alegriamtz@gmail.com
El humor per se, casi eliminado de nuestra cartelera teatral, se cuela hasta el centro del escenario ataviado de frac sobre el cuerpo de tres actores de larga trayectoria y uno de generación más joven, quienes entre un cúmulo de intentos por contar las aventuras de los personajes de Alejandro Dumas transitan de la rivalidad al compañerismo, entre zancadillas, bromas y rutinas que ejercitan la diversión con el desenfado que otorga una larga vida dedicada al teatro.
Héctor Bonilla y Patricio Castillo, quienes han participado en obras como El diluvio que viene, en los papeles del cura Silvestre y del alcalde Crispín, en 1981, formaron parte también del elenco de Aquel tiempo de campeones de Jason Miller en 1990, así como de Jugadores de Pau Miró, en 2014, y se unieron de nuevo para despedir el año y dar la bienvenida al 2019 en la obra Los mosqueteros del rey del dramaturgo argentino Manuel González Gil, en la que conjugan su experiencia, alto nivel de comunicación y registro actoral para crear personajes a partir de sí mismos, lo que les da una libertad lúdica de la que hacen alarde.
Con Pablo Valentín, actor más joven, con mayor experiencia en televisión, como parte de un elenco que completa Alejandro Camacho, quien incursiona en la comedia después de una larga y monocromática carrera, el montaje, que cuenta con la dirección de su autor, se vuelve una especie de juego de pistones en el cual el cuarteto de actores, que a ratos desespera a una audiencia ávida de historias redondas, consigue articular un buen ritmo de acciones truncas, reiterativas y disparatadas que se alejan de las conocidas aventuras de los inseparables amigos y mosqueteros del rey Luis XIII, y constituyen solo el pretexto para el jolgorio.
Camacho, quien al inicio hace gala de la postura gestual y corporal que lo caracterizan, desfrunce su seño hasta adquirir un rostro desconocido a medida que avanza la acción de esta obra basada en una dramaturgia de equívocos y actividades festivas, como si se tratara de un espectáculo para bar nocturno en el cual el espectador, sin sustancia etílica de por medio, entra al juego de los cuatro actores que están ahí por el gusto de hacerlo.
Pablo Valentín, a cargo del trajín físico que los demás ya no pueden realizar con la agilidad de antaño, deja de ser el galán, el vecino o el villano de televisión, para integrarse a la dinámica establecida por los otros tres, que arrastra a todos en un remolino de tinte caricaturesco con todo y canto.
Los mosqueteros del rey —del mismo autor de Made in Lanus, que en nuestro país se titula Made in México, dramaturgo argentino multipremiado que también cuenta con obras para niños— es una obra que a falta de anécdota propone un espacio de juego abierto para actores dispuestos a despojarse de armaduras, etiquetas y costras, para que una vez recuperados sus propios gestos, su risa franca y una imparable necesidad de juego, luzcan como un ser humano en estado diáfano.
Armada como un homenaje a un grupo de cómicos con afán celebratorio en una ciudad donde el Ángel que reúne a los chilangos aparece como símbolo unificador en un escenario vacío, salpicado de sombreros, capas plateadas, pelucas de trapo y algún frágil juguete, esta puesta en escena nos recuerda que lo aprendido es un medio para desprenderse de lastres que obstaculizan los vínculos entre iguales.
Compleja en su articulación escénica por la exigencia de recursos actorales que en su sencillez sustenten acciones simples en apariencia, la puesta en escena pareciera hecha con dedicatoria especial para aquellas personas que por dos horas quieran dejar de buscar el drama, la concientización o la tragedia, y dejarse ir como un niño capaz de divertirse con un cuarteto de mosqueteros que, después de un rato de rivalizar absurdamente, se entregan al juego solidario como única salvación posible.
Los mosqueteros del rey
Se presenta viernes, sábado y domingo en el Teatro Julio Prieto