Al comienzo de Ana Karenina, León Tolstói, escribe: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.
Imposible no pensar en esta frase al leer Familias perfectas, de Gará Castro, publicado por Ficticia.
Lo de “perfectas” es, por supuesto, una afortunada ironía. Las historias de este libro son de familias imperfectas, de familias infelices a su manera. No hay aquí concesiones. No hay cursilerías ni mundos color rosa. O sí, pero solo en contraste, porque lo que impera es lo atroz, el miedo, lo ominoso, el peligro, la intranquilidad, lo disfuncional.
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La literatura, lo he dicho siempre, no sobrevive a la miel, a lo cursi, a lo bondadoso, al santoral de bienhechores de la humanidad. La buena literatura es la de la caída, la del fracaso, la de las imperfecciones humanas y familiares, la de los locos, la de los pecadores, la de quienes no saben qué hacer con la vida que les ha tocado, la de quienes se sienten extraños, extranjeros, ajenos a los que los demás ven como normal, como apropiado, como lo que ordena la sociedad, como lo que debe ser.
Gará Castro lo sabe y por eso nos entrega estos cuentos, marcados por una visión certera, si bien sombría, de lo que somos.
Para condensar esta intención narrativa, recurriría a un párrafo de “El balcón”. Escribe Gará Castro: “No más comidas familiares. Desapareció el clima entrañable entre los hermanos. En su lugar creció un vacío, una tristeza como de luto, un cadáver inmaterial que sabíamos que estaba ahí, y que había que ver, hablar, velar y darle sepultura”.
En Familias perfectas, ese vacío, esa tristeza como de luto, ese cadáver que persiste en cada una de nuestras relaciones personales y familiares, a ratos es motivado por una presencia extraña, llámese los peligros del mar, como en “Solsticio. 24 pies de eslora”; la amenaza de un ladrón, como en “Strike Back”; o la sociedad distópica y llena de animales salvajes de “Sobrevivencia”. A ratos, es un malestar de un solo miembro de la familia que los arrasa a todos, como en “A los doce años”. A ratos, la contemplación de la crueldad como espectáculo público en “Excursión escolar”.
El mérito mayor de Gará Castro es que nos muestra eso a través de contrastes: la inocencia convertida en salvajada, los niños y niñas capaces de aplaudir una ejecución pública, la prima que acusa falsamente a su primo como una venganza superior, la madre que empastilla a su hija chiquita con tal de que el marido no ande con otra, el recuerdo de la vida idílica y la realidad de la crudeza salvaje en que se vive, la maternidad pésele a quien le pese o cuéstele a quien le cueste, como en “Tenemos un trato”.
La humanidad no sale muy bien parada en estas páginas. No por nada la mayoría de sus protagonistas son niños y adolescentes. Estos cuentos son un rito de iniciación de sus protagonistas, que pasan de la bondad a la maldad, de la certeza al desconcierto, de la seguridad a la inseguridad, de lo feliz a lo infeliz.
Una de las niñas de estos cuentos, que ha participado en la ejecución pública de un hombre, sabe que algo ha cambiado, pero no sabe qué: “se dio cuenta de lo lejos que había quedado el apacible desayuno de esa mañana. Parecían haber pasado años, siglos”. Lo mismo sucede al hombre cuya esposa trastorna su alrededor, su mundo, en “Como tú y yo”: “A partir de esa noche no he vuelto a ver las cosas de la misma manera. Busco recuperar algo que perdí, no sé bien lo que es”.
En esa pérdida se sitúan estos cuentos. En ese algo que no sabemos qué es pero nos afecta. Por eso hay un par de cuentos de anticipación, distópicos. Porque, si en el presente no encontramos la tranquilidad, en el futuro tampoco. No hay salida, solo perseverar en nuestras vidas rotas, incompletas, desengañadas.
En Familias perfectas no hay falsas ilusiones sino realidades que afectan a los protagonistas. Nadie se salva. No hay redención.
Estamos ante una escritora que inquieta, que perturba, que nos hace ver otras cosas de nosotros mismos. Cosas que acompañan nuestra sombra, nuestras pesadillas, nuestros miedos, nuestra crueldad. Qué bien que así sea. Gará Castro es una escritora que marca, que deja huella, que no plantea preguntas ni ofrece respuestas, que nos hace pensar.
Pienso en sus cuentos y todos ellos me parecen muy conradianos, pues cada uno de ellos nos conduce al corazón de las tinieblas. Tal vez no nos guste lo que vemos de otros y de nosotros mismos, pero vale la pena el viaje por ese Congo interno y literario.
Gará Castro perturba, inquieta, y qué bueno que así sea. No nos interesan las familias felices: no hay ahí literatura alguna que valga la pena. Gará Castro, en su libro, acierta al mostrar la hipocresía, los desperfectos, la falsedad de esa ilusión o aspiración llamada familia perfecta.
AQ