El cuento sucede

Personerío

"El cuento nos sorprende cuando le da la gana, no cuando nos da la nuestra, y preferiblemente si estamos en situaciones poco adecuadas para tratar con él".

Sherezada no inventó el arte de contar cuentos, pero ha quedado en los siglos como la narradora arquetípica. (Arte digital: Ángel Soto)
José de la Colina
Ciudad de México /

Con el propósito de salvar la vida, esa muchacha Shahrazad, o Sherezada, habla durante mil y una noches haciendo cabalgar sus cuentos de una a otra velada para (convirtiéndose en precursora de la técnica del folletín, la película de episodios, las películas de Hitchcock y la telenovela) posponer la ejecución de la sentencia con esa astucia de mantener en expectativa (suspense) la atención del sultán.

Sherezada no inventó el arte de contar cuentos (o al menos no lo registró en la oficina de patentes), pero ha quedado en los siglos como la narradora arquetípica, quizá por la importante razón de que para ella contar cuentos era, en sentido estricto, asunto de vida o muerte. Es la cuentista menos gratuita que haya existido. Y de ahí que pueda afirmarse que el oficio o la afición de inventar, es decir, escribir cuentos, es el arte de Sherezada. A la gran cuentera debería honrársele con los títulos de madre de todos los narradores y musa emblemática de los cuentistas.

De una manera u otra toda la literatura tiene algo de cuento: la Biblia cuenta el principio y el destino del mundo; Homero canta novelas (es decir, cuentos largos) de aventuras; Platón filosofa contándonos la fábula del hombre de la caverna oscura; Juan de la Cruz (nacido Juan de Yepes) cuenta, con no poca indiscreción y maravillosa música verbal, la historia de amor entre el alma y Dios; Pascal emprende (y no resuelve) el cuento de lo que habría pasado si Cleopatra hubiera sido chata. Hasta un libro tan poco literario como el directorio telefónico, con sus millones de personajes, implica millones de historias; y hasta una receta de cocina puede ser relato con el esquema clásico de exposición, nudo, desenlace.

Jacques Sternberg, en el prólogo a sus Cuentos helados, dice que cualquiera escribe una novela de 270 páginas porque una novela esencialmente es solo un argumento más 27 días de escribir diez cuartillas diarias, y en cambio es más difícil y meritorio escribir cuentos cortos porque 270 cuentos implican 270 argumentos, y éstos no acaecen uno por día, rara vez se da uno por semana, y quizá ni siquiera uno por año. Sternberg exagera, pero no delira. Sucede que casi nunca pesca uno el argumento de un cuento, por más que se esfuerce en ello de día en día; y en cambio es el argumento de un cuento el que lo pesca a uno, si lo pesca, e independientemente de que uno quiera o no ser pescado. En la naturaleza del cuento está el ser caprichoso, imprevisible e impuntual. Art happens (El arte sucede), decía Whistler, refiriéndose, según Borges, al misterioso por qué, la inexplicabilidad de la obra de arte, pero quizá también a su condición impuntual e intempestiva, rara vez obediente al artista. Lo mismo ocurre con el arte de Sherezada.

También the short story happens. El cuento nos sorprende visitándonos cuando le da la gana, no cuando nos da la nuestra, y preferiblemente si nos hallamos en las situaciones menos adecuadas para tratar con él. Tiende a la impostura, por ejemplo: presentarse como virginal, inédito, y al poco tiempo nos salta a los ojos desde ese programa de radio oído por casualidad, desde esa revista que íbamos a quemar en el bóiler, o desde un libro o diez libros de autores que no somos nosotros, anteriores a nosotros.

ÁSS

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