Hace treintaitrés años, la actriz varsoviana Joanna Szczepkowska, mientras le hacían una entrevista en la televisión oficial polaca, tan frívola como suelen ser las entrevistas a las actrices, se salió del guión para proclamar: “Proszę Państwa, 4 czerwca 1989 roku skończył się w Polsce komunizm”, lo cual significa: “Damas y caballeros, el 4 de junio de 1989, se acabó el comunismo en Polonia”.
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La televisora cortó la imagen de inmediato, pero el aviso ya se había pronunciado. Así, con su bello rostro, de manera casi ingenua, pero con toda la legitimidad de la historia, Joanna Szczepkowska acabó de abrir la puerta de la libertad para los polacos que tenían ya cincuenta años luchando contra la ocupación rusa.
El día en que, una vez más, se quitaron a los rosjanie de encima, fue fecha de grande felicidad para los polacos. Sin embargo, no son ingenuos, saben que Rusia siempre intentará venir “a por” ellos, saben que los gobiernos y el pueblo ruso no conciben que sus vecinos sean libres, pues ellos no conocen el significado de “democracia”; son gente tosca que jamás en su historia ha conocido la libertad y, en vez de construirse una nación, andan viendo cuál atropellan.
Verdad es que los rusos tuvieron la mejor literatura en el siglo diecinueve y primera mitad del veinte, pero cada gran escritor fue perseguido, desterrado, censurado, arrestado, gulagueado o asesinado.
Asesinado fue Isaak Bábel, que en su Caballería Roja, contó episodios de la invasión rusa a Polonia en 1920, en la cual, dicho con todo respeto, los polacos le partieron su madre a los rusos.
Yo me fui a vivir a Polonia en el 2007. Ahí aprendí mucho sobre la libertad y la dignidad. Mi familia polaca tiene una larga tradición de lucha contra los rusos, desde la insurrección de 1863. Muchos miembros han muerto en campos de trabajos forzados en Siberia, o lucharon en la Primera o Segunda Guerra, y luego picaron piedra durante el comunismo, publicaron textos prohibidos y participaron activamente con el sindicato Solidaridad.
Y, por supuesto, entre los que sufrieron el comunismo, no hay nostalgia por el comunismo. Esa nostalgia apenas la experimenta el vulgo libre que suspira por la opresión de otros.
Hoy los polacos gozan de su libertad bien ganada, al tiempo que la siguen construyendo, lidiando contra el autoritarismo estatal y eclesiástico; pero no son camarón que se duerme. Siempre están esperando a los bárbaros.
AQ