Emilio Uranga, ¿poesía o política?

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Un libro de ensayos escritos por el controvertido y demonizado filósofo mexicano muestra el rango poético e intelectual de Ramón López Velarde.

Emilio Uranga, filósofo mexicano. (Archivo)
Víctor Manuel Mendiola
Ciudad de México /

La editorial Bonilla-Artigas ha celebrado los cien años de “La suave Patria” con la publicación de dos libros relevantes: La majestad de lo mínimo de Fernando Fernández y La exquisita dolencia, selección de ensayos de Emilio Uranga realizada por Manuel Cuéllar. Las dos ediciones se completan de manera feliz.

La primera, el texto de Fernández, es una revisión inteligente de la nueva crítica en torno al autor de “El minuto cobarde”. En ella destacan el artículo sobre gazapos, errores y erratas insospechadas (por ejemplo, las de José Luis Martínez, descubiertas por el cuidadoso lector Carlos Ulises Mata); la atingente consideración del Diccionario lopezvelardiano de Marco Antonio Campos; y la crítica elegante de varias de las “hipótesis” inciertas del Acueducto infinitesimal de Ernesto Lumbreras. La segunda edición recupera varios ensayos de carácter filosófico —hoy olvidados— sobre el poeta de Jerez, escritos por el controvertido y demonizado Emilio Uranga.

La exquisita dolencia tiene un carácter apasionante y polémico. El libro, además de permitirnos repensar la vieja discusión alrededor de lo mexicano —habría que replantear si éste es un tópico impertinente o no— recoge la idea de Uranga de que ¨La suave Patria” elaboró estéticamente, en las intuiciones puras de la sensibilidad, la noción de intimidad y comprendió así a la Revolución mexicana. Ciertamente, para el poeta zacatecano, Madero le devolvió la dignidad a la vida civil. ¿Pero de aquí podemos deducir la idea de que él pensaba que lo mejor de México —“tu ánima y tu estilo”— transformaba en “universal” y “cósmica” a la guerra fratricida de la Revolución?; o, por el contrario, ¿no será el célebre poema un cuestionamiento no sólo de la pérdida de espíritu que vino después de Madero sino una oposición, desde la épica hacia adentro y la miniatura, a la violencia, a los hombres “fuertes” y al culto a lo monumental? Después de crear un autorretrato de él mismo como un chuan —en el proemio—, de enumerar las riquezas adánicas del país —en el primer acto— y de pintar el retrato de Cuauhtémoc como un mártir —en el intermedio—, López Velarde nos entrega un paisaje dominado por la segunda Eva —en el acto final— y la clave de la dicha de la patria: “sé siempre igual”. ¿Y que significa este “igual” para López Velarde? La metafísica de la vida diaria, el Ave taladrada, cincuenta veces, en el hilo del rosario. En el discurso civil del poema, el poeta introduce, sin zozobra y de un modo secreto, el discurso de “la sangre devota”. No es extraño. Esa es la música de su Idea. Así pues, “La suave Patria”, aunque la celebraron el revolucionario Obregón y, después, el caudillismo institucionalizado, no es un canto al mito de la violencia y la transformación social. Es su dura crítica. No obstante, la aproximación de Uranga tiene un interés no pequeño porque nos muestra el rango no sólo poético sino intelectual —Fernández Ledesma lo llama la poética y prosas equiláteras— de Ramón López Velarde.

AQ

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