Este 21 de marzo, imagino los cientos y cientos de visitantes que llegarán a Teuchitlán. El municipio jalisciense, siniestramente, en boca del mundo. Vendrán de todas partes del occidente de México, vestidos de un blanco impoluto, el cuerpo, la sombra y el alma; con sahumerios y caracolas, con bloqueadores solares y botellas de agua, sombreros y gorras, dispuestos a cargarse de la energía cósmica que suponen —mérito de la cultura new age— se concentra en las pirámides circulares del imponente centro arqueológico de Guachimontones.
Pienso que muchos de esos visitantes estarán enterados —la noticia llegó a la aldea más remota del Himalaya— de que a pocos kilómetros de allí, bajo la misma sombra del cerro de Tequila, se localizaron dos centros de reclusión, entrenamiento de sicarios y de exterminio. Con ese telón de fondo, imposible hablar de la fiesta solar de la primavera. No deseo convertirme en el aguafiestas de una fecha tan especial y tan esperada. Lo siento, pero… No es el lugar ni el momento para ninguna celebración. ¿Cómo enlazar la luz vital del equinoccio con la oscuridad de la muerte más atroz? El ritual solar podría dar un giro de 180 grados y convertirse en una manifestación de protesta. ¿Será posible? La verdad no me hago muchas ilusiones. Por otra parte, ese festejo significa mucho para la economía de la gente del municipio de Teuchitlán. ¿Qué tanto estaban enterados los vecinos de este pueblo de lo que sucedía en esos ranchos convertidos en predios de terror? Como en otras localidades de la República mexicana, estos pueblerinos sabían y saben “que pasan cosas” en su tierra. ¿Qué pueden hacer? Denunciar es peligroso. Callar es, dolorosamente, una vergüenza pública que sirve para salvar el pellejo.
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¿Otra vez en el círculo más profundo del infierno? La pregunta es extensiva a todos, a los jaliscienses desde luego, pero también, a todos los mexicanos. Aunque las respuestas, las muchas respuestas, están obligados a darlas los tres niveles de gobierno. ¿Qué harán con ese clavo ardiente más allá de culparse mutuamente o de zafarse con tecnicismos de jurisdicción? El hallazgo macabro de crematorios, ropas, zapatos y objetos de las víctimas a cargo de colectivos civiles de búsqueda de desaparecidos cortó el aliento a todo México, puso en jaque a todas las instancias gubernamentales, cuestionó el sentido de la política y la ley, de la vida en comunidad, del pacto social, de la garantía constitucional de la seguridad a los ciudadanos… También esta emboscada de terror, supongo, exige replantear el lugar de la literatura, y en particular, el valor de la poesía para hacer frente a “este tiempo de miseria” del que hablaba el poeta Friedrich Hölderlin, verso que retoma el filósofo Theodor W. Adorno para confrontar la existencia de los campos de concentración nazis dados a conocer poco después de concluida la Segunda Guerra Mundial.
“Tiempo de asesinos” decía también Arthur Rimbaud. Con o sin declaratoria oficial, creo que deberíamos estar de luto nacional. Por enésima ocasión, como país y sociedad, tocamos fondo. Pasada la polvareda mediática, tristemente, las piezas de la realidad mexicana tomarán sus lugares y sus roles. El mal campeará a sus anchas por buena parte de nuestro territorio. La simulación y la complicidad volverán a hacer de la suyas. El miedo y el terror impondrán su dominio. ¿Exagero con mi pronóstico? El retroceso social es tremendo y moralmente vergonzoso. Repaso los episodios recientes de Teuchitlán, las imágenes compartidas en redes sociales, leo y escucho los testimonios de las Madres Buscadoras, incluso, los de algunos sobrevivientes de los campos de exterminio, y la historia, en su conjunto, me resulta inverosímil. Ato los más elementales cabos y no me puedo explicar cómo pasó toda esta pesadilla. ¿Gracias a las compra de cuántas voluntades de servidores públicos? ¿Cuánto silencio y miedo hizo posible esta temporada infernal? ¿Por cuánto tiempo se prolongó esta situación macabra? A tan sólo 60 kilómetros de distancia de la segunda ciudad más importante del país, Guadalajara, se montaron fábricas de muerte y terror. Los policías municipales y los policías estatales, bien gracias. La fiscalía del estado y la fiscalía federal, sin novedad en el frente. La Guardia Nacional, patrullando todos los caminos de la nación. “¿En qué país estamos, Agripina?”, volvería a preguntar y a preguntarnos Juan Rulfo. Provisionalmente podría dar esta respuesta: estamos en Teuchitlán, Jalisco, México, es marzo de 2025. Está por llegar el equinoccio de un sol negro, inicio de una primavera prematuramente calcinada.
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- ¿Puede la poesía hablarnos de huesos calcinados? Pregunta retórica dirá el crimen organizado ¿O el verbo poder resulta abrupto, inadecuado y excesivo para tocar con pétalos o garfios esa blancura que lacera, infama y ciega? Pregunta sin escrúpulos dirá el gobierno encargado de combatir al crimen organizado.
- Tal vez una licencia poética nos permita tantear el terreno con una barra de hierro, hundir aquí y allá su verticalidad de tiempo presente hasta dar con un coro de gritos feroces que espantarán a todos los pájaros dormidos al otro lado del mundo.
- “Podemos traer aquí, a la vista del zopilote, la nube y la ley, hombres y mujeres jóvenes para humillarlos, quebrar su voluntad, borrarles todo indicio de razón humana, de amor al prójimo… Podemos, sí, con alevosía, impunidad y saña convertir a tu hija y a tu hijo en huesos calcinados o, con la venia de la santa muerte, en marionetas de nuestros antojos y vilezas”.
- Escribir con el tizne de sus combustiones -carne y grasa quemada hasta la extenuación- una carta de amor sobre la niebla que emerge de la respiración de la laguna de Teuchitlán.
- Esos huesos se ordenaron con precisión amorosa, trabajo de verbos hechos carne, tendones y nervaduras, impulsos eléctricos, bombeo de sangre y aire para hacer en sincronía -pongamos un ejemplo entre mil- una visera con la mano y ver el último atardecer de una vida.
- Para soltarse la lengua o, en su defecto, mordérsela hasta ahogarse en su propia sangre, la poesía garabatea esta plana: dientes de morder la vida buena y el dolor mortal, esquirlas de vértebras para escalar un muro y huir de la casa del diablo, pedacería de cráneos y rótulas como prueba forense del aniquilamiento del espíritu, polvo de huesos para aullar -rogándole al viento- la anhelada dispersión, la fuga, el regreso a casa.
- De su tortura escrupulosa y demorada con el fuego, este osario ha elaborado el lenguaje sublime de la belleza y el lenguaje sublime del horror. Sin embargo, para las madres buscadoras, postradas ante dolor más abismal, en esos huesos sin piedad no hay lenguaje humano. En esa desolación ósea, dirá el graznido de un ave carroñera, a lo mucho se oye una vocal nonata de escarcha que tirita allí como cifra siniestra.
- Las cenizas del crematorio, lo saben los zapatos sin dueño, los ratones de campo y la llovizna, sueñan con encontrar reposo en un arroyito de verano, en una maceta de pensamiento de todos los colores o en el viento que acaricia la cresta las gallinas y hace hablar de más a los cañaverales.
AQ