El peregrino de cementerios

Al margen

Entrelazando reflexiones sobre la vida y la muerte, 'Saludos lejanos' es un homenaje a grandes artistas y una visita a sus tumbas.

El poeta Marco Antonio Campos. (Foto: Jesús Quintanar)
Alma Gelover
Ciudad de México /

Marco Antonio Campos reúne “doce visitas a tumbas de artistas y escritores ilustres” —como él mismo advierte— en el libro Saludos lejanos, publicado por la editorial colombiana Domingo Atrasado. No le gustan los cementerios al poeta de Los adioses del forastero, pero algunas veces los recorre para ver dónde reposan aquellos cuya vida y obra se le quedaron grabados “como una casa en el corazón”. Aquellos entre quienes se encuentran Mozart, Keats, los hermanos Van Gogh, César Vallejo, Modigliani, Rimbaud, José Revueltas.

No son textos inéditos, forman parte de otros libros, pero se leen como si hubieran sido escritos ayer. Los personajes nombrados en la antología no fueron felices —excepto Valéry— y al estar frente a su tumba, escribe Campos: “se siente en el alma una combinación de dolor y tristeza que no es posible expresarlos en palabras, o se expresan como se puede o hasta donde se puede”.

El volumen comienza con Mozart, el genio de Salzburgo, quien murió el 5 de diciembre de 1791 y sus restos se encuentran en el cementerio de St. Marx en Viena. Fue sepultado en una “tumba de pobres” junto a otras cinco personas”, por lo que nadie conoce el lugar exacto donde reposa. En su crónica, Campos escribe: “El sitio es una suerte de final de peregrinaje para gente que viene de todo el mundo […]. Bajo una columna, calculadamente rota, se lee en una lápida vertical: W.A. Mozart, 1756-1791”.

La mirada de Marco Antonio Campos es penetrante, habla de los muertos y de sus obras, esboza aspectos de su vida, describe los cementerios que visita, el estado que guardan las tumbas, algunas con flores, otras olvidadas. Va al Cementerio de los ingleses, en Roma, para encontrarse con el recuerdo de John Keats, en cuyo epitafio se lee: “Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en agua”, va al de Charleville-mezières para pensar en Rimbaud, quien en realidad deseaba quedarse Adén, frente al mar, pero su cuerpo fue trasladado desde Marsella por su hermana Isabelle para complacer a su madre. En Charleville, dice el poeta mexicano: “El aroma de las flores y de la hierba sube y el aleteo de las golondrinas rasga de pronto el aire. Y pienso que en momentos bellos como este, Rimbaud se vuelve, como a sí mismo se decía, ‘el dueño del silencio’”.

El cariño y la unión en la vida y en la muerte de los hermanos Vincent y Theo Van Gogh, que reposan juntos en el Cementerio de Auvers-Sur-Oise también son motivo de una elegía de Campos, como lo es su visita al Cementerio de Montparnasse para ver la tumba de César Vallejo, cuya vida estuvo marcada por el infortunio: “Miro la tumba de Vallejo y me nace un grave sentimiento de tristeza al imaginar una vida de dolor y de orfandad”, escribe el autor de Viernes en Jerusalén.

El libro cierra con una visita de amigos a la tumba de José Revueltas que se encuentra en el Cementerio Francés de la Ciudad de México. Revueltas fue para la generación de Campos, la generación del 68, una inspiración, como él, no querían cambiar el mundo, sino crear otro mundo: “más libre y fraternal. En eso Revueltas fue para muchos de nosotros un ejemplo político, intelectual y ético de la altura del abedul”.

Kafka, George Trakl, Manuel Acuña y José Asunción Silva son otros de los personajes mencionados en este libro que es de remembranzas pero también de homenaje a los grandes creadores de distintas épocas y lugares, porque finalmente el arte y la cultura trascienden las fronteras del tiempo y el espacio.

AQ

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