Aunque nació en lo que un día llamamos Distrito Federal, Lilián López Camberos creció en Polotitlán de la Ilustración, un municipio mexiquense colindante con Querétaro e Hidalgo. Vivió lejos de ese lugar durante 20 años, pero hace algunos meses regresó para instalarse de nuevo. ¿Acaso el portentoso nombre de su terruño fue un presagio de su vocación creadora? Imposible saberlo. Lo indiscutible es que ahora aprecia ese sitio de menos de 3 mil habitantes como un valioso estímulo literario.
“Hay muchas cosas que quiero escribir sobre el pueblo. Es un lugar muy adecuado para estar”, dice la escritora mexicana de 34 años, que este año publicó Quisiera quedarme quieta (Dharma Books). El libro reúne seis cuentos protagonizados por mujeres a quienes hermana el tránsito —el acto físico de desplazarse en los espacios, de caminar las ciudades—, pero también la evasión, la sensación latente de fuga y una experiencia que exalta la cotidianidad hasta sublimarla.
Periodista por la Universidad Autónoma de Querétaro y maestra en estudios literarios latinoamericanos por la Universidad Nacional Tres de Febrero en Buenos Aires, López Camberos charla vía telefónica con Laberinto.
—¿Por qué el cuento? ¿Qué te vincula con este género?
El cuento es mi género favorito. Me gusta muchísimo leerlos desde que era niña. Pienso que, de alguna manera, todos y todas estamos expuestos al cuento como primer acercamiento a la literatura. Los cuentos tienen una capacidad de lectura infinita, todos se prestan a la relectura. Un buen cuento siempre es memorable, incluso cuando olvidas detalles. Su lectura siempre tiene una dimensión placentera. Otro tipo de textos tienen otras exigencias y otros mecanismos, pero cuando pienso en el cuento siempre está esta noción de placer.
—Dado que empezaste a escribir algunos de estos cuentos hace diez años, me pregunto: ¿cómo se madura un libro?
Es la pregunta del millón: cómo madurar un libro. Cualquier tipo de texto es perfectible siempre, incluso un epigrama o un haiku; el texto más breve siempre está por terminarse. Es casi un lugar común decir que los textos no se acaban, sino que se abandonan. Y en mi caso fui obligada a abandonarlo, porque yo podría seguir editando eternamente. Además, tengo la creencia de que toda escritura es potencialmente escribible. Y esa fue la trayectoria del libro: mucho trabajo y mucha corrección neurótica de mi parte.
—Padeces el mismo síndrome que Pacheco, el de la corrección permanente.
¡Sí!, y de los clásicos escritores que, aún habiendo publicado, siguen corrigiendo. Ese perfeccionismo enfermizo no es sano, pero por otra parte sí creo en lo que Hebe Uhart decía: los textos son una rara artesanía. Yo comparto esa visión de tratar cualquier texto como una artesanía que debe ser trabajada continuamente hasta que llegue a su mejor forma. Hay que tener la responsabilidad del artesano que conoce su técnica.
—Tus cuentos se alejan de las teorías clásicas, como la idea cortazariana sobre el knock out, o la vuelta de tuerca. ¿Cómo es tu concepción de la forma del cuento?
Pienso que en la literatura no hay recetas. Es muy peligroso, porque todos tenemos una tendencia a catalogar y a crear instructivos. Encontramos una forma y la instituimos como la oficial para escribir ciertas piezas. La teoría de Cortázar sobre ganar por knockout, a diferencia de ganar por puntos como la novela, siempre me ha gustado, porque me gusta mucho el Cortázar cuentista. Hay otra que me gusta mucho, la de Piglia. Dice que todo cuento narra dos historias: una está oculta y la otra se despliega.
De alguna manera las teorías me gustan a modo de inspiración. Siempre puedes intentarlo como un ejercicio, pero en general creo que en la literatura no hay recetas, y cuando caes en eso, es una falla.
Yo el cuento lo veo más parecido al sueño, a ese momento de inmersión en un mundo que nos es ajeno y familiar a la vez. El cuento que a mí me interesa escribir tiene más retos. Siempre digo, no para alzarme el cuello, aunque quizá secretamente sí, que escribir cuentos es muy difícil, porque para mí la forma que inventaste para un cuento, la estructura con la que diste, el lenguaje, el tono, la atmósfera, lo tienes que reinventar en el siguiente cuento.
—Precisamente el sueño es un elemento recurrente en tus cuentos, a veces sutil, a veces explícito. ¿Qué te interesa explorar de los sueños en la literatura?
Los sueños siempre me dejan sorprendida. Es un viaje que emprendemos contra nuestra voluntad. Nunca sabemos qué vamos a soñar. Si bien los sueños contienen residuos de la vigilia, siempre es muy extraño lo que nuestro subconsciente elige focalizar. Me inquieta la naturaleza de los sueños, incluso a un nivel freudiano: qué dice de nuestras pulsiones, de nuestros deseos. Me parece que tenemos dos vidas, nuestra vida vigil y nuestra vida onírica. Las imágenes de los sueños que he tenido permanecen conmigo con la misma importancia que las imágenes de mi infancia, que mis recuerdos virtuales y sensibles. Son fuente de tanta imaginería, de tanto arte.
—¿Son una fuente inagotable?
Sí, vamos a seguir soñando. Los sueños nos van a seguir enviando mensajes inquietantes, imágenes extrañas. El cine y la literatura siempre han intentado recrear la cualidad líquida y ajena de los sueños, a veces con muy buenos resultados, pero en general son muy inasibles. En el momento en que abrimos los ojos somos expulsados de ese espacio al que viajamos sin nuestros cuerpos, para volver a nuestras crudas realidades.
—Otra cosa que abunda en tus cuentos es la vida cotidiana; las cosas casi intrascendentes las conviertes en elementos centrales, las destrivializas.
Me gusta esa palabra: destrivializar. Está relacionado con mi decisión de elegir mujeres jóvenes como protagonistas. Fue una decisión consciente que tomé, aunque no desde la militancia. Al ponerlas en el centro de todos los relatos quise retratar situaciones muy triviales, cotidianas y frecuentes para las mujeres. Lo que ocurre es que, como siempre hemos estado alejadas como sujeto de la literatura, tenemos un pozo insondable de experiencias que no han sido tocadas literariamente. Por otro lado, se siguen escribiendo muchos clichés en cuanto a la representación femenina.
—¿Como escritora sientes el deber de reivindicar esa representación o es algo que sucede naturalmente en el proceso creativo?
Sí creo en el deber político y creo que toda la escritura está politizada de algún modo, pero no me gusta pensar en términos de deber a la hora de escribir, porque puede volver la escritura programática o propagandística y esa no es mi intención. He llegado a pensar que las mujeres escritoras tenemos una cantera de temas más rica que nuestros compañeros escritores, justamente porque hay un montón de experiencias que no han sido abordadas por la literatura, así que tenemos hasta de dónde escoger. Tenemos una oportunidad muy grande.
El hombre siempre ha sido el protagonista de los grandes textos literarios, y los grandes personajes femeninos han sido escritos por hombres. Yo soy muy fanática de Madame Bovary y Anna Karenina, son dos de los personajes más memorables de la literatura universal, pero comparten el mismo destino cruel y las dos fueron escritas por hombres. Una no puede evitar preguntarse cómo hubiera sido si hubieran sido escritas por mujeres.
ÁSS