Emilio Carballido: El teatro es una carga de electricidad permanente

Entrevista

En el centenario del autor veracruzano, recordamos una entrevista en la que habló de la importancia capital del fenómeno escénico, su forma de escribir e influencias creativas.

Emilio Carballido, 1925-2008. (INBAL)
Ciudad de México /

Con el pretexto de que cumplía 70 años de edad, en 1995 entrevisté para el periódico El Nacional a Emilio Carballido en su casa de San Pedro de los Pinos, en el entonces Distrito Federal. En un abrir y cerrar de ojos ahora se conmemora el centenario de quien escribió novelas, cuentos y guiones, pero sobre todo reconocidas obras de teatro en distintos géneros como Rosa de dos aromas, Rosalba y los llaveros, Orinoco, Fotografía en la playa, El niño que no existía, Te juro Juana que tengo ganas y muchas otras que han sido representadas en México y el extranjero.

Mitad veracruzano y mitad chilango, Carballido nació en Córdoba el 22 de mayo de 1925 y murió en Xalapa el 11 de febrero de 2008. En la UNAM inició la carrera de Derecho, aunque pronto desertó para estudiar Arte Dramático y Letras Inglesas.

En su momento, Alejandro Aura definió a Emilio Carballido como “una institución” por su trabajo como dramaturgo, además de “un hombre generoso que empuja a nuevos valores entre las plumas de la escena nacional, hispanoamericana y del mundo en diferentes confines”.

Carballido se ganó esas palabras de Aura por su trabajo de muchos años como autor, funcionario cultural, maestro y editor (fundó la revista Tramoya y antologó varios libros dedicados al teatro).

Se fue de este mundo luego de recibir importantes reconocimientos como la Medalla Bellas Artes, el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y el Ariel de Oro por trayectoria cinematográfica. De su profuso trabajo en el cine destaca el guion de Nazarín que escribió con Luis Buñuel y Julio Alejandro, basados en la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Con el director Roberto Gavaldón realizó el libreto de Macario, a partir del cuento de B. Traven.

Bellas Artes y Salvador Novo

En persona, de Emilio Carballido me impresionó su lucidez, buen humor y amabilidad. Sabía escuchar con atención mientras sus ojos claros parecían nadar vivazmente tras unos gruesos anteojos que semejaban peceras. A veces irónico o hasta sarcástico, en ningún momento me pareció altanero.

En 1951, cuando Carballido tenía apenas 26 años, se estrenó su obra Rosalba y los llaveros en el Palacio de Bellas Artes, con dirección de Salvador Novo. De aquel episodio, recordó: “Novo mandó cambiar los programas porque pusieron su nombre con letras más grandes que el mío. Les dijo que el autor siempre es más importante que el director. Finalmente, los créditos quedaron del mismo tamaño; sus empleados no se atrevieron a cumplir la orden tal cual”.

De Sartre a Gide y de Rosalba a Sabina

Mientras acariciaba a un tranquilo gato blanco, Emilio Carballido contestó las siguientes preguntas:

Sé de su admiración por Jean-Paul Sartre y que no comulga con Marcel Proust. No entiendo lo segundo.

Es cuestión de gustos. De alguna manera, Proust no me viene, aunque toda mi generación lo leyó con avidez. Me gusta André Gide, con quien mantengo una relación muy estrecha. Gide tampoco creía en Proust y hasta tiró a la basura los paquetes con su obra. Eso aparece en la película Celeste, que es bellísima.

Respecto a Sartre, ¿es una afinidad estética o ideológica?

Primero estética y después ideológica. Yo me voy más con la estética que con el ensayo. No soporto a muchos ensayistas.

¿Con sus obras trata de influir en el comportamiento de los espectadores?

Trato de dar un panorama ético de la realidad, pero sin moraleja. Los personajes son como son y el lector o el espectador distinguen quién hace una cosa y quién hace otra.

¿Realmente existe el libre albedrío?

El ser humano es lo que él quiere ser. No creo en el determinismo. Aunque nuestros padres y la sociedad nos moldean, después de cierta edad uno se forja a sí mismo.

¿La mayor parte de las historias giran en torno al conflicto entre la moral y las pasiones que se desbordan?

Ese es el tema de las tragedias. Cuando uno se deja llevar por una parte de sí mismo, generalmente por la soberbia, en ese momento empieza el desastre.

¿Por qué es tan importante el humor en sus obras?

El humor es una parte del arte. Acuérdese de Aristófanes, Daumier, las caricaturas de Orozco. Hay cosas humorísticas hasta en las tragedias más sombrías de Shakespeare.

¿Toda obra debe divertir?

Las tragedias y los melodramas son divertidos. Hasta los más arrastrados melodramas tienen la virtud de hacer que la señora de la casa se estremezca. El arte hace funcionar el juego de las emociones del ser humano, le recupera su capacidad de vivir y sentir.

¿El humor debe ser crítico?

Cuando la gente se ríe es porque se está enjuiciando de algún modo a los personajes. En Rosa de dos aromas, por ejemplo, las mujeres que ahí aparecen son comiquísimas. Lo que están haciendo por un hombre es una ridiculez.

¿El melodrama por televisión tiene limitaciones creativas insuperables?

Hay productores, autores y directores capaces de hacer cosas con calidad, como ciertas series inglesas. La guerra y la paz, de Tolstoi, era estupenda; lo mismo Yo, Claudio, de Robert Graves. Hay series brasileñas y colombianas con gran calidad. Desde el siglo XIX había folletines y entre los folletineros estaban Dickens y Alejandro Dumas.

¿Qué tipo de problema es que millones de personas se fascinen con las telenovelas?

De madurez emotiva y de formación. La frecuencia con la que se contempla el arte crea una discriminación. Si alguien está viendo teatro o cine de calidad, se le forma un gusto y un juicio. El haber crecido viendo los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros hacen a una persona distinta.

¿Es difícil para un hombre crear personajes femeninos?

No lo creo. En las novelas de Luisa Josefina Hernández es admirable el manejo que hace de los personajes masculinos, incluso en escenas de parranda a las que supuestamente no tuvo acceso. Es intuición y conocimiento de los seres humanos.

¿Conócete a ti mismo sería el punto de partida?

Sí, por supuesto.

¿Con alguna de sus obras la hizo de investigador?

De investigador, historiador y periodista. Lo hice con Tiempo de ladrones, Nahui Ollin y en El álbum de María Ignacia.

¿Al iniciar la escritura ya tiene la anécdota completa?

Sí.

¿Tiene memoria privilegiada o apunta todo lo que piensa?

Apunto. A veces, para corregir, copio otra vez toda la obra. La mano sabe muchas cosas de las obras.

¿Para qué sirve el teatro si tantas personas prescinden de él?

Hay formas teatrales que heredamos de tiempos prehispánicos que la gente observa. Lo que sucede en la Basílica los días 12 de diciembre es algo que sí se conoce. El teatro es una ceremonia que tiene como veinte utilidades: la de congregar al espectador en un mismo sitio y hacerlo partícipe de emociones y mundos ajenos. El teatro es inmediato y por ello las emociones son mucho más fuertes; lo que te da un actor en escena no te lo da en pantalla. No es la mismo Vanessa Redgrave en el teatro que en sus mejores películas.

En escena hay una carga de electricidad permanente, inolvidable, es todo un acontecimiento. Un buen Hamlet en escena es muy superior a 20 películas con el mismo tema. El teatro es una necesidad que mucha gente no cubre, del mismo modo que hay gente que no come huevo, carne y leche.

Está de moda que los actores y hasta el equipo técnico metan su cuchara en los montajes.

El talento no es democrático. Las creaciones colectivas funcionan sólo cuando hay un trabajo de equipo previo, como en el caso de La Candelaria, en Colombia. Con actores tomados al azar eso no funciona, se convierte en una feria de vanidades.

¿Cuáles de sus obras resistirán el paso del tiempo?

Nunca se sabe. Amado Nervo murió en la apoteosis y le llegó el olvido con gran rapidez. A todos nos puede pasar, depende qué tan hondo hallamos calado en la naturaleza humana. Rosalba se ve chamaquita y ya tiene más de 40 años.

¿Cuál es el mayor problema de nuestras artes escénicas?

No se visita nuestro pasado teatral. A Usigli ya lo mataron; ponen El gesticulador y se olvidan de todo lo demás que escribió.

¿Cómo ha sido su relación con los directores que han puesto sus obras?

Generalmente he tenido suerte. El primero que me dirigió fue Novo y la experiencia fue muy aleccionadora. Con Fernando Wagner también trabajé muy a gusto. También he tenido pleitos grandiosos cuando los directores hacen cosas ridículas.

¿Qué le parece nuestra crítica teatral?

En México sólo hay alguien respetable: Olga Harmony. Los demás no están enterados del fenómeno teatral, inventan dogmas y se sienten autoridad. En Nueva York es igual, pero allá los críticos sí tienen influencia. Determinan la muerte de gente talentosa. A Albee lo han destrozado y a O’Neill lo sacaron de Broadway.

Actualmente conviven dramaturgos mexicanos de varias generaciones. ¿A quiénes nombraría?

Por un lado, estamos Luisa Josefina Hernández y yo, luego vendrían Vicente Leñero y Hugo Argüelles. Finalmente, Óscar Villegas, Juan Tovar y José Agustín. Aún más jóvenes: Víctor Hugo Rascón Banda, Óscar Liera, que murió muy joven, y Sabina Berman.

AQ

  • Fernando Figueroa
  • Estudió periodismo en la UNAM y es autor de El mejor oficio del mundo. 60 entrevistas, libro de charlas con personajes de la cultura, espectáculos y deportes, realizadas durante cuatro décadas.

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.