El surrealismo: después y más allá

Poesía en segundos

La exposición 'Sólo lo maravilloso es bello', exhibida en el Museo del Palacio de Bellas Artes, exploró la relación que México tiene con el movimiento surrealista.

Wolfgang Paalen en París, 1933. (Foto: Museo del Palacio de Bellas Artes)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

Para la poesía mexicana es un motivo de interés inevitable cualquier evento donde el surrealismo vuelve, o revuelve, la atención. Aunque esta corriente nunca fue dominante entre nosotros, como sí lo fue el modernismo o el muralismo, no cabe duda de que este arte juguetón y rebelde, en búsqueda del inconsciente, representó una corriente viva, manifiesta de muchas maneras en nuestra creación literaria y pictórica. Así, aunque sea una frase trillada decir que México es un país surrealista, por sus desplantes escatológicos y absurdos, y sea también un lugar común evocar las visitas de Antonin Artaud y André Breton en la década de los treinta, la presencia de esta poética alrededor de la imaginación onírica es significativa e indiscutible.

El arte moderno mexicano, en particular la poesía y la pintura, más que estar influidos por el surrealismo, tienen un nexo de reciprocidad con él. Ello significa que los artistas de México estuvieron y han estado atraídos por las invenciones de este movimiento, pero las asumieron y las enriquecieron, por decirlo así, antropofágicamente, con un gesto de entusiasmo crítico, no de entrega boba ni de rechazo anacrónico al modo de la izquierda. En efecto, observamos un diálogo. Por eso, “Nocturno de la estatua”, de Xavier Villaurrutia, siendo un poema surrealista es, con sus alejandrinos, una pieza clásica.

Desde esta perspectiva, la muestra Sólo lo maravilloso es bello, Surrealismo en diálogo, exhibida en el Museo del Palacio de Bellas Artes, aunque no sea una novedad absoluta (es la cuarta), sí es rigurosa, afortunada y nos permite conservar una discusión. La muestra, al mismo tiempo que pone el acento en el Surrealismo más figurativo (Dalí, Delvaux, Magritte, Ray, Varo, Carrington, Rahon, Izquierdo, Rodríguez Lozano, Gironella…), no deja de hacer énfasis en un Surrealismo hacia lo abstracto u orgánico (Schlechter, Ourborg, Fránces, Paalen, Agar, Lacomblez, Matta, Camacho…). Además, las piezas objeto / concepto, la mayor parte de Man Ray, revelan una imaginación y pureza que no vemos, salvo raras excepciones, en el arte de hoy. Es una lástima la ausencia de Las dos Fridas, cuadro que sí estuvo en la exposición Surrealista de 1940 en la Galería de Inés Amor.

Desde el punto de vista de la creación, uno comprende que el Surrealismo figurativo plantea una inversión donde lo irreal pone a lo real a su servicio: ahí los cuerpos amantes son el espacio de un desierto con nubes y dos mesas inexplicables (Dalí); o los pies son dos viejos borceguíes (Magritte). Por el contrario, en el Surrealismo hacia lo abstracto, la realidad trueca a lo irreal casi sin anclas referenciales.

En la poesía mexicana, aparte de las experiencias refinadas y oníricas de los Contemporáneos y de la fagocitación increíble realizada por Octavio Paz, quizá sea Marco Antonio Montes de Oca —alguna vez poeticista— quien nos dio obras admirables de poesía surrealista con estallidos como: “municiones de caviar”, “Colibrí, astilla que vuela hacia atrás” o “Me pongo el sombrero en la aureola”. En la pintura, en nuestros días, son insoslayables el autorretrato plural de Alfredo Castañeda y los aereobarcos de Antonio Luquin.

AQ

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