Edgar Morin: “Vivimos en un mundo incierto y trágico”

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Una vez más, el pensador francés ha mostrado sus dudas acerca de un modelo global que desdeña la solidaridad y da la espalda a un humanismo regenerado.

Edgar Morin, filósofo francés, autor de libros como 'Introducción al pensamiento complejo'. (Foto: AFP)
Ciudad de México /

Desde el 17 de marzo, Edgar Morin y la socióloga Sabah Abouessalam viven en condiciones privilegiadas el confinamiento impuesto a causa de la contingencia sanitaria del covid-19, en la rue Jean-Jaques Russeau de Montpellier: “en un apartamento de planta baja con jardín —confiesa en una entrevista con Le Monde— donde puedo disfrutar del Sol a la llegada de la primavera, bien protegido por Sabah, mi esposa, con amables vecinos que hacen nuestras compras, en constante comunicación con mis seres queridos y mis amigos, invitado por la prensa, la radio o la televisión para ofrecer mi diagnóstico, cosa que he podido hacer a través de Skype”.

Pero Edgar Morin sabe que la gran mayoría de la población padece de manera muy dura la crisis actual: “los muy numerosos apartamentos pequeños no toleran el hacinamiento, los solitarios y, sobre todo, aquellos que no tienen hogar son víctimas del confinamiento”.

Cuando el entrevistador de Le Monde le pregunta si a sus 98 años conserva el impulso vital que lo ha caracterizado siempre, Morin le responde que sí lo conserva aún, y que lo obtuvo en el útero de su madre que, debilitado por la gripe española, era incapaz de albergar a un feto sin riesgo, pero que aun con ese “impulso vital” no habría logrado salir adelante solo (“el ginecólogo me abofeteó durante media hora para arrancarme el primer llanto”, confiesa). He logrado sobrevivir, parece decir Edgar Morin, gracias a la ayuda de los otros, y esa conciencia de la colectividad, de la construcción de la humanidad, que es la enseñanza de crisis tremendas como la que vivimos actualmente, es uno de los grandes legados de su pensamiento.

En el contexto de nuestra civilización, ¿de dónde viene y hasta dónde llegará la crisis total que ha desencadenado la contingencia sanitaria covid-19? ¿Acaso destruirá el mundo tal y como lo conocemos o acaso pasará desapercibida sin habernos enseñado nada, y la recordaremos como una anécdota, como el día en que nuestro miedo a la inminencia de la muerte despertó en nosotros el instinto? Edgar Morin, que a sus 98 años continúa reflexionando en la pertinencia de la globalidad, la transdisciplinariedad, la ideología y los pequeños placeres de nuestra vida cotidiana, ha hecho un diagnóstico que vale la pena tener en cuenta:

“Es una tragedia que el pensamiento fragmentario y reduccionista rija de manera suprema en nuestra civilización y prevalezca en las decisiones en materia política y económica. [...] En mi opinión, las carencias de la forma de pensar, aunadas a la hegemonía incuestionable de una sed desenfrenada de lucro, son responsables de innumerables desastres humanos, incluidos los que ocurrieron a partir de febrero de 2020”.


El conocimiento nos rebasa

En la formidable entrevista publicada en el suplemento Idées de Le Monde (20 de abril), Nicolas Truong le pregunta a Morin si la crisis sanitaria que vivimos acentúa la complejidad de nuestro mundo. El autor del clásico Introducción al pensamiento complejo (1990) y exmilitante de la Resistencia francesa responde:

“Los conocimientos se multiplican de una manera exponencial, de golpe, desbordan nuestra capacidad de asimilación, y sobre todo lanzan el desafío de la complejidad: cómo confrontar, seleccionar, organizar esos conocimientos de manera adecuada al momento de conectarlos y de integrar la incertidumbre. Para mí, esto revela una vez más la carencia del modo de conocer que se nos ha inculcado, que nos hace fragmentar lo que es indivisible y reducir a un solo elemento aquello que conforma una unidad integral que es a la vez diversa. En efecto, la revelación fulminante de los trastornos a los que estamos sometidos es que todo aquello que parecía separado está unido, porque una catástrofe sanitaria se vuelve una catástrofe en cadena que afecta la totalidad de todo lo que es humano”.

Efectivamente, nuestro entorno está forjado de contrastes, que son agravados y difundidos en directo por la velocidad de la tecnología contemporánea, imposibles de reducirse a premisas simples, unilaterales y lapidarias. En una columna reciente (27 de abril) del diario El Universal, Juan Ramón de la Fuente, quien fuera rector de la UNAM y actualmente funge como embajador de México ante la ONU, hacía mención a que no todos en México vivimos de la misma manera el confinamiento impuesto a causa del covid-19:

“La cuarentena se vuelve más llevadera, a pesar de todo, si empiezas por tener claro que hay personas que no se pueden quedar en casa porque no tienen casa. Que hay muchas más que no pueden trabajar en casa porque su trabajo es forzosamente presencial y, además, si no trabajan hoy, no comen mañana. La pandemia deja al desnudo nuestra realidad. La cuarentena en este contexto es más un privilegio que una imposición”.

En ese sentido, Edgar Morin, cuya reflexión en torno al hecho de que la dificultad de ponernos de acuerdo en la actualidad roza la insensatez, puntualiza en la entrevista con Le Monde las implicaciones de vivir en una era global:

“Espero que la excepcional y mortífera epidemia que vivimos deje en nosotros la conciencia no solamente de que estamos siendo arrastrados al interior de la increíble aventura de la humanidad, sino que también vivimos en un mundo a la vez incierto y trágico. La convicción de que la libre concurrencia y el crecimiento económico son panaceas sociales atenúa la noción trágica de la historia humana que ahora se ha visto agravada. […] La epidemia mundial del virus ha desencadenado y, para nosotros, agravado terriblemente una crisis sanitaria que ha provocado un confinamiento asfixiante de la economía, transformando un modo de vida extrovertido, volcado hacia el exterior, en uno introvertido, al interior de la casa, y ha puesto a la globalización en una crisis violenta. La globalización había creado una interdependencia, pero sin que ésta estuviera acompañada de solidaridad”.

A pregunta expresa de Le Monde, Edgar Morin describe cómo se imagina el “mundo del mañana”. Y lo que más destaca de su prospectiva es la duda, el cuestionamiento crítico de lo que hoy concebimos como “el mundo global” y que nos conduce de modo inercial a un destino catastrófico. Las certezas de la poderosa civilización contemporánea parecen desmoronarse ante una crisis previsible causada por un organismo microscópico:

“En primer lugar, ¿qué quedará en nosotros, los ciudadanos, y qué quedará en las autoridades públicas de la experiencia del confinamiento? ¿Tan sólo una parte? ¿Todo será olvidado, minimizado o folclorizado?
[…] ¿La salida del confinamiento será el fin de la mega-crisis o su agravación? ¿Boom o depresión? ¿Enorme crisis económica? ¿Crisis alimentaria mundial? ¿Repunte de la globalización o repliegue a la autonomía nacionalista?
[…] ¿Tras la sacudida, el neoliberalismo retomará sus órdenes de compra? ¿Las grandes naciones buscarán imponerse más que en el pasado? Los conflictos armados, más o menos atenuados por la crisis, ¿se intensificarán? ¿Se impulsará un fondo internacional para la cooperación? ¿Habrá un progreso político, económico y social, como después de la Segunda Guerra Mundial?
[…] No se puede saber si, después del confinamiento, las conductas e ideas innovadoras se mantendrán con su impulso, revolucionarán la política y la economía, o el orden se restablecerá después de la sacudida. Podemos tener el gran temor de la regresión generalizada que ya se llevaba a cabo durante los primeros veinte años de este siglo (crisis de la democracia, triunfo de la corrupción y la demagogia, regímenes neo-autoritarios, iniciativas nacionalistas, xenófobas, racistas). Todas estas regresiones (y en el mejor de los escenarios, estancamiento) son probables en tanto que no aparezca la nueva vía política-ecológica-económico-social guiada por un humanismo regenerado. Esta nueva vía multiplicaría las verdaderas reformas que no se reducen a reducciones presupuestarias, sino que son reformas de civilización, sociedad, vinculadas a las reformas de la vida”.

Tras presenciar cómo este hombre vital que ha protagonizado los momentos clave de la historia francesa en los últimos 80 años, y que vio con mucha reticencia cómo ganaba terreno la hegemonía del mundo global que ahora prevalece, no hay duda de que una crisis sanitaria tan devastadora como la que vivimos lo único que puede hacer con nosotros, habitantes del nuevo siglo, es fortalecernos. Y es precisamente por eso, porque nunca pusimos atención en su crecimiento desorbitado, que no supimos predecir su colapso:

“Yo pertenecía —concluye Morin en su entrevista con Le Monde— a esa minoría que previó la catástrofe en cadena provocada por el desbocamiento incontrolable de la globalización tecno-económica, incluidas las degradaciones de la biosfera y de la sociedad. Pero yo jamás preví la catástrofe viral. Hubo sin embargo un profeta de esta catástrofe: Bill Gates, en una conferencia de abril del 2015, anunció que el peligro inmediato de la humanidad no era nuclear, sino sanitario. Él vio en la epidemia de ébola, que por suerte pudo ser dominada rápidamente, el anuncio de un posible virus cuyo alto poder de expansión, pondría al mundo en riesgo, exhibiendo las medidas de prevención necesarias, incluyendo un equipo de hospitalización adecuado. Pero, a pesar de ese anuncio público, no se tomaron ningunas precauciones ni en Estados Unidos ni en ningún otro lugar. Porque el confort intelectual y el hábito ven con horror los mensajes desagradables”.

La locura del progreso

El optimismo del sociólogo, filósofo y rebelde francés, Edgar Morin (París, 1921) se debe tal vez a su premisa mayor: “Toda crisis me estimula, y si es enorme, me estimula enormemente”.

Fue comunista, ex-comunista, miembro de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi, teniente del ejército francés después de la guerra, cineasta surrealista, fundador y director de la revista Argumentos, entre muchas otras actividades que requieren la misma garra de cuando en su juventud se aficionó al ciclismo.

Ha sido nombrado doctor Honoris Causa de treinta y cuatro universidades (casi el mismo número de libros que ha escrito). Incluso en México un instituto de educación superior lleva su nombre. Varias de sus teorías han causado gran controversia. Por ejemplo, su idea de la transdisciplinariedad: “La ciencia —reflexiona Morin— es devastada por la hiperespecialización, que es el aislamiento de saberes especializados en vez de su intercomunicación.

La ciencia vive de la comunicación; cualquier censura la bloquea. Así que deberíamos poner atención en la grandeza de la ciencia contemporánea y también en sus debilidades”; o su crítica a la biogenética: “La locura eufórica del transhumanismo lleva al paroxismo el mito de la necesidad histórica del progreso y de la dominación por parte del hombre no sólo de la naturaleza, sino también de su destino, prediciendo que el hombre obtendrá la inmortalidad y controlará todo por medio de la inteligencia artificial”.

Gran parte de su obra está traducida al español por editorial Paidós: La vía: Para el futuro de la humanidad (2011), Hacia dónde va el mundo (2011), Nuestra Europa (2013), Para una política de la civilización (2009), Educar en la Era planetaria (Gedisa, 2003), Pensar Europa, las metamorfosis (Gedisa, 2003) y Tierra Patria (Nueva Visión, 2006), entre otros libros.

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  • Juan Manuel Gómez

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