En una reciente entrevista, el filósofo alemán Peter Sloterdijk comentó que, si miramos en retrospectiva, las pandemias no son tampoco la excepción de otras épocas, han existido con regularidad, el peligro de la actualidad sería “no aprender nada nuevo” de esta situación. Si la historia moderna no fue la excepción de brotes devastadores, sí lo fue en el sentido de que no había, como asegura Sloterdijk, esa fuerte “interconexión de las vidas humanas en la Tierra” que existe ahora.
Antes que sucumbir al pánico, o creer que la humanidad jamás había atravesado un escenario semejante, creo que deberíamos plantearnos la situación de una manera distinta. Sin caer en un optimismo simplista, hay que reconocer que esta vez tenemos la posibilidad de construir, como la llama Sloterdijk, una “conciencia compartida de la inmunidad, una coinmunidad”.
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Este siglo es muy distinto al pasado: la pandemia no puede resolverse de la misma manera que en 1918. Como recientemente escribió el filósofo español Roberto R. Aramayo, estamos ante un reto global que “no puede abordarse con eficacia recurriendo a recetas locales, y que precisa de cooperación universal desde una óptica cosmopolita”. Por ello es absurdo creernos tesis como las de Žižek, y otros, que hacen de la globalización la causa del nuevo virus, y de este último la bala que fulmine de una vez por todas al capitalismo para darle cabida a un “nuevo comunismo”, uno que ni siquiera ha quedado bien definido en sus motivos.
Estoy convencida de que la solución radica, siguiendo a Aramayo, en la conciencia de “nuestra mutua interdependencia en el seno de la globalización”. El comunismo aislado, la vuelta a los nacionalismos, la guerra contra la reciprocidad internacional, implicaría volver a prácticas retrógradas de una historia que costó sangre y esfuerzo superar.
Esta pandemia no es más grave que las del pasado. Aunque el antropocentrismo de cada época nos engañe haciéndonos creer que nos ha tocado librar la peor batalla de todos los siglos, esta vez tenemos también a nuestra disposición las herramientas digitales. Internet ha garantizado la no paralización de un sector importante de la economía y de la educación.
Quienes tenemos el privilegio —porque sí lo es— de recluirnos en nuestros hogares para trabajar, de aislarnos del prójimo que “infecta” y aislar al otro para “no infectarlo”, también hemos construido una comunidad no sólo laboral sino empática y amistosa con los demás gracias al uso de internet. Incluso, algunos no dejamos de establecer nuevos vínculos afectivos a la distancia, con otros hombres y mujeres a miles de kilómetros, que están en similar situación de confinamiento social y aislamiento físico pero que no dejan de tener una cercanía digital.
Sobre este asunto, reconozco la opinión del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quien ahora enseña, escribe y vive en Berlín, pero que conoce muy bien cómo funcionan los países orientales. Han es uno de esos filósofos de altamar que, habiendo atravesado varias tempestades, como las de no aceptar el determinismo familiar ni el control social en su tierra natal, logró instalarse en Alemania a la mitad de su segunda década de vida, en un puerto más apropiado para un velero demasiado libre como él. Digo esto porque Han es quien más ha insistido en las últimas semanas, con conocimiento de causa, en el contraste de cómo se ha intentado controlar la pandemia de covid-19 en Occidente y cómo parece que se ha conseguido controlarla en China, Taiwán, Hong Kong, Singapur, Japón o en su originaria Corea del Sur.
El mensaje de Han es polémico. Mientras en Occidente se cierran fronteras y se aísla a miles de personas en sus casas, en Oriente, en particular en China, se opta por clausurar libertades como el derecho a la privacidad digital. Gracias al uso de cámaras que cuentan con sensores para medir la temperatura y el reconocimiento facial, se vigilan las rutas de los ciudadanos, quienes están obligados a informar no sólo sobre su estado de salud sino también a registrar, con el uso del celular y un código QR, los sitios por los cuales han transitado. Así se consigue tener el itinerario de todos los ciudadanos en una gran base de datos, con el objetivo de que, si alguno fuera portador del virus, se identifiquen inmediatamente los posibles contagios.
Lo anterior suena a película de terror, cuando menos para muchos occidentales, quienes hemos emprendido por años la guerra contra el uso de nuestros datos personales y nuestra privacidad para fines políticos y publicitarios. Sin embargo, en el otro lado del mundo, en países como China, entregar esos datos es una obligación ciudadana, y es la única y la más efectiva manera que parece existir hasta ahora para contener el contagio del virus.
El mayor reto será la conservación de la salud pública, pero en este esfuerzo por conservarla las distintas estrategias que se han implementado en países orientales y que han sido efectivas podrían también utilizarse en países occidentales e incluso quedarse como una costumbre.
Esto es algo que preocupa en Occidente. Pero, aunque cada vez fuera más notable la vigilancia digital, el control del Estado también podría ser asumido por los ciudadanos, quienes tienen la posibilidad de empoderarse gracias al uso de la tecnología. Como escribía recientemente el historiador israelí Yuval Noah Harari: “siempre que la gente hable de vigilancia habrá de recordar que la misma tecnología de vigilancia puede ser utilizada no sólo por los gobiernos para monitorear a las personas, sino por las personas para monitorear a los gobiernos”. La inteligencia digital puede ser usada bilateralmente, no sólo por el Estado sino por la exigencia ciudadana para impulsar democracias más sanas.
Más que diferenciar, valorar o subestimar entre estrategias occidentales y orientales para contener la pandemia, las consecuencias de esta tragedia sanitaria deberían ser más productivas si aprendemos de ambos modelos. La secuela a largo plazo podría ser la unión internacional, las prácticas compartidas, el levantamiento de fronteras físicas pero también mentales y digitales.
Termino con las palabras de Harari:
“cada crisis es también una oportunidad. Debemos esperar que la epidemia actual ayude a la humanidad a darse cuenta del grave peligro que representa la desunión global. La humanidad necesita tomar una decisión. ¿Recorreremos el camino de la desunión o adoptaremos el camino de la solidaridad global?”
Coda
Recuperando el sentido de cooperación internacional, que puede ser divulgada gracias al mundo digital, el Goethe Institute ha preguntado a intelectuales y artistas de todo el mundo por el significado y los retos que traerá el covid-19. Pueden leer más de tan noble proyecto en tres idiomas aquí.
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