Disonancias y consonancias del carnaval de la idiotez

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

Al observar los hechos recientes en Estados Unidos, es complicado decidir entre reír y llorar: "la historia se repite dos veces, una como tragedia y otra como farsa".

Disturbios en el Capitolio el 6 de enero de 2021. (Foto: Jim Urquhart | Reuters)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Con todo lo sucedido, me daría vergüenza pretender articular una interpretación útil. Solamente entiendo que la viabilidad de las democracias está en juego en un carnaval disparatado, muy agresivo en muecas, poco violento todavía. La República de Roma no pudo resolver su encrucijada y terminó cediendo al imperio. Si la historia se repite dos veces, una como tragedia y otra como farsa, quiero imaginar que esta caricatura saturnal no es sino lo que vemos: el carnaval de la idiotez. Por lo pronto, me quedan muchas disonancias cognitivas y unas pocas consonancias bibliográficas.

Disonancias

1. Covid-19, encierro, depresión económica. Para recoger canastas de básicos, cosa de 60 dólares, una fila de más de un kilómetro de automóviles y camionetas con un costo promedio de 50 mil dólares.

2. Una mujer se acerca a la cámara y denuncia indignada: “¡nos echaron gas!” El reportero le pregunta qué hacía en la manifestación, y ella responde: “la revolución”.

3. El grupo de golpistas que, al entrar al Capitolio, se toman selfies. Un policía posa con ellos.

5. Los QAnon que creen que fallaron porque los infiltraron George Soros y los Antifa. Matt Gaetz, congresista representante de Florida: “no fueron seguidores de Donald Trump sino gente de Antifa, disfrazados de trumpistas”. El conspiracionismo no puede ser disuadido ni persuadido; colapsa comiéndose la cola.

6. Un guardia abre fuego cuando la turba franquea una puerta resguardada. Muere una mujer. Un congresista dice que sucedió porque el guardia era negro.

7. El señor del bisonte en la cabeza posando como revolucionario radical con una mezcla psíquica que habrá de sobrevivir para las carcajadas del futuro, recibió el confort de su mamá, con la que aún vive: pobrecito, “no ha comido porque en la cárcel no sirven comida orgánica”.

8. Gringos que asisten a la rebelión con cotas de malla cubiertas con camisetas estampadas de esvásticas o atuendos godos que creen vikingos. Carambólica Edad Media.

No sé si todo esto me da más risa o miedo. Más que analistas, necesitamos un clon de Rabelais para articular tanta zarandaja.

Consonancias

1. En el momento determinante de la validación de las elecciones, Trump tenía puestas sus esperanzas en su vicepresidente, en la cabeza del senado, y en la de los representantes. Uno por uno, todos hundieron su cuchillo en la esperanza del aspirante a tirano. Como en el asesinato de Julio César, todos se vieron precisados a asir el puñal: que ninguno se diga inocente. Los romanos intentaron acabar con el mandón para recuperar la política republicana. Asesinaron a César, pero no pudieron recuperar la República; ojalá que sus caricaturas contemporáneas hayan hecho justo eso. Como cereza encima, hay que imaginar a Ted Cruz queriendo actuar el papel de Marco Antonio en el Julius Caesar de Shakespeare. Después del asesinato de Julio, junto a su cadáver, Bruto pronuncia un discurso seco, estoico, claro y en prosa: matamos a César para salvar la República. Poco después, Marco Antonio tuerce el sentido, en versos, con un discurso populista y transforma su crimen en una virtud y una herencia moral. Cobra para su propia cuenta el capital político de la popularidad de César. Por suerte, Ted Cruz es el peor actor shakespeariano del siglo XXI.

2. Esos gobernantes aclamados por multitudes, con seguidores deseosos de dar la vida por ellos y que luego caen. Edward Champlin, siguiendo a Tácito y Suetonio, relata estupendamente la caída de Nerón, su acobardada huida por los eriales, mientras lo persiguen aquellos que lo habían aclamado y encumbrado…. En tiempos recientes, Ceaușescu, Gadafi. En vez de perseguirlo entre baldíos, a Trump lo han encerrado, inútil, en la residencia presidencial. No le quitaron su palacio; le quitaron el mundo exterior: Twitter, Facebook y accesos bancarios. ¿Lo que no pudo reparar el Estado, lo reparan ahora las empresas privadas y el mundo virtual? En todo caso, ahí está la verdadera Revolución.

Sabemos dónde comienzan las cosas, no dónde terminan. Es muy probable que los Estados Unidos logren reparar su democracia y se encaminen a ese estado deseable en que la democracia es aburrida y no el centro pasional de la vida humana. Pudiera ser que no, que todo esto apenas columbre un futuro enrarecido, de líderes carismáticos y pasiones idiotas que imponen sus resentimientos en esos nuevos países virtuales. Queda claro que los Estados Unidos también tienen un presidente desquiciado. Pero ya cayó.

AQ | ÁSS

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