El ocaso escénico de Joaquín Sabina

Doble filo

El autor de memorables himnos al vital desenfreno, el amor y la melancolía, tiene un público cómplice que acepta vinagre en vez de vino.

Joaquín Sabina, cantautor español. (Foto: Natacha Pisarenko | AP)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

I

La obra musical y poética de Joaquín Sabina tiene un lugar reservado en la historia para cuando él, tan fumador, chupe Faros. Los dedos de las manos (y pies) no alcanzan para mencionar todas las buenas canciones que ha compuesto durante más de cuatro décadas.

También es un tipo con sentido del humor y agilidad mental. Sus conciertos son una grata experiencia, aunque de un tiempo a la fecha se disculpa mucho por no estar en plenitud de facultades.

Sería injusto decir que el andaluz da gato por liebre a quienes pagan por verlo, ya que la mayoría de sus fans se vuelcan en aplausos y vítores cada vez que habla de su mermada salud. Digamos que los seguidores incondicionales son los que aceptan con gusto vinagre en vez de vino.

Hay que decir que tal complicidad él se la ha ganado a pulso, pero también existe otro tipo de espectador que no está cegado por la admiración y paga su boleto esperando una mejor recompensa.

Algo más grave es la cancelación de conciertos sin la debida antelación, tal como sucedió con el show programado para el 25 de octubre pasado en Puebla. Imaginemos a un fan que vive en ese estado, pero no en su capital, o en Veracruz, Tlaxcala o Morelos, que compra un boleto varias semanas o meses antes y finalmente realiza el viaje para acudir a la cita anhelada y le salen conque a Chuchita la bolsearon.

II

El 27 de octubre pasado, en el Auditorio Nacional, Joaquín Sabina se disculpó a distancia con los poblanos endosándole a Moctezuma el asunto con su famosa venganza. El chascarrillo hizo reír a los asistentes, pero no creo que le haga mucha gracia a quienes adquirieron su boleto por internet y tienen que ser muy pacientes para tramitar el reembolso, sin recuperar la comisión que pagaron. De los gastos que hayan hecho algunos de ellos para trasladarse de su lugar de origen a la ciudad de Puebla, mejor ni hablar.

El 29 de octubre, también en el Auditorio Nacional, Sabina se disculpó por otra razón: “Llevamos ya 47 conciertos en varios continentes y me faltaba el día de hoy para comprobar algo que ya sé desde hace muchos años: que en el escenario también se sufre”. Se refería a problemas en la garganta y sus repercusiones: “Me está costando sacar esta voz de lija y eso me avergüenza”.

Lamentó, en especial, que entre el público estuvieran sus dos hijas (“a quienes no hay nada que les guste más en el mundo que ver a su padre hacer el ridículo”) y sus respectivos novios (“para que me pierdan el respeto de una puta vez”). También le dolió que esa noche lo vieran los cantantes españoles Vanesa Martín y Leiva (productor del disco de Sabina Lo niego todo), más algunos familiares de Vargas Llosa.

¿Cómo reaccionó la gente? Con varios minutos de aplausos y gritos de apoyo incondicional que provocaron ojos vidriosos en su ídolo. Sabina domina la escena y, como Houdini, sale bien librado.

¿Qué siguió? Un concierto con muchos de los éxitos del ibérico, quien los ofreció sentado (por prescripción médica desde que sufrió un derrame cerebral en 2001), medio cantando, medio platicando. Y, claro, con el apoyo de un coro monumental de casi diez mil fanáticos, muchos de los cuales pagan para oírse a sí mismos mientras recuerdan pasajes importantes de sus vidas.

La gira Contra todo pronóstico incluyó otras dos presentaciones en la Ciudad de México: 2 y 8 de noviembre, esta última programada inicialmente para el 31 de octubre (con todo lo que ese cambio implicó para el público). Además de Guadalajara y Monterrey (5 y 11 de noviembre, respectivamente).

III

Cuando el autor de “Peces de ciudad” dijo que había vuelto a saber que en el escenario también se sufre, posiblemente recordó la noche en que cantó cinco temas en Gijón, en 2005, y tuvo que retirarse del escenario, aquejado por una laringitis. En esa ocasión escribió un poema titulado “Gatillazo gijonés”, que en algún pasaje dice: “Mi garganta pajillera / con costo en la faltriquera / dijo que sí pero no”.

También vivió una época en que dejó de presentarse en público. Padeció depresión luego del derrame cerebral y en aquellos momentos el escenario le parecía un lugar agreste que no debía pisar.

En 2017 dio cuatro conciertos en el Auditorio Nacional de su gira Lo niego todo. En uno de ellos comentó: “No sé si sean los nervios o la altura que me afecta siempre los primeros días en México, pero siento que me falta el oxígeno. Ustedes me darán el boca a boca, ¿verdad?”. La respuesta fue un estentóreo y muy largo “¡sííííííí!”.

En 2000 Sabina me dijo en una entrevista para Milenio Semanal: “Me cabreo cuando he dado un mal concierto y tengo éxito”.

IV

Tal vez el mejor disco de Joaquín Sabina sea 19 días y 500 noches (1999), el mismo que tres lustros después se recreó con una gira denominada 500 noches para una crisis. A mediados de 2015 el juglar, obviamente, estaba en mejores condiciones que ahora (aún cantaba de pie) y ofreció cinco conciertos en el Auditorio Nacional sin mayores contratiempos.

Todas las canciones de ese álbum son magníficas. Van del rocanrol al blues, de la rumba flamenca al tango y una ranchera de colofón: “Ahora que…”, “19 días y 500 noches”, “Barbie Superestar”, “Una canción para la Magdalena”, “Dieguitos y Mafaldas”, “A mis cuarenta y diez”, “El caso de la rubia platino”, “Donde habita el olvido”, “Cerrado por derribo”, “Pero qué hermosas eran”, “De purísima y oro”, “Como te digo una ‘co’ te digo una ‘o’”, “Noches de boda”.

¿Cuál es la receta para escribir una gran canción según Sabina? “La mezcla de una buena letra, una buena música, un buen arreglo, una buena interpretación y algo más que nadie sabe qué es, pero es lo único que importa”, tal como ha dicho en diversas ocasiones.

V

En la gira 500 noches para una crisis Sabina estrenó “Ese no soy yo” (“It Ain’t Me Babe”), “versión muy libre de una canción de Robert Allen Zimmerman, mejor conocido como Bob Dylan”, según explicó él mismo en escena. También dijo que “desde hace cuarenta años quería homenajearlo, pero para algunas cosas soy muy lento”. La melodía es casi la misma, aunque modificó la letra: “No quiero ser tu enemigo / ni tu andén ni tu alcanfor / ni príncipe ni mendigo / ni Jack El Destripador”.

Bob Dylan es uno de los caudalosos ríos en los que abrevó Sabina para crear su propio estilo. Otra de sus influencias es el cantautor francés Georges Brassens (1921-1981). En 1980 Sabina compuso con Antonio Sánchez su primer gran éxito, “Pongamos que hablo de Madrid”, luego de escuchar el último álbum de Brassens, Trompe la mort.

Sabina también tiene vasos comunicantes con Tom Waits, a quien honró con el blues “La canción de las noches perdidas”, que forma parte del álbum Física y química (1992).

El autor de los pícaros sonetos del libro Ciento volando de catorce (¡espléndidos los dedicados a José Tomás!), solía decir que no pagaría por ir a un concierto de él mismo, pero sí de su admirado Leonard Cohen (1934-2016), cuando el canadiense aún estaba vivo.

Todo mundo sabe que Sabina también venera las composiciones de José Alfredo Jiménez y el canto de Chavela Vargas. “Y nos dieron las diez” y “Noches de boda” son un par de homenajes al de Guanajuato y la mexicana nacida en Costa Rica.

The Beatles y The Rolling Stones fueron los grupos que Sabina escuchó con fruición en discos cuando, a principios de los setenta, salió huyendo de la España franquista y se refugió en Londres. Tenía escasos 20 años y toda una vida por delante.

Hoy, que está cerca de cumplir 75, ya va siendo hora de que se corte la coleta en lo que a presentaciones personales se refiere. Tiene una gran oportunidad para irse con bombo y platillo el próximo 20 de diciembre, en el Palacio de Deportes de Madrid, cuando finaliza su actual gira.

Otra opción para un adiós inolvidable podría ser una último tour de pocos conciertos y cerrojazo en Las Ventas de Madrid, donde ya ha triunfado varias veces. Su carrera merece un punto final con salida en hombros por la puerta grande y no a través del callejón rumbo a la enfermería.

AQ

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