Entre David Toscana y Roland Garros

Doble filo

La premiada novela ‘El peso de vivir en la tierra’ es la nave perfecta para armar ahí el rompecabezas de la gran literatura rusa.

David Toscana, autor de 'El peso de vivir en la tierra'. (Foto: Ángel Soto)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

I

Mientras en la televisión sin audio veo jugar a Daniil Medvedev, me entero en la radio que David Toscana obtuvo en Guadalajara el V Premio de Novela Mario Vargas Llosa, gracias a El peso de vivir en la tierra que meses antes había ganado también el Premio Mazatlán de Literatura.

Cuando el locutor me recuerda que esa obra de Toscana es un homenaje a la literatura rusa, veo la señal inequívoca de que debo leerla, pues llevo buen rato echando pestes porque a Medvedev, al igual que a todos los tenistas rusos, no le ponen la banderita de su país en la pantalla ni en la página oficial de Roland Garros, como si precisamente él tuviera la culpa de la muy alevosa invasión de Putin a Ucrania.

Al iniciar el torneo parisino de 2023, Medvedev era el número 2 en el escalafón de la Asociación de Tenistas Profesionales, pero su poder disminuye drásticamente en canchas de arcilla y fue eliminado en la primerísima ronda por el desconocido brasileño Thiago Seyboth Wild. Pero ese es otro asunto.

II

Si El peso de vivir en la tierra (Alfaguara, 2022) ha ganado dos premios importantes en los últimos meses, supongo erróneamente que la encontraré en el Sanborns más cercano a mi domicilio. En vista del éxito no obtenido, me juego la vida subiéndome al Metro y me desplazo a la Avenida Juárez. Compro el libro en Porrúa, donde el empleado me dice: “sí lo tenemos, hay un ejemplar”. Me lo llevo.

Aprovecho la excursión para ver los tres cuadros de Monet que ahora se exhiben en el Museo Nacional, dentro de la muy pequeña aunque interesante muestra Monet. Luces del impresionismo. Nuestro campechano Joaquín Clausell, ¡espléndido!

III

El peso de vivir en la tierra es tan buena novela que los partidos de Novak Djokovic, Carlos Alcaraz y otras figuras del ex deporte blanco pasan temporalmente a segundo término, al igual que el Grand Slam en su conjunto. Algo previamente inconcebible para este servidor.

Desde el arranque del libro, el narrador establece un tono de farsa que en otras circunstancias resultaría inaceptable. En este caso es válido porque el lector recibe a cambio una combinación de humor inteligente y lenguaje poético que no se vende en las farmacias, además de una deslumbrante selección de citas de la gran literatura rusa que invita a dejar todo y leer completas tales obras.

A la manera de Don Quijote, el Godínez regiomontano Nicolás se transforma en Nikolái Nikoláievich Pseldónimov y emprende descabelladas aventuras con el fin último de viajar al espacio y emular las hazañas del cosmonauta ruso Yuri Gagarin y de la perrita Laika.

Se trata más bien de una coartada de Nikolái para abandonar su trabajo burocrático y zambullirse de lleno en la bebida y la literatura, en compañía de una variopinta troupe que le sigue la corriente.

IV

Bajo los efectos del alcohol y la imaginación, la ciudad de Monterrey de los años setenta se transforma en Moscú, San Petersburgo o la ciudad rusa que se requiera. El Bar Sályut, equivalente a la homónima primera estación espacial de la historia, es el sitio donde Nikolái recrea parte de la infame historia de abusos del poder zarista y comunista contra sus rebeldes y grandes escritores. Él mismo se convierte en un personaje que, voluntariamente, se mete en problemas para saber lo que sintieron tanto Dostoyevski, Gogol, Chéjov, Bábel y Solzhenitsyn, entre otros autores, como los personajes que ellos crearon.

Nikolái es capaz de compartir a su mujer Marfa con el usurero Griboyédov, y su valioso tiempo con el alcohólico Guerásim, el tísico Antón, la adolescente Lenochka y su madre Prascovia. El representante de la ley es el policía de bajo rango Porfirii. Resulta imposible no pensar en dos alegres fantasmas que rondan la novela: Jorge Ibargüengoitia y Eduardo del Río, mejor conocido en los bajos fondos como Rius.

V

Dentro de la delirante historia en la que una pandilla de seres marginales viajará al espacio exterior, el cosmódromo para el lanzamiento es una vieja plataforma de un real e inservible teleférico regiomontano. Ahí se decidirá el futuro de los personajes, quienes dejarán de sentir el peso de vivir en la tierra provistos de una buena dotación de bebidas embriagantes. ¡Qué curioso! En Valle de Allende, mi querido pueblo chihuahuense, a los teporochos se les conoce como “satélites”.

VI

Tanto en el torneo de hombres como en el de mujeres, Roland Garros inició la competición con un numeroso contingente de jugadores y jugadoras de Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Destaca la presencia de dos participantes: Aryna Sabalenka, la bielorrusa número 2 de la WTA a quien los organizadores no identifican con la bandera de su país, y la ucraniana Elina Svitolina que no está en el top 100 porque dejó de jugar más de un año para ser mamá y entró al torneo gracias a un wild card.

Aryna Sabalenka le ganó a la ucraniana Marta Kostyuk y esta última se negó a saludar a su rival al término del partido, argumentando que la bielorrusa ha sido tibia al no condenar abiertamente la invasión. Consultada al respecto en una conferencia de prensa, Sabalenka se limitó a decir que ningún deportista está a favor de la guerra.

De su lado, Elina Svitolina ha dicho reiteradamente que, por el momento, todas sus ganancias en el tenis son para apoyar a la resistencia en su invadido país.

El destino quiso que Sabalenka y Svitolina se enfrentaran en cuartos de final. Dos guapas y estupendas tenistas en una cancha convertida en frente político de batalla.

La rusa Daria Kasatkina no sólo se ha manifestado abiertamente en contra de la guerra sino que además ha declarado públicamente que es lesbiana y no piensa volver a su país (donde está prohibido el activismo homosexual) mientras viva Vladimir Putin.

VII

Veo a la politóloga y activista Denise Dresser reportando desde Ucrania y pienso que tiene mérito dejar las comodidades de la Ciudad de México y apersonarse en el lugar de los hechos, pero algo no cuadra. Y cuando algo no cuadra, pues no cuadra.

Regreso a El peso de vivir en la tierra y tengo la impresión de que en sus páginas no sólo hay ficción envuelta en fina prosa sino también grandes verdades. Una vez más, el arte supera a eso que con ligereza se denomina “realidad”.

AQ

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