El sueño de Maquiavelo

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

El autor de 'El príncipe' parece no temer ir al infierno. Creía, más que en la virtud, en la fortuna.

Nicolás Maquiavelo, 1469-1527. (Especial)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Nicolás Maquiavelo soñó que se encontraba con una muchedumbre de desharrapados, miserables, muy tristes. Les preguntó quiénes eran: “somos los santos y beatos, vamos camino del Paraíso”, le respondieron. Detrás de éstos, alcanzó a ver otro grupo, de personajes bien vestidos, elegantes y solemnes; al acercárseles, escuchó que debatían entre ellos de ideas y cosas políticas. Reconoció entre ellos a Platón, Plutarco y Tácito y, al preguntarles, dijeron: “somos los condenados del Infierno”. Desde entonces, Maquiavelo decía a sus amigos que prefería ir al infierno que al Paraíso. Poco antes de morir, recibió la visita de un cura. Conversaron un rato, pero Maquiavelo rechazó la extremaunción: era verdad que prefería el Infierno.

Estoy resumiendo anécdotas de cuatro libros estupendos: Maurice Joly, Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu (Muchnik); Federico Chabod, Escritos sobre Maquiavelo (FCE); Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno (FCE), y Maurizio Viroli, La sonrisa de Maquiavelo (Tusquets). Ninguno de los cuatro descarta, ni autoriza, la leyenda de Maquiavelo. Parece sueño de diseñador, útil y redondo para sus pocos afectos y sus muchos odiadores, pero qué va uno a saber de sueños de otros, y de hace tanto: la relación con las imágenes tenía que haber sido muy distinta. A nosotros, nuestros aparatos pueden rafaguearnos con cientos de imágenes por minuto, pero en junio de 1527, cuando murió Maquiavelo, la relación entre psique e imagen tenía que ser más perenne y, las imágenes, unas pocas, hacían un trabajo lento y profundo en los meandros que fluyen entre mente y cerebro.

¿De veras prefirió irse sin el viático del perdón de los pecados? Es como una apuesta de Pascal, pero en siniestro. Se necesitan tripas. O, disposición peculiar en su tiempo, un ateísmo no tocado por la duda. No sería raro, después de haber tratado y parlamentado con el papa Julio II, un loco peligroso cuya osadía halló siempre de su lado a la Fortuna. Es el capítulo XXV de El príncipe, donde Maquiavelo halla dos requerimientos necesarios para la política: la Virtù y la Fortuna. No hay virtud suficiente o que lo pueda todo. Y logra definirla al modo de la república romana, recurriendo a los grandes latinos y, sobre todo, a Tito Livio. Pero no es suficiente con la virtud: no alcanza. Se requiere un caudal mucho mayor y que no tiene dueño: la Fortuna. Azar, suerte, son buenos sinónimos racionales, pero malas imágenes. Porque dice Federico Chabod una cosa notable: cuando Maquiavelo no puede concluir, recurre a imágenes, metáforas y alegorías. Claro: cuando el carro de la lógica no da, Maquiavelo se sube al avión de la analogía, las imágenes cinéticas, los relatos.

La Fortuna es la negación de la política como ciencia (y estoy desvalijando a Quentin Skinner): no hay cálculo predictivo que valga como conocimiento y, sin embargo, no se puede hacer política sin anticipación del futuro. Apostar. Y, más que la rueda, la ruleta. Hay algunas maneras de congraciarse con la Fortuna: la prudencia es la más importante, y casi a la par la precaución.

Lo notable es que los cuatro comentadores reconocen dos cosas: la relación de Maquiavelo con la poesía y, especialmente la suya, la de su propia lengua toscana, de Dante a Petrarca (El príncipe cierra con unos versos de Petrarca), y el paralelo con el famoso “Sueño de Escipión”, que Maquiavelo conocía en Sobre la república, de Cicerón. Escipión africano se le presenta a su nieto en un sueño para decirle que “a todos aquellos que han conservado, ayudado y engrandecido la patria [es decir, los defensores de la República, que se han opuesto a la dictadura] les está asegurado en el cielo un sitio especial, donde gozan de la eternidad”.

Lo raro es que ninguno de los cuatro comentaristas recuerde la otra imagen, bien conocida por Maquiavelo, y perfectamente pertinente para la confección de su sueño: el canto IV del Infierno de Dante, donde el poeta florentino se halla con Homero, Horacio, Ovidio y Lucano; como lo acompaña Virgilio, dice Dante, entonces los poetas “éramos seis”. Pero no hay conversación: los espectros de los poetas son sólo las sombras que ha dejado el aburrimiento de la eternidad.

Si la influencia de Dante es significativa, hay que creer que el famoso sueño de Maquiavelo es un infundio adecuado porque sería mucho peor la eternidad discutiendo de la Virtud y la Fortuna donde ya no hay República.

AQ

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