El espíritu canalla

Reseña

En ‘Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones’, el campechano Carlos Vadillo Buenfil entrega una colección de cuentos, irreverente y madura, que retrata con refinado sarcasmo la sordidez mexicana.

Portada de ‘Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones’, de Carlos Vadillo Buenfil. (UANL)
Carlos Martín Briceño
Ciudad de México /

La literatura mexicana, ya se sabe, peca de solemnidad. Mientras que en los países anglosajones el humorismo en las letras se desarrolla con libertad, en México parece ser una vertiente reservada para escritores irreverentes que en ocasiones no son bien valorados por la crítica porque desmarcarse de la seriedad y continuar los pasos de Arreola, Ibargüengoitia o Tito Monterroso no tiene, aparentemente, el mismo peso que seguir el rumbo impuesto por Alfonso Reyes, Octavio Paz o Carlos Fuentes.

Al reducido grupo de autores mexicanos que privilegian la ironía por encima de la formalidad se suma ahora el campechano Carlos Vadillo Buenfil, quien gracias a la publicación de su libro Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones (UANL, 2023) se coloca en la primera línea de los representantes de la antisolemnidad. El volumen, merecedor del Premio Nacional de Cuento José Alvarado 2022, está integrado por seis relatos relacionados entre sí por el “espíritu canalla” de sus personajes principales. Y aunque la palabra canalla parece haber caído en desuso entre las nuevas generaciones, por su etimología (muchedumbre de perros) y su significado (persona despreciable o de malas intenciones) debería de ser un adjetivo aplicable a un sinfín de personajes —políticos, empresarios, artistas— que conforman la sociedad mexicana de nuestro siglo.

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Tal es el caso de los protagonistas de las historias que integran este libro: un topógrafo ferroviario que es enviado al extraño pueblo fronterizo de Petenchitlán, un cantinero que sufre los embates vengativos de un muerto empeñado en acabar con los licores del negocio, un viejo camaronero que no tiene ningún empacho en gozar de su propia hija, un poeta mediocre que pasa por encima de quien sea para obtener fama y fortuna, una niña terca empecinada en hacer realidad sus sueños lectores y un adolescente que se enfrenta de golpe y porrazo con la identidad de su progenitora.

“Recorrer los retorcidos pasadizos del ser, bajar a los oscuros pasajes de la humana condición, esa fue mi intención al escribir estos cuentos”, dice Vadillo Buenfil en una entrevista a propósito de Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones.

¿Y cómo no estar de acuerdo con el autor? Relato a relato asistimos a la develación del “espíritu canalla” —como Vadillo Buenfil lo nombra—, en su forma más pura. Pongamos el caso de “Caraevieja” y doña Arvella, la pareja protagonista de Ciertos malandrines, uno de los mejores cuentos de la colección. No hay nada respetable en ellos: son morosos, groseros, bebedores, aprovechados, insolentes…, incluso “Caraevieja” intenta infructuosamente consumar un incesto con Delia, una de sus hijas, quien, dicho sea de paso, resulta también ser una “fichita”.

El narrador, Nacho, vecino de la pareja en cuestión y eterno enamorado de Delia, cuenta la historia a toro pasado:

“En la privada de San Serapio casi todos coincidían: doña Arvella era el culmen de lo canallesco; un par de residentes opinaba en voz baja que “Caraevija”, su marido, no le iba a la zaga. En fin, con los años, el distintivo se afianzó para ambos.”

Casi al final de la historia, Nacho recuerda la respuesta que le dio su padre cuando se atrevió a comentarle que “Caraevieja”, enfermo, paralítico y diabético, había sido abandonado a su suerte por su propia familia.

“¡Pero con esos ni meterse, mientras más lejos mejor!”

¿Cuántos de nosotros no hemos conocido alguna vez gente de esa calaña? ¡Gente tan ruin que con solo verla se nos amarga el día! Cuando la violencia y mezquindad contaminan un núcleo familiar marginado, nos recuerda Vadillo Buenfil a través de sus letras, es mejor guardar distancia.

Por otra parte, aparte de retratar con ironía lo canallesco que pueden llegar a ser las personas en determinadas circunstancias, el gran acierto de este sexteto de narraciones, es la reinvención del lenguaje sureño, específicamente el que corresponde a la provincia de Campeche, donde nació Vadillo Buenfil. Utilizando un ritmo que casi raya en lo musical, el autor reproduce los modismos y estilos del habla de su región con tal maestría que al cerrar el libro nos queda la impresión de haber visitado personalmente un sector de la cálida y húmeda península yucateca.

Muchos escritores, con el tiempo, afirma Margo Glantz, acaban con una solemnidad intolerable. Por fortuna no es el caso de este narrador que ha obtenido, entre otros premios importantes a lo largo de su trayectoria, el prestigioso Premio Internacional de cuentos “Max Aub” en el 2001. Al contrario, Carlos Vadillo Buenfil se arriesga y, en la búsqueda de estilos narrativos diferentes, incursiona con el pie derecho en el ámbito de la irreverencia y entrega una colección de cuentos madura que retrata con refinado sarcasmo la sordidez de algunos segmentos de la sociedad mexicana.

AQ

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