Emulsiones de Vasconcelos

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

Figuras como Octavio Paz, Andrés Henestrosa y Enrique Krauze coinciden: el primer Secretario de Educación Pública era una gran conversador.

José Vasconcelos, funcionario público y filósofo mexicano. (Wikimedia Commons)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Doy de pronto, por accidente, con la recopilación de cinco programas televisivos de unas “Charlas Mexicanas con José Vasconcelos”, y se me reúnen y revuelven en la cabeza un montón de cosas. Es Vasconcelos y no podría sino resultar complicado.

Los programas fueron transmitidos en 1957. No existían cintas de grabación: alguien grabó la pantalla de la tele con una cámara de cine, y los programas se conservan por chiripa. Ya habíamos visto fragmentos en el magnífico documental de Clío, y, constato después, en otros canales de YouTube. Pero nunca juntos, como en esta recopilación de un canal desopilante: “Cristo Rey DDFC”, ni más ni menos, y no hay sino gratitud por haber reunido el material. La derecha más tendida, ultramontana, reclama a Vasconcelos en su ancestralidad. Es cosa errática, postiza y, sin embargo... algo hay, sobre todo al final de su vida.

Mucho antes, el todavía joven Vasconcelos alimentó la vena que derivaría en una feroz izquierda sudamericana: el partido APRA, peruano, inciado por Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui (que después se separaría para fundar el Partido Socialista, cuyos meandros darían en Sendero Luminoso), fue en origen una bandera vasconcelista. Abuelo de derechas, bisabuelo de izquierdas revolucionarias. En medio, el creador de la más ambiciosa apuesta de educación, conocimiento y cultura que se haya conocido en América: la UNAM (Vasconcelos propuso la emulsión absurda de una universidad de élite y de masas, y lo logró), la SEP, las bibliotecas.

Para acercarse al completo entuerto que fue Vasconcelos, abundan los documentos e intentos de exégesis. Recomiendo los de Enrique Krauze: Caudillos culturales de la Revolución mexicana; más a fondo, el capítulo de Redentores, y las páginas que le dedica en su mejor libro: Spinoza en el Parque México. Y una muy buena conferencia de José Joaquín Blanco, Vasconcelos, el mito revisado. Y si sigo con las recomendaciones, se me acaba el espacio... Son muchas, y ninguna definitiva, porque su objeto de estudio, Vasconcelos, es una completa maraña. No sabemos qué hacer con él. Ni leerlo, por miedo, ni olvidarlo, también por miedo. Habrá que atreverse a publicar unas Obras Completas (completas), sin arredros: dijo lo que dijo y no se puede digerir todo aquello en un mismo quimo. Quien vaya por banderas, acabará en la jarciería.

Él siempre se creyó plotiniano. Pero los discípulos de Plotino siguen un ascenso de claridad creciente hasta la evidencia del Uno. Vasconcelos es un popurrí profético, un río revuelto que ni tiempo tuvo para construirse un estilo literario –y quiero decir que tal vez ésta fuera su mayor virtud literaria, como dice Blanco. Continúo: en otros, clarísimamente en Alfonso Reyes, hay una malicia literaria que deslumbra desde dos focos: el estilo y la estrategia (excepto en su libro de estrategias literarias: El deslinde). En cambio, Vasconcelos está clavado por el pacto del filósofo y se mete a decir la verdad, aunque sea ficticia o reconstruida en una memoria minuciosa y quisquillosa, que vuelve poco soportable hasta el modo del amor a su madre. El más ferviente deseo ascético persigue al escritor goloso y lujurioso. Otra emulsión imposible.

Vasconcelos percibe juntos su apoteosis y su ocaso. Wagneriano y cristiano (como dijo también Blanco), la imposibilidad del Uno lo acosó toda su vida y, desde su obra, nos acosa a quienes osemos leerlo, y sobre todo en aquellas páginas de su vejez: En el ocaso de mi vida y el póstumo La flama.

Los programas de la televisión (1957), salvados por azar, se transmitieron en vivo, y se nota todavía la novedad del medio, sin los cotos formales a que estamos acostumbrados. La publicidad de Casa Madero denota la viva relación, todavía, de Vasconcelos con Madero y todo el maderismo democratizador. Los invitados son Alfonso Junco, un católico hispanófilo, serio y aburrido; el simpático y pícaro Andrés Henestrosa, en el primer programa, y sustituido en los siguientes por Jorge Carrión, un marxista serio y necio, que suele incurrir en el muy común y marxista error de juzgar moralmente la historia y, peor, partiendo desde el veredicto (“el único virrey bueno es el virrey muerto”).

Lo habían advertido varios. Se lo escuché a Octavio Paz y al mismo Andrés Henestrosa, lo escribió Enrique Krauze, pero simplemente no lograba figurármelo. Y es que es otra emulsión: el señor amargado y soberbio, el rabioso Vasconcelos, era una gran conversador.

AQ

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