Es el principio de una utopía: de ahí que aún existan beligerancias y conflictos. Los fundadores aseguran que las batallas atañen mezquinamente al proceso de instalación: esencial, añaden, remover primero los escombros para colocar después la obra negra y comenzar entonces la gran construcción; esencial también aprovechar algunos escombros para contar con imágenes de contraste y justificaciones pertinentes. Cuánto medirá la utopía es una cuestión que no se ha determinado. Abundan los bosquejos. Aquí se clausurará una calle; en la esquina se demolerá un edificio, se cavará un hoyo y se inaugurará un lago; el parque se quitará para edificar un centro cívico. Habrá tuberías internas y externas; tal vez muros y torres en algunas localidades lejanas. Se han abierto convocatorias para que los ciudadanos envíen sus propuestas. ¡Nunca había participado tanta gente en una creación colectiva!
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El señor afirma todos los días: esto que hago es para ustedes. Antes sus cuerpos deambulaban como sombras confundidas, como autómatas. Ahora son más libres, más felices que nunca. Sólo les pido paciencia. Pero los críticos no cejan; aturden y fastidian al señor: gritan todos al mismo tiempo que él. Los ruidos interfieren y distorsionan el mensaje. Se fabrican mentiras, se permiten filtraciones de datos peligrosos para la estabilidad misma de la utopía. Una ciudadana a mi diestra exige: cállense ya, no les den armas a los enemigos. Puras campañas de odio.
La pasión por la política no es lo mismo que la pasión por un político. Se hieren los sentimientos. Si atacas al señor, me atacas a mí. Él nos tutea a diario con cariño y amonesta a los posibles adversarios. Habla en refranes cuando hace falta. Oigo las piezas de cada frase. Lo que no es oro aunque reluzca tiene la pátina de algo sabio, antiguo. Sucio el dinero, sucias las personas que en la otra época mermaban los derechos y las voluntades con dádivas. Eso ya no va a pasar. Eso se terminó. Que se burlen a sus anchas los bufones allá afuera donde todavía reina el temor a los basurales.
Adentro nadie se ríe. Soy testigo: retumban los aplausos. Me miran los ciudadanos. ¿Por qué no dices lo que piensas? Tantos rodeos e introspecciones no sirven de nada. Pero no sé lo que pienso. La utopía en cierne resulta incómoda, áspera, escarpada. Lo inaceptable de antaño es aceptable ahora por las virtudes del señor: él nos representa a nosotros en la conciencia histórica de Ello. Él doma los picos y las curvas. ¡Hasta sonríe en mi pantalla sin que yo lo busque! Los parches de luz no combinan cuando se cuestiona el origen. Digo disentir y desaparezco. La piedra de ayer no termina de tocar fondo. Pasa de ese modo cuando no se comprenden los cambios. Sigo agitando la bandera del escepticismo. Qué elegante. Desmenuzo pormenores. Un ciudadano me ataja: ¿prefieres lo que había antes? La pregunta dejó de ser válida. Nunca me ha gustado lo que ha habido, y me incluyo fatalmente en lo que nunca me ha gustado.
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