La exposición Antonio Caballero. Fotografía 1953-1985, en el Museo de Arte Moderno (MAM) de la Ciudad de México, es una puerta abierta a la historia, la ciudad, la arquitectura, la moda; al espectáculo y sus estrellas, algunas olvidadas y otras perdurables como Elvira Quintana, Elsa Aguirre, Sasha Montenegro, Fanny Cano, muerta en un accidente de aviación el 7 de diciembre de 1983 en el aeropuerto de Barajas, España.
La muestra es un reconocimiento al trabajo del pionero de las fotonovelas en México, género inventado en Italia en 1947, “bajo el influjo del neorrealismo, de la mano de revistas como Bolero o Il Mio Sogno”, como precisa Álex Vicente en un ensayo publicado en enero de 2018 en Babelia.
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Con miles de lectores en Italia, Francia y España, la fotonovela se impuso también en América Latina, sobre todo en Brasil, Argentina y México, con sus historias edulcoradas, sus personajes maniqueos, sus finales felices, distantes de la realidad de mujeres víctimas de las leyes y los prejuicios de la época. Sin embargo, dice Marie-Charlotte Calafat, maestra en Arte y Cultura por la Sorbona, citada por Álex Vicente, la fotonovela “puede parecer conservadora por su resolución, pero por el camino habla de divorcio, de las dificultades de la mujer para integrarse en el trabajo y emanciparse de la religión y del poder masculino. En cierta manera, se anticipa a los cambios que vendrán más tarde. La fotonovela funciona, en ese sentido, como un sismógrafo social”.
Antonio Caballero se convirtió en el primer director y productor de fotonovelas en México, en 1965, por invitación de Leon K. Wainer, director de las revistas Rutas de pasión y Nocturno, en Novedades Editores. Hasta ese momento, las fotonovelas se importaban de Italia, Brasil y Argentina, traduciéndolas en el caso de los dos primeros países. Hacerlas aquí fue un cambio notable, con la incorporación de actrices y actores nacionales, con escenarios que resultaban familiares o paradigmas de la modernidad del país, como las Torres de Satélite, Ciudad Universitaria o el Conjunto Habitacional Nonoalco Tlatelolco, inaugurado el 21 de noviembre de 1964.
Encuentro con Héctor García
La exhibición en el MAM recorre 32 años de la carrera de Caballero. Las primeras fotos son las de un aficionado que captura escenas y personajes de su barrio: una vecindad a punto de derrumbarse, un domador con un oso bailarín en un espectáculo callejero; son sus pasos inaugurales en una profesión a la que ha dedicado su vida.
Antonio Caballero nació el 17 de enero de 1940 en Tetrazzini 26, en
Peralvillo, uno de los barrios históricos de la Ciudad de México. Nació en un país de 22 millones 600 mil habitantes, en un hogar pobre, en una ciudad de marcados contrastes sociales, pero amable, de noches interminables y grandes estrellas; el cine mexicano estaba en su esplendor, en su Época de Oro, y el glamur era ineludible en el star system.
De Peralvillo, la familia de Antonio se mudó a la colonia Guerrero, donde en la adolescencia conocería a Héctor García, quien lo hizo su ayudante y lo inició en los secretos de la fotografía profesional. Aprendió rápido y comenzó a cubrir algunas actividades a las que Héctor, por exceso de trabajo, no podía acudir. Fue conociendo gente, adquiriendo experiencia, fogueándose en todo tipo de fotografía —de política, espectáculos, deportes, moda—, y esto se advierte en la muestra del Museo de Arte Moderno, curada por Iñaki Herranz, en la que aparece el reflejo de una ciudad de altos contrastes, con sus barrios populares y el lujo de grandes avenidas, de residencias y hoteles como el Alameda, destruido por el terremoto de 1985.
Con Héctor García, Antonio Caballero aprendió a ser independiente. Siguió su ejemplo y se separó de él para construir su propia historia como freelance, al principio utilizando laboratorios prestados para revelar sus fotos, asociándose con otros fotógrafos, cubriendo todo tipo de órdenes para periódicos y revistas. Colaboraba en Guerra y crimen, Nota Roja, Ráfaga, La Voz, El Vocero, Imagen, Siga, Jueves de Excélsior, El Fígaro y Cine Mundial, en donde publicó la foto que más fama le ha dado, producto de la audacia pero también de la suerte.
El 22 de febrero de 1962, en el Salón Virreinal del Hotel Hilton Continental, toda la prensa mexicana se congregó para una conferencia de Marilyn Monroe, la estrella más grande de Hollywood. Antonio, de 22 años, quien ya había hecho fotos de actrices como Brigitte Bardot, Merle Oberon y Maureen O’Hara, tomó ese día una imagen que le daría la vuelta al mundo: Marilyn risueña, con una copa de champaña en la mano derecha, las piernas entreabiertas y sin ropa interior. Ni el propio Caballero supo lo que había tomado, hasta que reveló el rollo. El director de Cine Mundial, Octavio Alba, indeciso, tardó dos días en publicarla, con un sticker cubriendo el pubis de la actriz.
En el catálogo de la exposición, Iñaki Herranz habla de la influencia de Héctor García en Caballero, de la que —dice— dan cuenta “sus vistas de la ciudad, la fotografía de calle, las sesiones de modelaje con la urbe de fondo, el registro de la vida nocturna y, sin duda, un cierto sentido del humor imperante en muchas de sus imágenes”.
La influencia es evidente al comienzo de su carrera, después despliega un estilo propio, una manera personal —elegante, precisa y a la vez sugestiva— de emprender el registro fotográfico, ya sea a través del retrato, del fotorreportaje o de las escenas minuciosamente preparadas para las fotonovelas, en las que se nota su experiencia en el cine, del que fue un apasionado desde niño y en el que también participó como fotógrafo.
La exposición de Antonio Caballero en el MAM, que incluye retratos suyos, uno de ellos atribuido a Héctor García, invita a reflexionar sobre el pasado reciente del país y la ciudad. Es una crónica sobre las promesas de la modernidad envuelta en la nostalgia, pero también, y sobre todo, es la historia de un mundo que cambia de manera inexorable.
ÁSS