belleza sensual.
Como Bracho comprendió que no era posible permanecer en ese margen, evolucionó poco a poco hacia una poesía de descripciones más evidentes: el recuerdo de la muerte del padre, los cuartos de un hotel, la enfermedad del Alzheimer.
Todos estos otros poemas quizá no tengan la singularidad de los primeros, pero sí nos revelan lealtad al amor y la hondura de un espíritu amable.
SVS