Florecieron, los campos pedregosos florecieron,
Y cada caracol sumergía en mí su cuerno puro.
La dulce luz me acogió mientras caminaba hacia
Una pequeña voz clamando desde una nube a la deriva.
Yo era un dedo apuntando a la luna,
A gusto con la alegría, un hombre encantado.
Pero cuando suspiré, me quedé fuera de mi vida,
Una hoja invariable en la medianoche,
Parte de un árbol oscuro todavía, mortalmente calmo,
Montando el aire, un sauce con su especie,
Cargando con toda su vida, un sonido doble,
Cercano al viento, y a la sombría lluvia sibilante.
El sauce con su ave creció fuerte, más fuerte aún.
No podría soportar su canto, esa variación
Con cada cambio de aire, esas alas batientes,
El zumbido solitario detrás de mis ojos de medianoche;
—¡Cuán profunda es la raíz de aquello que todavía llora!
El presente cae, el presente se desvanece;
Qué puro el vuelo del día naciente,
El mar blanco esfumándose en una orilla lejana.
El pájaro, el pájaro palpitante, extendiendo las alas—,
Así soporto este último tramo puro de alegría,
La dimensión nefasta del final.
Versión de Miguel Ángel Zapata
Theodore Roethke: todo el aire y toda la tierra
I wake and feel the fell of dark
Gerard Manley Hopkins
Theodore Roethke (Michigan 1908-1963) es un poeta raro por lo maravilloso: raro en el sentido de inusual, salmón contra la corriente. También se podría decir que es un poeta oscuro, y que su complejidad llega a lo incomprensible. Pero no es tanto así. Es fácil denominar a un poeta como extraño o incomprensible. Es la salida más inocente, incluyendo a los poetas que no saben escribir buenos versos. No es el caso de Roethke. Como William Blake o Gerard Manley Hopkins, demostró que sus alas se agitaban entre lo visionario y experiencial, entre la caída y la algarabía.
Roethke ganó el Premio Pulitzer de poesia por 'The Waking' (1954), y el National Book Award dos veces, por 'Words for the Wind' (1959) y póstumamente 'The Far Field' (1965). Ted Roethke es un poeta fundamental dentro del riguroso campo de la poesía norteamericana del siglo XX. Un poeta que escribía villanelas, sextinas, endecasílabos, y jugaba con el lenguaje y sus sonidos en inglés. Apostaba al juego para desmenuzar el paso de la existencia. El abismo era su sino, y la experiencia vital, su epidemia.
Creció muy cerca del invernadero que cuidaba su padre. El mundo interior de su espíritu fue forjado en el invernadero, el paisaje y los ríos de su niñez. En sus poemas vuela el aire y la tierra. También se zambullen y se desangran cormoranes, garzas jorobadas, sanguijuelas, y peces con la boca espinosa. Vuela sobre sus campos una foresta de insectos, plantas, aves y raíces. Salta el poeta desde la tierra tranquila hasta la desesperación, buscando, a veces, un encuentro con lo invisible.
Miguel Ángel Zapata
ÁSS