En 'La esclava de Juana Inés', Ignacio Casas da voz a una mestiza literariamente irresistible

Libros | A fuego lento

"Una novela donde brilla la imaginación y el lenguaje se comporta como ser vivo".

Portada de 'La esclava de Juana Inés' (Cortesía: Grijalbo)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

No todo es grandilocuencia ni erudición farragosa en el mundo de la novela histórica en su versión mexicana. No todo es una galería de estatuas parlantes. De vez en cuando, brilla la imaginación y el lenguaje se comporta igual que un ser vivo. De vez en cuando, damos con una pieza armoniosa como La esclava de Juana Inés (Grijalbo). Su protagonista, una joven mestiza, hija de negro y totonaca, tiene una viveza y un temperamento del que carecen los Juárez y las Corregidoras y Malinches que llegan hasta nosotros esculpidos en bronce. Fascina y ejerce un enorme poder de atracción.

Sí, es la esclava de Sor Juana, la Reina del Mango, Yara, vendida en la Plaza Mayor después de ser abandonada por sus padres y de escapar a los ojos del Santo Oficio en un poblado de la costa de Veracruz. No es, sin embargo, un pretexto para entrometernos en la vida y en la obra de “la madre poeta”. Es, insisto, tan independiente de los manuales de historia que, a la vez que narra su precaria existencia, se va haciendo de un estilo en el que concurren el canto y el ingenio. Así que quien vaya en busca de Sor Juana se llevará una enorme decepción. Su figura tiene aun menos relevancia que la de la madre tornera, custodia de la puerta del convento de San Gerónimo y cómplice alcohólica de las incursiones de Yara por las callejuelas y los canales de la ciudad, o la de la cocinera de piernas chuecas.

La vida conventual recreada por Ignacio Casas es un repertorio de intrigas y vicios que se castigan a pan y agua. Guarda poca relación con la piedad y la mortificación y por momentos consagra los placeres de la buena comida, los juegos de azar y la conversación de la mano del vino. Es la parte más jugosa de La esclava de Juana Inés. No todo, sin embargo, transcurre entre muros. Las primeras páginas están llenas de peripecias, pues describen el viaje forzado de Yara a la Ciudad de México, entre el frío, el hambre y la irremediable sensación de pérdida del paraíso.

Ignacio Casas ha concebido a un personaje irresistible, un habitante por derecho propio de la literatura. Tiene una voz melodiosa, y así suena: “Yara, la negra, la esclava de la madre poeta, yo, con los cachetes colorados, con sudor en la frente y en las manos, contenta estoy de poder anotar estas letras que son testigo de la alegría que sentí al beber de la boca del Lorenzo”.

ÁSS

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