Por estas fechas apareció un informe que declara a Finlandia como el país más feliz del mundo por cuarto año consecutivo. Esto es una mala broma, pues los criterios considerados son poco felices. En primer lugar, el ingreso per cápita, como si no supiéramos que los ricos también lloran. En segundo, la expectativa de vida, pero la suma de años aleja el divino tesoro de la juventud, y hace bajar el promedio de felicidad. Francis Macomber muere feliz porque su vida fue breve. Gulliver nos muestra que las vidas largas no son felices.
Para distinguir a Finlandia se tomó en cuenta el bajo nivel de corrupción, sin considerar el derecho a la felicidad de los políticos; y se añadieron otros factores que parecen más de bienestar que de felicidad.
No sé qué tan feliz se pueda ser leyendo a Sillanpää y escuchando a Sibelius mientras se come un pan negro y una salchicha, y se mira la nieve por la ventana, pensando en el acariciante sol de México y un mole poblano. Mejor beberse un Herradura Blanco que visitar el monopolio finlandés para adquirir a precio de oro una gris vodka Finlandia. Tampoco sé si las parejas se amen más allá que en otro sitio del mundo o quieran más a los pocos hijos que tienen o cojan más rico.
Los filósofos tienen siglos indagando la felicidad, preguntándose si siquiera existe. Para Aristóteles era el fin al que se debía dedicar la vida; se alcanzaba con una perfección moral, no con una jugosa pensión. Pascal consideraba que la felicidad siempre se perseguía y nunca se alcanzaba. Schopenhauer la suponía aburrida. Los estoicos pensaban que no podía hacerse un balance sobre la felicidad de una vida sino hasta llegada la muerte. Los epicúreos no se amargaban la vida con cruces morales. Muchos religiosos se dicen felices al justificar divinamente su tristeza. Los ateos la buscan aquí, no en el más allá. Para Maslow era una pila de necesidades satisfechas. Y para cada quien es algo personal, no nacional.
Un gran novelista escribió: “La felicidad es una falacia aprendida en las telenovelas. Nadie puede ser feliz porque la alegría es algo momentáneo que de pronto aparece en una risa, con una buena noticia, con un buen trago, pero igualmente se esfuma en un momento y tarda en volver. La mayor parte del día uno no es feliz; tan sólo se dedica a comer, dormir, trabajar, irla pasando en espera de que un amigo o el azar traiga como regalo otro instante preferible al resto”.
Mientras no sepamos qué debe medir un felizómetro, la ONU haría bien en no desorientar con su Índice Global de Felicidad.
Que Finlandia ostente su triste felicidad. Nosotros celebremos nuestra feliz tristeza.
AQ