En la mente tengo grabadas muchas imágenes de obras de teatro, pero hay tres imborrables: Ofelia Guilmain en La Celestina, de Fernando de Rojas; Carlos Ancira en Diario de un loco, de Nikolái Gógol, y Héctor Bonilla en Yo soy mi propia esposa.
Doug Wright, el autor de Yo soy mi propia esposa y ganador por esa obra de los premios Pulitzer y Tony, me dijo en una entrevista que el trabajo de Bonilla en ese monólogo le había arrancado unas cuantas lágrimas.
Wright también llenó de alabanzas a Bonilla cuando develó la placa por un año de representaciones en el teatro Rafael Solana, en 2010, y luego le envió un correo electrónico para refrendar los elogios.
Creo que Yo soy mi propia esposa fue el Everest en la prolífica carrera del actor fallecido hace un mes, cuyas cenizas recibieron un homenaje post mortem en el Palacio de Bellas Artes y días después le fue otorgada la Medalla Bellas Artes de Oro, que fue recibida por su viuda Sofía Álvarez.
Para escribir Yo soy mi propia esposa, Doug Wright realizó una profunda investigación acerca de Charlotte von Mahlsdorf (1928-2002), un célebre travesti alemán, anticuario, que sobrevivió en Berlín tanto al nazismo como al régimen comunista. El dramaturgo utilizó varias fuentes documentales y, sobre todo, intercambio epistolar y entrevistas con Charlotte, que culminaron en una profunda amistad.
Aunque se trata de un monólogo, quien lo lleva cabo debe interpretar a 35 personajes sin cambiar de vestuario, sólo mediante el lenguaje corporal e inflexiones de la voz.
En su momento, le dije a Héctor Bonilla que en algunos pasajes de esa obra me había recordado a Marcel Marceau. Él se sintió halagado y contestó: “¿Qué te tomas? La verdad, qué bueno que te diste cuenta. Yo fui uno de los alumnos consentidos de Alejandro Jodorowsky en sus clases de pantomima, y él venía de estudiar y trabajar con Marceau. Para Yo soy mi propia esposa me ha sido muy útil la pantomima, en especial en los diálogos entre personajes, porque tienes que empezar, desarrollar y terminar por completo a uno, hacer una pausa, y entonces sí, entrarle al otro”.
A pesar de ser ya una figura consagrada, Bonilla era un actor disciplinado. Le pregunté si la directora Lorena Maza había sufrido mucho con él durante los ensayos de esa obra. Respondió: “En el proceso de creación sí soy muy latoso, pero me alineo. El trabajo de mesa es un acuerdo de inteligencias y sensibilidades, pero finalmente llegas a conclusiones y las debes acatar. Alguna vez le pregunté a Julio Castillo por qué no me invitaba a una de sus obras y me contestó entre risas: ‘Es que tú sí cuestionas, cabrón’. Cuando ha regresado Lorena a ver la obra, la ha encontrado intacta”.
Cizañoso, le dije a Bonilla que hasta Olga Harmony había escrito favorablemente de su actuación. Irónico, me dijo: “Contrariamente a su costumbre. No soy de sus simpatías porque no pertenezco a la universitariez aguda”.
A Doug Wright le pregunté cómo estableció distancia al escribir acerca de alguien por quien sintió admiración y cariño: “Por eso mismo no pude contar su historia sino hasta después de su muerte. Decidí realizar un tributo amoroso con una versión completa de su vida; espero que ella esté en las nubes viendo con agrado lo que yo hice. Quisiera que la gente viera la obra como si leyera una carta de amor”.
Esa carta de amor encontró en México al mejor mensajero, Héctor Bonilla, quien llegó a esa obra con una experiencia acumulada de 126 trabajos actorales.
A Bonilla lo entrevisté muchas veces en diversos teatros de la Ciudad de México. Siempre fue amable, incluso estando cansado o con el tiempo encima para salir a escena.
Las últimas veces que platiqué en persona con él fue en los estadios Fray Nano y Alfredo Harp Helú, donde lanzó primeras bolas en juegos de los Diablos Rojos del México, equipo al que le compuso un himno.
La última vez que lo entrevisté fue por teléfono, en 2021. En esa ocasión le apliqué un breve cuestionario de preguntas y respuestas rápidas (ping-pong), que a pesar de su enfermedad contestó generosamente.
Figuras del tamaño de Héctor Bonilla no se dan en maceta. El hoyo negro que deja su partida es enorme.
AQ