Con su vestido corto, color palo de rosa, moño en la cabeza y su enorme caja para bolear, Mary busca sin éxito entre el público a alguien que no use tenis para ofrecer sus servicios. Su sonrisa no desaparece.
Somos el enemigo transita de la inocencia cómica al horror y al error trágico, permeado de humor corrosivo, por vía de una sola actriz.
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La anécdota plantea que la joven y su hermano, que vende mazapanes, viven en la calle, de donde el chico un día desaparece a manos de autoridades gubernamentales. En su búsqueda, Mary pide ayuda a su último cliente, un militar que le dio su tarjeta y en su afán de encontrar al hermano ingresa en las filas del Ejército de Paz.
La dramaturgia de Froylán Tiscareño, quien dirige, de Raquel Navas y de la actriz Rosaura Pérez Sanz, que además del papel de Mary juega el rol de todos los personajes con los que el principal se topa, plantea los obstáculos que ella encuentra mediante un lenguaje de palabras y acción física.
La imaginación de actriz y espectador transitan por las atrocidades que se yerguen en el camino. La transformación del personaje, desde su primera aparición hasta la última, es en gran medida lo que hace de éste un montaje excepcional.
Rosaura Pérez Sanz modifica orgánicamente la dulzura esperanzadora e ingenua de Mary hasta construir el espíritu atroz de una mujer que se vuelve un ente de crueldad monstruosa.
El trabajo corporal, gestual, ampliamente expresivo de la actriz, que habita el espacio en cada uno de los rincones sin que haya más elementos que luz y humo, conduce al espectador por los vericuetos de la calle, las oficinas y los espacios clandestinos, hasta donde jamás pensó llegar la joven inocente.
Esencialmente, hace que el espectador recorra azorado el camino del desfiladero, asido a los ojos expresivos de la actriz, a la fuerza de su delgado y trabajado cuerpo, a la crudeza de su interpretación cuando su personaje ha trascendido el límite de la calle, a la nitidez de la atrocidad, que proyecta mediante un trabajo actoral que revela lo que la clandestinidad ahoga.
Somos el enemigo es una feroz crítica social que involucra un humor mordaz y abre heridas que perfilan la miseria humana, como si se tratara de una epidemia sin cura.
Si bien sucede que en alguna escena, como aquella en que la chica sube los pisos de un edificio en elevador, hay un regodeo excesivo del director que permite que el vehículo se expanda y el viaje se alargue, invadido por gags físicos, quizá en busca de un rato más de diversión para el público antes de lo que se avecina, el montaje recupera el equilibrio.
La puesta en escena de Froylán Tiscareño propone un viaje similar al de un accidentado paseo en balsa por un río rápido, durante el que Rosaura guiará, entre peñascos, árboles y precipicios, hasta el azoro del público, que se encontrará de golpe ante lo que el poder logra inocular en el ser humano.
La contradicción, la paradoja, el descenso ético, moral y humano, agazapados en el interior de una mujer que se pierde de sí, son parte de lo que expone admirablemente Somos el enemigo.
Los integrantes de la Compañía Cococó Teatro sacan lustre a las herramientas del teatro gestual y logran la amalgama artística en el reducido escenario mediante la pantomima, el ritmo, la voz y el arduo trabajo bufonesco para gestar metáforas envueltas en sombra y en luz que iluminan la atrocidad.
Somos el enemigo es una experiencia agridulce que genera risa y rabia adolorida.
Es un buen presente escénico, que devuelve la fe en el rigor del trabajo actoral, en las virtudes de modificar el espacio, realizar acercamientos y poner distancia mediante la expresión artística.
Lo que queda luego del pasmo en que el montaje deja al público, al que Tiscareño rescata, por segundos, mediante un reinicio, como si se pudiera borrar lo vivido o, más bien, como si todo retornara para volver a empezar, es la imagen del personaje de mirada pura, como si nada la hubiera modificado.
Somos el enemigo se presenta viernes, sábado y domingo en el Foro A Poco, en el Centro Histórico.
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