Estrategias peores que la indiferencia

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

En México, los políticos que aspiran a la presidencia se hallan en la inopia de su representación.

Xóchitl Gálvez y Andrés Manuel López Obrador. (Laberinto)
Julio Hubard
Ciudad de México /

El paso del cine mudo al sonoro dejó fuera a muchas grandes estrellas. En 1931, Chaplin dijo: “El cine mudo es un medio universal de expresión. El cine sonoro tiene un campo necesariamente limitado”. Cosa notable: la cadena de MTV inició sus transmisiones con la canción “Video Killed the Radio Star”.

Sucede lo mismo en la política. La vieja democracia ateniense tenía dos pilares: la isonomía (igualdad ante la ley) y la isegoría (igualdad de derecho y de obligación de usar la palabra en la asamblea). Consideraban indigno a quien se rehusara a expresar su pensamiento y a quien fuera incapaz de entender al otro. Consideraban falaz, tramposo e incapaz a quien recurriera a discursos ajenos, tanto en los asuntos políticos como en los juicios legales.

Para tiempos de Sócrates, digamos 450-399 a.C., Lisias es famoso: escribe y vende discursos de enorme calidad y se convierte en un recurso de gran valor para políticos, magistrados y personas sujetas a proceso penal. Su celebridad se explica por dos cosas: una, la democracia directa se había vuelto disfuncional en una Atenas mucho más poblada, y, dos, un cambio tecnológico, la escritura, se había vuelto abundante y común. La democracia tuvo que inventarse formas de reducir a sus participantes directos: se volvió representativa, indirecta.

En Roma, durante la república, la complejidad de una democracia indirecta es exponencial, respecto de la directa, pero hasta los emperadores romanos conservaban el pundonor de hablar por propia cuenta. Según Tácito, así lo hicieron Augusto, Tiberio, Claudio y dice que “ni en Cayo César pudo la lesión del entendimiento impedirle la fuerza de la elocuencia”.

En Occidente desaparecieron las sociedades políticas durante muchos siglos. Ni el papa, ni los reyes, ni los señores feudales tenían necesidad de convencer a nadie, ni de escuchar voces que no eligieran ellos mismos. Maquiavelo no sólo despertó al príncipe para la política; hizo uno de los primeros elogios modernos de la libertad republicana: el famoso entrenador de tiranos fue por igual preparador de repúblicas. Confiaba, para lo segundo, en la novísima tecnología de la imprenta moderna.

De ahí en adelante, no es posible concebir las transformaciones políticas sin los saltos tecnológicos. Y de esos saltos, lo más notorio en cada época, son los modos, las retóricas, las formas con que la gente se halla representada o engañada.

Desde hace un par de décadas, la idea misma de la representación política está en una transformación profunda y la tecnología es, de nuevo, el motor del cambio. El electorado tiene dos recursos novísimos: las organizaciones repentinas y la intrusión directa, necesaria y constante en el espacio de los políticos. Es notable la velocidad con que las redes pueden transformarse en algo parecido a la masa, actuar agresivamente y al fin disolverse en nada; o de comportarse como fiscalías ciudadanas, o formar organizaciones políticas que no son partidos, pero tienen un peso real y aun mayor que las organizaciones oficiales. Ahora, sorpresivamente, las vemos actuar como “equipos de campaña”.

Las democracias están rebasadas por la tecnología y sus súbitas repúblicas. La mayoría de las organizaciones que buscaban una renovación democrática mordieron el anzuelo de los demagogos, que ofrecían una democracia directa. Trump, Erdogan, López Obrador, Bolsonaro, otros, vendieron el garlito del contacto directo con la gente o el pueblo. En realidad, revivieron la autocracia, porque violaron la proporción (imposible dialogar con millones) y se quedaron sólo con la mitad de la isegoría: largan peroratas, y no escuchan a nadie. Y la ciudadanía, a soportar rollos idiotas, que van de la cursilería a la más impune delincuencia. Ese discurso sólo fluye del poderoso al pueblo, nunca al revés: toda voz que discuerde es ridiculizada y hasta perseguida.

En todo caso, dejarán una herencia de basura. Sus sucesores están atrapados en retóricas retrógradas y en estrategias mediáticas peores que la indiferencia. En México, los políticos que aspiran a la presidencia se hallan en la inopia de su representación. Buscan por todos lados la autenticidad que conecte con la ciudadanía y no atinan más que a repetir gestos y retóricas momificados. Todos exudan impostura, menos una. Xóchitl Gálvez no tiene un equipo de campaña que le diseñe una imagen, un estilo o un discurso. Sus simpatizantes han generado un fenómeno mediático sin precedentes.

AQ

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