Espionaje | Por Avelina Lésper

Casta diva | Opinión

La intimidad pasó de moda, la discreción es obsoleta; el siguiente paso es acabar con la discreción como trauma del pasado.

"¿Qué valor tiene la privacidad?" (Foto: Tobias Tullius | Unsplash)
Ciudad de México /

El banco de DNA más grande es la novedad de vigilancia China, el más grande porque su índice de población hace que todo sea gigantiásico. A través de un dispositivo colocado en los teléfonos pueden monitorear la aburrida y previsible cotidianeidad del usuario, y además su estado de salud. Según la paranoia políticamente correcta del periódico The New York Times, entre las empresas que analizan millones de datos de los consumidores y la policía que estudia el comportamiento del usuario para ver si es activista o espía o lo que se considere condenable, los acosados chinos viven en una vidriera expuestos y sin intimidad. Es el sueño de cualquier ciudadano.

La intimidad pasó de moda, la discreción es obsoleta. Después de una cuarentena que exacerbó el lanzamiento a las redes del exhibicionismo privado, ahora el siguiente paso es acabar con la discreción como trauma del pasado.

François Boucher, 'Joven recostada', 1751. (Wikimedia Commons)

Detienen y condenan a 4 años de cárcel a un científico que espiaba para Rusia, en China espían a sus ciudadanos y en las redes todos se exhiben espiándose unos a otros de manera voluntaria. Las cámaras de un paparazzi captan a la “infamous” ex de Johnny Depp comprando en una tienda de descuento en Nueva York, ¿qué valor tiene la privacidad? Ninguno, no vende, no paga, no compra.

Si alguien procura estar en su espacio, en su casa, en silencio, sin contacto con el exterior, sin parlotear por las redes, es antisocial y le diagnostican depresión. Varios usuarios de una red de ligue denuncian que la misma mujer los contactaba con distinto nombre, se iban a un hotel, los drogaba, les robaba el automóvil y lo que podía, menos el pudor, ese no cotiza. Las relaciones son públicas, los amoríos dejan de ser clandestinos o privados, se colocan en el escaparate de las redes, entre más enseñen más likes, el triunfo del amnésico gesto del click.

Jean-Honoré Fragonard, Jovencita y su perro, 1770. (Alte Pinakothek Munich)

Casanova urdía planes, se disfrazaba, hablaba varios idiomas, era mago, literato, nigromante, conocía toda Europa, fue embajador y funcionario de diferentes reinos, y así trascendió por unos cuantos ligues que no fueron lo más interesante de su historia. Casanova sí fue un gran espía, conocía el poder de la seducción en una sociedad que amaba la discreción y la clandestinidad, las cámaras oscuras de terciopelo, el amor en una góndola mullida y perfumada, en el pausado ritmo del agua. Se sentiría humillado de lo fácil que es ahora espiar, conocer gente, robarla, tener sexo, todo es rápido y todo se va a la basura.

¿Qué busca el gobierno chino vigilando a sus ciudadanos, que no esté ahora mismo en TikTok? Y, ¿qué puede ofrecer alguien que sea desconocido? Cuando suceden cosas terribles, historias siniestras, se lanza a las redes y estallan de popularidad, la tragedia es reality show. Lo que a esta sociedad le interesa, desde el gobierno chino, los espías rusos, hasta el auditorio de TikTok, es eso que nos describe como una masa sin más interés que la excitante experiencia de ser nadie.

AQ

  • Avelina Lésper

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