Dónde está el futuro | Por Irene Vallejo

El atlas de Pandora

Contra las humanidades pesa el anatema de que son superfluas porque no producen ganancias.

"La parodia del sabio lunático es ancestral". (Ilustración: Román)
Ciudad de México /

Al principio fue la palabra, dicen, pero inmediatamente vio la luz el cliché. Los tópicos son tan antiguos como nuestros prejuicios y muchos continúan hoy en circulación. Desde tiempos remotos clasificamos a las personas conforme a los moldes del estereotipo: la mujer fatal, la esposa gruñona, el médico matasanos, el extranjero bárbaro, el cachas descerebrado, el científico distraído y torpe para la vida real. En la civilización griega, allí donde nació la filosofía aliada con la ciencia, ya proliferó la caricatura del investigador absorto y absurdo, vigente durante siglos, hasta desembocar en el inadaptado e hilarante grupo protagonista de la serie The Big Bang Theory. En una escena, la microbióloga Bernardette advierte a la neurobióloga Amy: “No creo que puedas convertir células de la piel en neuronas funcionales”. A lo que ella, pareja del extravagante físico Sheldon Cooper, contesta: “Si he convertido a ‘esto’ en un novio funcional, todo es posible”.

La parodia del sabio lunático es ancestral. De Arquímedes se contaban anécdotas burlonas sobre sus despistes: olvidaba encender el fuego para calentarse y comer porque prefería trazar figuras geométricas en las cenizas del hogar. La gente se reía a carcajadas de él y de sus inútiles abstracciones, pero cuando su Siracusa natal sufrió el asedio de los romanos —una pequeña ciudad frente a un poderoso imperio—, el embobado Arquímedes ideó unas máquinas que causaron terror entre la flota invasora. El historiador Diodoro Sículo narra que logró, en un temprano antecedente de nuestros paneles solares, proyectar la luz mediante espejos sobre los barcos enemigos, provocando incendios o cegando a la tripulación.

Hoy también se sienten cercados quienes eligen por entusiasmo profesiones sin aparente aplicación práctica, carentes de rendimiento económico inmediato y —por tanto— de la aprobación de los mercados. Las ideas sin promesa de lucro se consideran capricho de soñadores, un superfluo sumidero de tiempo y talento. Contra las humanidades pesa la presunción de inutilidad. ¿Para qué sirven? Tal vez para tener el valor de preguntarnos qué consideramos valioso y pensar nuestras metas. Desde esa perspectiva fue humanista Hipatia, que construyó una comunidad científica en un contexto de enfrentamientos sectarios. Lo fue el inventor de los rayos X, Wilhelm Conrad Röntgen, que renunció a patentar su hallazgo precisamente porque vislumbró su inmensa utilidad médica y prefirió dejarlo al alcance de todos. Durante el confinamiento solíamos aplaudir al atardecer el humanismo de tantos profesionales de la salud que —frente a quienes hicieron negocio de la escasez y la urgencia— trabajaron más allá de sus horarios y fuerzas.

En nuestro mundo acelerado e incierto, es imposible adivinar si prosperarán las tesis de los pragmáticos o bien los ensimismados sueños de quienes dibujan figuras geométricas en las cenizas. La serie británica Years and years explora la vida de una familia en un futuro tan próximo como tenebroso, agitado y convulso. Una de las protagonistas, Celeste, estudió contabilidad porque sus padres le aseguraban que siempre tendría trabajo. Con la revolución tecnológica, cae en el desempleo: un robot ocupa ahora su puesto. Demasiado tarde, Celeste descubre que las decisiones guiadas por el cálculo no son siempre las más sabias.

Arquímedes, el matemático pasmado, pensaba a todas horas en sus líneas curvas, sus cilindros y sus esferas. Plutarco escribió sobre él que “solo deseaba dedicarse a lo bello y lo excelente”. Sumido en un hechizo permanente, muchos se burlaban de sus antológicos despistes y sus inútiles abstracciones geométricas. Sin embargo, a la larga, las aplicaciones prácticas de su trabajo fueron incalculables. Sus logros resultaron esenciales para Copérnico o Kepler, y permitieron perfeccionar la orientación y el rumbo de las naves según los astros, abriendo posibilidades inimaginables para los viajes, la exploración y el comercio. Como dijo el filósofo Alain, cuando Arquímedes estudiaba las secciones cónicas no buscaba ni remotamente la ruta de los futuros navegantes. No la buscaba, y quizá por eso la encontró.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, S.L.

© Irene Vallejo.

AQ

  • Irene Vallejo
  • Irene Vallejo Moreu es filóloga y escritora española.​ Por su libro El infinito en un junco​ recibió el Premio Nacional de Ensayo 2020 y el Premio Aragón 2021.​ Publica su columna Los Atltas de Pandora.

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.