El magisterio de los lunes

In memoriam

Celebramos a José de la Colina, autor de un capítulo esencial en la historia de los suplementos culturales en México, quien estaría cumpliendo 90 años.

Jorge López Páez y José de la Colina. (Foto: Moramay Kuri)
Ernesto Herrera
Ciudad de México /

Pasado el tiempo, la opinión de un escritor mexicano expresada hace décadas se mantiene vigente: quien aspire a ser escritor y no vaya a proponer sus textos al suplemento cultural o revista que le guste, no tiene nada que hacer en el medio literario. Cuando me tocó seguirla —en la segunda mitad de 1990—, el suplemento por el que aposté fue El Semanario Cultural de Novedades dirigido por José de la Colina. Si entre amigos y colegas digo que era mi suplemento, se debe a que las circunstancias me permitieron como lector seguirlo desde su nacimiento hasta poco más de veinte años después cuando terminé como su Jefe de redacción.

Eduardo Lizalde y De la Colina crearon El Semanario; el director era Lizalde y De la Colina fungía como Jefe de redacción. No mucho después, Lizalde dejó el suplemento y la dirección recayó en De la Colina. Cuando yo llegué a proponer mi primera colaboración el equipo lo completaban Juan José Reyes como Jefe de redacción, Noé Cárdenas como Secretario de redacción y Moramay Herrera Kuri como fotógrafa. Yo llevaba una notita musical para una sección miscelánea, pero Noé Cárdenas me señaló que mejor hiciera una reseña de un libro y si era sobre un asunto mexicano, mejor. Mi primer aprendizaje indirecto de lo que era De la Colina como director fue ese: en El Semanario debería haber un equilibrio entre las notas internacionales y las locales.

En las tertulias que se hacían en la redacción los lunes, que era el día en que se entregaba el material y se preparaba el nuevo número, De la Colina ejercía su magisterio sin pose alguna; a mí me tocaba escucharlo y aprender. El buen manejo del lenguaje era su principio. Él decía que quería alguien que en principio redactara bien; si tenía talento como escritor, eso se vería después. Ya siendo yo parte del equipo, sus indicaciones eran más precisas. Cuando llegaba una entrevista llena de muletillas orales, exclamaba “Pues transcríbanle también los gases” (y aquí uso un eufemismo). Juan José Reyes y Noé Cárdenas me contaban de su carácter explosivo cuando la edición no estaba saliendo según sus exigencias de calidad. Conmigo su carácter se apaciguó. Las pocas veces que afloraban sus furores era cuando se daba cuenta de una palabra mal empleada o una figura que para él no tenía sentido como “dueño de una pluma febril”. Quien lo hiciera, lo más seguro era que ya no volviera a colaborar. Su mayor enseñanza fue que el objetivo al editar un suplemento era ser amable con el lector, hacerle leve la lectura.

El niño del exilio

Por María Teresa Meneses


Era un niño. Era un niño que ayer habría cumplido 90 años. Hoy, el recuerdo me trae la mirada límpida de José de la Colina. Esos días azules y ese sol de la infancia se habían instalado para siempre en esos ojos inquisitivos y llenos de asombro en los que, a veces, muchas veces, se asomaba una lágrima. Precedido por su fama de beligerante y poco afecto a soportar la estulticia de la faunita literaria, por mera precaución ante el filo de su guadaña, me acerqué tarde a él, a pesar de que ya publicaba mis traducciones de autores italianos en el 'Semanario Cultural de Novedades', que liderado por José de la Colina, constituyó toda una escuela de formación editorial y literaria para los escritores noveles durante los veinte años de vida del suplemento que había fundado junto con Eduardo Lizalde en 1982. La labor de José de la Colina como editor y periodista cultural fue reconocida tempranamente, en 1984, cuando le fue otorgado al 'Semanario Cultural de Novedades' el Premio Nacional de Periodismo Cultural.

Yo conocí a José de la Colina en la última etapa del 'Sema', como acostumbrábamos decirle de cariño y para ahorrar palabras. Unos pocos años después, tuve el privilegio de pasar de colaboradora a miembro de la mesa de redacción, hasta que el negocio cerró y se echaron abajo las cortinas, concluyendo con una época fundamental de la historia de los suplementos culturales en México, que no puede escribirse sin nombrar a José de la Colina.

    Editor sin concesiones ni medias tintas, en sus temidas reuniones editoriales de los lunes incluso salían hechos añicos por su voraz crítica, textos de escritores con varios libros publicados a sus espaldas. “Polemista honrado y valiente”, ha dicho Adolfo Castañón de este niño que nos trajo el exilio español en 1940. Orgulloso del linaje de su padre, José de la Colina fue un hombre honesto y fiel a sus convicciones que después del trabajo pasaba a tomarse una copa al Salón Palacio y regresaba en metro a casa, con su siempre amada María. Recuerdo una vez que nos subimos al metro: todo el trayecto nos fuimos recitando a nuestros poetas preferidos, desde los del Siglo de Oro español hasta el hermetismo italiano, en un duelo de memoria en el que salió airoso el amor por la literatura. ¡'Chapeau' José de la Colina!

AQ

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