¿Por qué la existencia vasta y, por decirlo así, más exterior, como sucede con la inmensa realidad del mar, surge o puede surgir de lo más interior y, acaso, del lugar más ausente y oscuro? ¿Cómo es posible que las cosas vivas trasciendan lo más propiamente real en la irrealidad del pensamiento, “como si repicaran hacia adentro/ de sí, de la materia, y se expandieran en lo eterno”?
Andrés Sánchez Robayna ha perseguido, a lo largo de su obra lírica, la imagen del mar y con él, las del sol, el cielo y las nubes. Desde sus primeras composiciones, “Día de aire”, aparece la presencia marina: “Mira la extensa fábula del mar...”, esa casi innombrable simultaneidad de elementos donde todo es centelleo y donde, siempre de modo sorpresivo, brota el efecto de un centro, de un foco abarcador, de una inmovilidad en la fuente del cambio.
Tan fuerte es la constancia y consonancia del mar en la poesía de Sánchez Robayna que quizá no es atrevido afirmar que él ha tratado de capturar en una sucesión de poemas que parecen diferentes, pero que de alguna forma son siempre el mismo texto, el murmullo atlántico de Las Palmas Canarias invocando el mar, el mar que siempre en sí comienza.
Desde esta perspectiva, aunque podríamos señalar en el desarrollo de su poesía momentos diferentes —sitios donde podemos ver las huellas de Juan Ramón Jiménez, Paul Valéry, Jorge Guillén, Haroldo de Campos o Ramón Xirau—, tiene un interés mucho mayor descubrir que todas esas etapas, todas estas múltiples marinas que Sánchez Robayna ha representado por cerca de 50 años con una minuciosidad increíble y muchas veces a través de hermosos paisajes oceánicos en miniatura, son una sola representación. Incluso podríamos decir, arriesgándonos todavía más, que en todas esas marinas —en un avance progresivo incesante— había un cuadro luminoso que no estaba, que no podíamos ver, a pesar de intuirlo, y que hoy sí está y podemos mirarlo en Por el gran mar (Galaxia Gutenberg, 2019). [Lee un fragmento aquí]
De ninguna manera pretendo quitarle valor a un conjunto de libros realizados cuidadosamente, pero sí quiero destacar que en este último título aparece una plenitud diferente, la cual, siendo semejante a la anterior, es distinta, más cabal y, sobre todo, colmada y que podemos descubrir que ella —presencia indudable— proviene de manera forzosa y trágica de la pérdida. La presencia verdadera, ausencia sin remedio, llena ahora los poemas de Sánchez Robayna y los vuelve en su medida mesurada, conocedora, sabia, si no enormes y desmesurados como el mar, sí ineludibles en el mínimo, pero exacto, atisbo de lo interior: “Regresas a mis ojos, a mis manos,/ el sueño se entreabre a la presencia”. Y esta cavidad, este hueco, representa: “no una idea de la casa, sino la casa misma/ que un día fue futuro y hoy pasado/ y, en el hoy, un encuentro de pasado y futuro”. Con este nuevo libro de Sánchez Robayna ha ocurrido lo ideal: el último texto de una cadena vuelve diferentes todos los textos anteriores y los realiza.
ÁSS