Un hombre de setenta y cinco años, que ha tenido éxito en su profesión y es famoso por motivos adicionales, recibe una invitación. Una institución que da refugio a escritores le pide dar una conferencia en el norte del estado de Nueva York. El hombre acepta, en parte porque la conferencia es por una buena causa y también porque es pagada (él necesita hacer unas reparaciones en su casa). El día asignado se presenta en la sala. En el auditorio caben cuatro mil personas y aunque no está lleno, hay un público numeroso. Le entregan el dinero que le corresponde y cuando está a punto de empezar la charla, su ojo derecho ve que alguien se ha levantado de su silla. Es lo último que iba a ver ese ojo: un hombre joven corriendo hacia él. Su reacción es quedarse paralizado. Cuando levanta un brazo para protegerse, el muchacho le clava el cuchillo en la mano. Luego, en veintisiete segundos le asesta diecisiete puñaladas.
En su notable testimonio Cuchillo (Penguin Random House), Salman Rushdie lo cuenta mejor. “Todavía veo el momento a cámara lenta. Sigo con la mirada al hombre que se destaca de entre el público y corre hacia mí. Veo cada paso de su precipitada carrera”. En esos segundos interminables, el muchacho iba a asestarle puñaladas “en el cuello, en el pecho, en un ojo, en todas partes.” Pronto Rushdie estaba en el suelo. Poco después iban a evacuarlo en un helicóptero.
Dos noches antes había tenido una pesadilla. Un gladiador lo atacaba con una lanza frente a un público que pedía sangre a gritos. Al despertar, le dijo a su esposa, la escritora y fotógrafa Eliza Griffiths, que prefería no ir al evento. Sin embargo, era demasiado tarde para echarse atrás.
La agresión por supuesto tenía un origen conocido y antiguo: una fatwa a la que lo habían condenado algunos grupos llamados islámicos por su novela “los Versos satánicos” de 1988. Habían pasado casi treinta y cuatro años desde entonces hasta esa mañana del doce de agosto de 2022. El tiempo pasa pero la locura se hace presente con cualquier pretexto y en cualquier lugar. El agresor, por supuesto, nunca había leído la novela que condenaba a su autor.
Cuchillo es un testimonio vibrante y atractivo, lleno de reflexiones sobre la supervivencia. En el hospital, donde lo conectan a un respirador, Rushdie está convencido de que va a morir. Lo que ocurre a partir de entonces, y creo que éste es el asunto central del libro, es una demostración masiva de amigos, lectores y familiares. Todos lo visitan, le envían mensajes, lo abrazan de lejos. Se reúne con sus hijos. Uno de ellos viene a verlo en barco. Mientras tanto, sigue pasando por una serie de dificultades, entre ellas un falso diagnóstico de cáncer a la próstata. Pero un día vuelve a ver la gran ciudad en la que vive, Nueva York: “sus calles hermosas y feas a la vez, generosas y perversas…”. La presencia constante es la de Eliza, cuya generosidad e inteligencia iluminan las páginas del libro. Cuchillo es la historia de un crimen y a la vez la crónica de una redención, un duro relato de fe.
AQ