La obra de Fabienne Bradu (París, 1954), está marcada por una intersección entre el ensayo, la biografía y la crítica literaria. Con su prosa clara y accesible desafía los cánones académicos tradicionales y apuesta por una crítica que no solo analice la literatura, sino que también la respete en su fondo y forma. Su trabajo mantiene la exigencia estilística que Paz predicaba en la revista Vuelta, “él siempre nos decía que nuestros textos debían estar bien escritos y coincido con él, no se puede hablar de literatura sin ese respeto por la escritura”.
En Fabulosas imposturas (Bonilla Artigas/2024), su libro más reciente, Bradu se adentra en el juego literario de las identidades múltiples, explorando casos de escritores que han desafiado la noción de autoría a través de seudónimos y biografías ficticias. Sin caer en la condena moral, se adentra en el fenómeno de la impostura que para ella no es solo un engaño, sino un acto de libertad y transgresión, una manera de desafiar las etiquetas impuestas por el mundo literario. “Es el juego a ser otro o, como dijo Pessoa, a otrarse”, explica. Su análisis se aleja de la autoficción que dice narcisista y, en cambio, reivindica la capacidad de los escritores para construir mundos alternos donde la identidad se transforma en un espacio de exploración. “Todo lo esencial reside en cómo se hace, hacia dónde va y para qué se utiliza”.
¿El ensayo es una ruptura o una continuidad en su carrera literaria?
Yo tengo la impresión de que nunca abandoné el ensayo. El libro inmediatamente anterior a este, Residencias literarias es una compilación de ensayos dispersos. Yo no distingo entre crítica literaria y ensayo, para mi es el mismo ejercicio. En la academia constantemente me reprochan que no soy rigurosa con las formas académicas de presentación, pero mi rigor lo pongo en otra parte, en la escritura, la investigación, la reflexión, creo que sí se puede ser rigurosa y al mismo tiempo hacer un libro que se lea con amenidad.
La función de las universidades es producir conocimiento y la mayoría de las veces éste se queda solo en esferas muy pequeñas. Qué contradictorio, ¿no?
Sí, es una contradicción. En el caso de la UNAM, nos pide que los investigadores tengamos un nexo con la sociedad, que los productos de nuestro trabajo sirvan en ella, pero si les ofrecemos una prosa obtusa no lo vamos a lograr. En mi caso que trabajo en literatura, siento que si hago libros atractivos para el lector cumplo mejor este cometido.
Con la proliferación de booktubers y divulgadores en redes sociales, ¿qué diferencia encuentra entre su enfoque y el trabajo de crítica literaria tradicional?
Las redes sociales ni las miro, soy una anticuada en este sentido y bastante lela en todo lo digital, no se me dio esa virtud, así que no puedo opinar sobre lo que sucede en esas redes. Pero sé bien el reproche que le haría la academia, que es precisamente esa falta de rigor que acabo de describir. Aunque ahora en la academia hay mucha gente que oigo hablar de literatura sin amor y digo cómo puede ser. No es solamente una cosa de vocación sino de sensibilidad, un ejemplo totalmente extraliterario es un video que me mandaron de un señor que se fue a criar cabras y él decía “yo no soy un héroe solo cumplo con mi oficio bien” y creo que le debemos a la literatura hacer ese oficio de crítico bien.
¿Cómo ha logrado mantener ese amor por su oficio?
El amor es leal, yo creo que seguiré conservándolo hasta mi último día. Yo evidentemente no me veo haciendo otra cosa que además no sabría hacer.
¿Cómo seleccionó a los autores que analiza en Fabulosas imposturas?
La impostura es un campo que ha sido muy poco explorado, puede que se me pase, pero no recuerdo libros en México sobre este tema, creo que es bastante pionero en ese sentido. Todos los autores que incluyo en este libro han corrido el riesgo de creer en la multiplicidad del yo que nos habita y de jugar a ser otro, el otro que llevan adentro o les hubiera gustado ser.
¿Hay un patrón que se repita en estos casos que analizó?
Yo no quise elaborar un patrón de la impostura, para mí las teorías en la literatura no sirven para gran cosa más que para señalar excepciones que rompen la regla, entonces prefiero mostrar la multiplicidad de la práctica, que se saldan por derivaciones muy diversas, no siempre es un juego carente de peligro. Yo lo tomo más risueño de lo que es en realidad, pero me llama la atención de por qué ellos tuvieron ganas de volverse otro, también me llama la atención la condición de secreto que debe sellar esa aventura.
¿Cree que más allá de lo lúdico haya una necesidad de ocultamiento?
Yo creo que es para explorar, para ponerse a sí mismos un desafío. Muchos escritores se ponen en tela de juicio y se preguntan “¿Si no fuera el escritor conocido que soy me aceptarían?”, Ese fue el caso de Romain Gary que estaba cansado de ser él y envió a su editorial un manuscrito con otro nombre y nadie se dio cuenta, después sobre eso tejió toda una estratagema encarnando su nueva identidad a través de un sobrino a quién le escribió una autobiografía. Es decir, uso todos los mecanismos para construir su impostura, y hasta su muerte que fue suicidio, nunca declaró nada. Siempre hay quienes quieren medirse porque piensan que su nombre y renombre le estorba más de lo que piensa la gente.
Qué curioso que estos escritores huyan de las etiquetas que los definen, cuando ahora en la sociedad todo se quiere etiquetar.
Sí, por eso entiendo a la impostura como rebeldía contra el sistema, porque es un ejercicio de libertad y la libertad siempre está muy mal vista. Aunque entiendo perfectamente ese sentimiento, porque nuestro nombre viene cargado de etiquetas que nos ponen, siempre expeditivas y a veces injustas, y aunque a veces uno tiene ganas de quitárselas no se puede. Yo sé que la etiqueta de Vuelta la tengo pegada en la frente y con ella la gente ya siempre considera que soy de tal manera, de tal color, que no puedo pensar de forma distinta.
¿Qué requiere la impostura?
Talento, mucha imaginación, armar todo el juego y sobre eso el secreto. Por ejemplo, Romain Gary fue asediado en entrevistas para que revelara su seudónimo y siempre decía ese no soy yo. Así que hay que saber jugar hasta el final para que la impostura permanezca en el tiempo.
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Fabienne Bradu es una mujer que sabe nadar en sus aguas. Es directa y curiosa, emplea cada palabra con cautela, piensa mucho lo que quiere decir antes de expresarlo. Al igual que en sus textos, su discurso también es claridoso. Vive rodeada de libros y de arte: cuadros de Magali Lara, Paloma Ulacia y Francisco Toledo, conviven con fotografías de Graciela Iturbide. Su casa es la de alguien dedicada a las letras, proliferan las palabras y el orden. El gato que la acompaña es el único que puede caminar libre y poner un poco de desorden, aun así, lo mira constantemente, y detiene la entrevista para ir a quitarlo de encima de la cafetera.
Bradu es autora de biografías famosas como la de Antonieta Rivas Mercado o Gonzalo Rojas, en ellas ha trazado las múltiples maneras en que la identidad se manifiesta y se reinventa a través de la literatura. Quizá el no vivir en su idioma natal es el origen de su interés en los otros: en saber cómo piensan, como viven y cómo escriben, por eso no es sorpresa que Bradu escribiera un libro como Fabulosas imposturas. Tampoco que no oculte su hastío ante la proliferación de relatos autobiográficos que, en su opinión, han saturado el panorama literario sin aportar una verdadera profundidad estilística. “Mi condena no es global”, aclara, “pero la mayoría no reflejan un talento creador elevado. Hay un regodeo, un narcisismo muy alto que, al final, nos deja preguntándonos: ¿a quién le importa este yo tan parecido al del vecino?”. Para ella, la diferencia entre una impostura literaria y la autoficción radica en la expansión de la identidad, en la posibilidad de “jugar a ser otro” en lugar de encerrarse en la reiteración del propio yo.
Quizá se pueda pensar que ahora que los escritores son tan públicos y están tan en contacto con sus lectores, sería imposible realizar un ejercicio de impostura, pero está el caso de Carmen Mola o Elena Ferrante.
A mi gusto, dijeron demasiado rápido la identidad de Carmen Mola, si yo fuera ellos hubiera inventado más, no está en mi libro, pero hubieran podido estar como una impostura contemporánea, aunque sí analizo los casos de Emmanuel Carrère y Enrique Vila-Matas.
¿Cree que los escritores juegan con su biografía hasta volverse personajes?
Lo que pasa es que ahí los lectores tienden mucho a confundir el yo que habla en un relato con el autor, Proust por ejemplo se cansó de repetir que el yo que habla en En busca del tiempo perdido no era él.
¿Por qué cree que se de esa confusión?
Ahora la crítica literaria se ha vuelto muy chismosa y le importa más la vida del autor que la que está en juego en la obra, entonces se hacen esos puentes muy fácilmente. Además, la abundancia de relatos autobiográficos que proponen relatos de vida sin distinguir la situación real de la parte inventada hace una especie de aplanadora que nos lleva a que cualquier novela que contenga un yo, sea leída como la expresión del autor.
Entre los relatos autobiográficos destacan los de Annie Ernaux, ¿ve peligro en que ahora muchos escritores la tomen de bandera y ejemplo?
Para mí la suya es una literatura tan llana, que me da tedio, precisamente por no salir de ese yo. Claro, cuenta experiencias con las que muchas mujeres se pueden identificar, pero como producto literario no le encuentro mucha altura.
Usted también se ha destacado como traductora, ¿no cree que ser traductor requiere meterse en la piel de otro y jugar hasta cierto punto con una impostura?
Ser traductor no es ser impostor, pero hay un juego efectivamente de detenerse a pensar ante cada palabra porqué el autor la eligió antes que otra. Es un poco confiscar la voz de otro, por eso el traductor se siente un poco dueño de esa voz, cosa que es una ilusión total porque un traductor no es más que un instrumento de paso entre un idioma y otro, pero cuando uno traduce un libro, siente esa versión como una creación propia.
¿La impostura se ciñe solo a la literatura o es un rasgo de la condición humana?
Hay los malos impostores, los que usan la usurpación de identidad para cometer estafas, estos ni los incluyo ni los contemplo. A mí me interesan únicamente los autores dotados de imaginación para sacarnos una sonrisa y decir: ¡qué bien lo hacen!
AQ