El rey Arturo

Poesía en segundos

Su reaparición bajo el nombre Las crónicas de Excalibur nos conduce a la pregunta: ¿qué es lo que tanto nos atrapa de esta leyenda?

Charles Ernest Butler, 'Rey Arturo', 1903. (Wikimedia Commons)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

En tanto que la mayor parte de las publicaciones literarias prefieren, arrastradas por los medios, obras de carácter actual, patético y más o menos realista, otras pocas intentan hacer de lo quimérico y del pasado un punto de apoyo para intentar crear un espacio distinto de relectura y reflexión.

Quizá por un efecto contradictorio, las sombras del tiempo pasado iluminan con más claridad que la luz del presente. Lo remoto puede mostrar, por comparación y en un salto epistemológico, lo auténtico. Así, en la recuperación de mitos o leyendas surge un poder comprensivo que nos abre los ojos.

Una leyenda recurrente es la saga del rey Arturo, que ha vuelto a reaparecer bajo el nombre de Las crónicas de Excalibur (RBA Coleccionables, 2022). Este pequeño o enorme cuento no deja de ir y venir, en buenas o malas versiones. ¿Qué tiene de extraordinario? Su flagrante violencia física, sexual y familiar, ¿nos atrapa? Aunque esto es importante, quizá su atractivo radique en otra cosa: la experiencia de la búsqueda, presente en todo el ciclo de la leyenda, pero sobre todo en Lancelot del lago y, en especial, en La demanda del Grial.

En la saga artúrica hay, tanto en los versos de los romances de Chrétien de Troyes como en la minuciosa narrativa de la Vulgata, un ralentizar que nos sumerge en nosotros mismos y nos hace querer lo perdido e inalcanzable. Tal vez la razón por la que De Troyes ha sido considerado el primer novelista, siendo más que nada un poeta, provenga de esta búsqueda ralentizada en múltiples combates y en la servidumbre a carismáticas Damas. Con De Troyes no hallamos la puesta en escena de un fin trágico bien conocido. El enigma reside en la constante postergación de un anhelo, que además nunca es claro del todo, porque siempre es simbólico.

Eliot echó mano del método mitológico y por eso entrelazó la leyenda artúrica con su poema La tierra baldía. En la introducción a las notas sobre el poema, T. S. Eliot declara que el título y el plan general de la composición “fueron sugerencia del libro de la Srta. Jessie L. Weston sobre la leyenda del Grial: From Ritual to Romance (Cambridge)”. De este modo, Eliot convirtió la seductora obra de la erudita inglesa y, con ella, el complejo e inmemorial origen de la leyenda normanda, griega y, tal vez, aria, en las claves de la comprensión de su poema. Las referencias al rey pescador, al soneto “Parsifal” de Verlaine y a los Upanishads no son alusiones gratuitas sino claves esenciales que transforman la esterilidad, la frivolidad sexual y la impotencia en un eje de la composición.

A principios del siglo XX, Joyce y Eliot escribieron, en claroscuro, dos obras fundamentales de la modernidad, donde la gastada estética realista (a la que hemos regresado) cobraba nueva vida bajo la fuerza de la erudición y las analogías. Así, al volver a leer, en este método de superposiciones simbólicas e inversiones, el ciclo del rey Arturo y los complejos encerrados en él (la generosidad fruto de la maldad: Merlín; la pureza del adulterio: Lancelot y Ginebra; los hermanos incestuosos: Morgana y Arturo; la intensa pasión no sexual: Lancelot y Galahot; la impotencia y el reino devastado: el Rey Pelés), ¿viajamos hacia atrás o hacia delante? ¿Corremos a un pasado primitivo e inverosímil o hacia a nosotros mismos?

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.