Falso, perseguido espejo | Por Avelina Lésper

Casta diva | Nuestras columnistas

Morimos cuando nos conocemos, paralizados, horrorizados.

William Merritt Chase, 'The Mirror'. (Wikimedia Commons)
Ciudad de México /

En los sótanos guardan espejos, los tienen ocultos, velados, ciegos. Espejos del pasado, cuando la luz era un fugaz portento que perseguíamos para retenerla más tiempo. En la noche multiplican las velas, en el día detienen al sol, espejos de marcos dorados, soles de cristal que confunden puertas y paredes, prolongan habitaciones, caminos a lugares que no existen, espejos que mienten, pitonisas de humo, umbrales que tragan las historias. En la noche no duermen, espejos eternamente despiertos, acechando nuestro paso para lanzarnos el dardo de nuestra presencia que se deteriora mientras su túnel continúa vaciando su trayecto.

Alejo Carpentier los visitó, los guardó en arcones, los trajo desde lejos, y deformando su rastro, de oro los espejos, de oro su reflejo, de oro sus orillas, de oro sus cúspides de música, laureles y guirnaldas floridas, de oro su fulgor y de oro sus astillas. Carpentier es el Barroco, y el Barroco es de espejos, la inteligencia es de espejos, las voces son espejos, el alma en cambio es el fondo de una vasija opaca por el tiempo. El suplicio los esconde, la penitencia los persigue, cubrir los espejos, ser humildes, castigarnos sin vernos, olvidar cómo somos, renegar de nuestro aspecto, perder el incierto retrato es un martirio que el ego no acepta, el ego se regodea en el sufrimiento, se deleita juzgando, se excita con la visión de sí mismo y clama ingrato, la irreversible degeneración, la irrecuperable memoria, Narciso ahogado, insatisfecho.

Las vidas que se han llevado los espejos, Ana Karenina se inyecta morfina acompañada de su espejo, su rostro emana el olvido dilatando sus venas, la ausencia transporta la mirada y todo, todo lo contiene su espejo, su leal y discreto amante, lo lleva en el bolso, le muestra sus orgasmos, lo limpia con saliva, lo besa, y antes de suicidarse, se mira en el espejo. Oxidado, úlceras negras que pervierten su pureza, serpientes y Medusa miente, el antídoto de su veneno es un espejo, morimos cuando nos conocemos, paralizados, horrorizados, cerramos los ojos y nos tragamos abriendo las fauces voraces de nuestro nombre.

En la prisión no hay espejos, el tiempo es más largo, el encierro es un círculo incierto, María Antonieta habitó una celda sin espejos, en su paso a la guillotina, contemplando a la horda enfurecida, recordó sus bailes en el salón de los espejos, el brillo de las lámparas, el maquillaje de su rostro, el sonido de su vestido y agradeció que su cabeza rodara sin pausa, sin regreso. Semejante a sí mismo, se adora, no conoce el desdén, vacío y paciente con las partidas, promiscuo con los encuentros, nos acepta a todos y a todos nos desprecia, en el ropero, en el vestidor, en el médico, en la tienda, se carga de mentiras y vomita nuestros deseos. Ante un espejo estamos obligados a vernos, vicio que nos pierde, olvidamos en dónde estamos porque estamos dentro, se acaba la vida y él se queda quieto, esperando a que otros entren y se miren, perdiendo, muriendo.

AQ

  • Avelina Lésper

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