El escudo invertido: ayuda mutua para defenderse

Bichos y parientes

Japón y México tienen una cantidad de población similar, pero mientras ellos cuentan menos de mil muertos por covid-19, México ya superó los 45 mil.

Un médico recorre el pasillo de un hospital. (Foto: Juan Ignacio Roncoroni | EFE)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Según Plutarco, las madres espartanas marcaban el paso de la efebía a la virilidad de sus hijos varones con la entrega de un escudo y una sentencia lacónica: “con éste o sobre éste”. Un guerrero puede perder cimera y grebas, lanza o espada, pero mejor muerto que perder el escudo. Todo lo demás es de uso individual, pero el escudo se eslabona con los otros escudos, forma un valladar y trenza un compromiso con el de junto y con la ciudad. Perderlo era equivalente a la traición. Era la dureza espartana, pero en muchas sociedades las actitudes individualistas han sido consideradas como algo peor que el egoísmo: como traiciones.

Por redes circula una publicación que reproduce una respuesta de Margaret Mead a la pregunta de un estudiante: ¿cuál es el primer signo objetivo de civilización? Ella respondió que “un fémur fracturado y luego sanado”. Gran respuesta, no por su sensibilidad, que se le aplaude, sino por la inteligencia: la civilización comienza con el cuidado del otro, y no sólo de cualquiera, sino de aquel que, dejado a la naturaleza, moriría sin remedio. Hay casos de animales que acuden en socorro de un cachorro suyo, pero ese fémur es un paso más allá: además del largo tiempo de restablecimiento que supone la estabilización de la pierna y su cuidado, el paciente no puede colaborar en nada y es solamente una carga, que se acepta por razones distintas a la supervivencia.

Dudo que conociera nada de Piotr Alekséyevich Kropotkin, pero sorprende la afinidad. Ambos hallaron en la colaboración, la ayuda mutua, el elemento central de sus averiguaciones. Para Mead, la vieja discusión antropológica entre naturaleza y cultura; para Kropotkin, un argumento científico que hiciera prosperar su anarquismo de cooperación. Quizá habría que decir “anarco-comunismo”, pero las banderías marxistas echaron a perder todo uso del vocablo comunista. Es otra cosa. El generoso y bonachón Kropotkin publicó una obrita genial, escrita en 1902, justo al iniciar la Primera Guerra, en 1914: Ayuda mutua: un factor en la evolución. Su libro era “una protesta en contra del constante abuso de la terminología de Darwin”. Detestaba “las burdas malinterpretaciones populares de la teoría darwiniana (de ‘la lucha por la existencia’ y ‘la voluntad de poder’, ‘la supervivencia de los más aptos’ y ‘el superhombre’, etcétera)”. Con todo, su apego cientificista, demasiado lineal, no resultó mejor ciencia que la de sus adversarios pero sí un muy superior análisis evaluativo. Casi todos, los buenos y los malosos, incurren constantemente en la falacia naturalista: emiten juicios de valor a partir de descripciones objetivas.

El asunto que no se ha tratado hasta ahora, ni por los científicos, ni por los antropólogos, es una escala de la cooperación, que la vuelve abstracta y la institucionaliza. No deja de ser un valor humano, pero se transforma en técnica, tecnología y puede volverse institución.

Octavio Paz criticó toda su vida la despersonalización de la técnica, las crueldades y gélidas relaciones que impone entre personas. Y tenía razón. Pero también tuvo razón cuando se contradijo. La enfermedad lo postró en una cama de hospital y aguantó una cirugía riesgosa y sumamente invasiva, a corazón abierto. Entre la enfermera asalariada, los tubos y las sondas, recordó la palabra compathia, usada por Petrarca: la convergencia institucional de las técnicas le devolvió al mundo de sus seres queridos. “Me equivoqué”, acepta. De hecho, no se había equivocado: había dado la espalda a la posibilidad de que la pura abstracción tecnológica nos pudiera devolver espacios de humanidad.

De modo que la colaboración no solamente se da entre voluntades que concurren en un tiempo y espacio. Se volvió mundial, repetible, la institucionalizamos. Juzgamos naciones por la calidad de sus organismos de colaboración y ayuda mutua. Japón y México tienen una cantidad de población semejante. Ellos cuentan menos de mil muertos por covid-19; México sigue sumando, después de 45 mil.

La presencia física de mi cuerpo amenaza a otros cuerpos; los cuerpos de los otros me amenazan a mí. Algún libertarismo atarantado —de esas actitudes que se creen libertarias porque afirman el ego de alguno que decide no colaborar o no obedecer— o algún rancio machismo, susurra al oído del necio y lo disuade de ponerse un tapabocas. Pero es que el escudo dio la vuelta: no es defensa ante el arma del otro; es defensa para protegerlo.

​SVS | ÁSS

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