Olvido
Dibujé tu pelo en el laberinto obscuro de la noche,
cuando era imposible recuperar el viento
y el brillo que repetían a coro tus cabellos,
la tibieza del aire entre su sombra.
Nada de aquel tiempo cabía en el trazo
y sin embargo eran ciertas las líneas del lápiz
que fijaba el sueño y la memoria.
Había una sonrisa que duraba años
y una mirada sin pasado,
el gesto verdadero de las cosas que perduran,
el infinito resplandor de la alegría.
Escarbé la noche para precipitarme en el centro de tus ojos,
vacío de ebriedad y deseo, abrazado a una cama
que se rompía entre carcajadas
y huía hacia el corazón del universo
con las astillas temblorosas
encajándose en el firmamento iluminado.
Todo quedó allá,
lejos,
desnudo de palabras,
puro olvido.
Huida
Ella huía en el dolor,
huía para no dejarse atrapar por la costumbre,
para escapar de la cocina donde todos los días
hervía café con amargura y preparaba tostadas de tristeza,
para olvidarse de las habitaciones que limpiaba de reproches,
de la rutina de esperarlo con las piernas abiertas al insulto,
los labios partidos de silencio y la mirada prisionera.
Nunca le traía flores, sino burla y desprecio
y a menudo le regalaba puñetazos.
La amaba como se ama un cigarrillo cuando se está aburrido,
con la felicidad de una bala que explota en el pecho,
sin ternura fingida ni dulzura forzada.
Se miraba al espejo y encontraba en las marcas de los golpes un pasaporte al olvido de sí misma,
viajera hacia la tierra donde ya no era nada,
sin miedo ni angustia ni espera,
volátil, ligera, ajena a su cuerpo violado una y otra vez,
vencida la memoria del horror y el martirio,
feliz en esa fuga y libre al fin para encontrar la muerte.
ÁSS