Qué mano tan flexible y esmerada la de Mónica Lavín para introducir una anomalía en la realidad, en apariencia inconmovible, que establecen los 23 relatos de El lado salvaje (Tusquets), y qué deslumbrante galería de personajes la que proyecta con trazos certeros. Las rutinas y los espacios cotidianos se llenan de estupores.
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Pero no vaya creerse que sus personajes —impacientes como una turista en San Diego, traviesos como un indigente comiendo pastel de manzana en una cafetería, histéricas como una cincuentona marchita— llevan vidas sosegadas. Aunque se pintan las uñas de los pies o celebran su cumpleaños, aunque pugnan por semejarse a muchos de nosotros, tan poco llamados a habitar las páginas literarias, terminan siempre por toparse con una dimensión insólita de la existencia. De modo que no deberíamos engañarnos, insiste en sugerir Mónica Lavín: lo que damos por sentado puede guardar consigo más de una sorpresa.
No se trata de la irrupción de un elemento fantástico, ni siquiera de una sensación de extrañeza frente a lo que tratamos en vano de acomodar en este mundo. Se trata, quiero creer, de explorar las posibilidades —insospechadas— que ofrece una situación, una intuición. Por ejemplo: ¿qué podría deparar un viaje en automóvil por uno de esos deprimidos que corren por algunas zonas del sur de la Ciudad de México?, ¿es dado esperar algo más que sol y tragos coloridos en una casona señorial de Acapulco?, o ¿qué otro daño podría sufrir un piano que no fuera un rayón? Con esas minucias, y muchas otras, Mónica Lavín arma una pachanga.
Incluso cuando todo transcurre en tonos apagados, como en ese hermoso relato sobre las oportunidades perdidas y al amor a destiempo que es “El olor de la gobernadora”, hay una nota discordante en medio de la convencional armonía: una migaja que la protagonista desliza para que caiga del mantel: un al diablo con las ilusiones.
Ni ante los guiños del lado salvaje —en el relato que bautiza al libro—, Mónica Lavín se permite un momento de estridencia. Se mueve con suavidad, casi hablándonos en susurros, como si temiera incomodar a la fiera que aguarda la oportunidad para manifestarse en un manglar o en un centro comercial. Se mueve, ya es tiempo de decirlo, con renovado temperamento chejoviano.
El lado salvaje
Mónica Lavín | Tusquets | México, 2024
AQ