Los fantasmas de José de la Colina y José Emilio Pacheco

José de la Colina (1934-2019)

Después de años de distanciamiento, De la Colina buscó la reconciliación con su amigo José Emilio Pacheco y le dedicó el cuento “Viaje a entonces”.

José Emilio Pacheco y Pepe de la Colina, fotografiados en noviembre de 1959. (Foto: Ricardo Salazar)
Ciudad de México /

“José Emilio estaba muy nervioso, pero se veía contento, ¿no es cierto?” En el automóvil en el que viajaba rumbo a la Cineteca Nacional para ver la nueva película de Jaime Humberto Hermosillo, José de la Colina evocaba el reciente encuentro con su amigo en el restaurante Covadonga de la colonia Roma, entrañable para ambos. Conmovido y alegre, con voz pausada se deslizaba por los recuerdos mientras el auto avanzaba lentamente por el tráfico nocturno de la avenida Cuauhtémoc.

Sí, era verdad. José Emilio Pacheco había estado nervioso y contento durante la reunión, pero también Colina. No era para menos: con ella concluía un distanciamiento de más de diez años originado por asuntos literarios, durante el cual el afecto se escondió tras la muralla del silencio, a la que llegaban esporádicas pedradas arrojadas por sus partidarios.

La reconciliación comenzó de hecho el jueves 25 de septiembre (de 2003), cuando, después de entregármelo, Colina decidió dedicarle a José Emilio su cuento “Viaje a entonces”, cuya historia transcurre en la colonia Roma en los años cuarenta, escenario privilegiado en la obra de Pacheco. “Ya estamos viejos para tener rencores, y además siempre fuimos muy amigos”, comentó en una innecesaria explicación al pedir que se agregara la dedicatoria. El cuento se publicó el sábado 27 en el suplemento Laberinto del periódico Milenio y la noche del domingo Cristina Pacheco llamó a mi casa para decirme que José Emilio quería hablar conmigo. Me dijo que el cuento le había gustado mucho y me pidió el teléfono de Colina para agradecerle la dedicatoria.

Esa misma noche volví a comunicarme con ellos para proponerles una reunión que ambos aceptaron de inmediato. ¿Cuándo, dónde, a qué hora?, les pregunté.

     —Lo que diga José Emilio —dijo Colina.

     —Que Pepe decida—respondió Pacheco.

Les sugerí el Covadonga, por su cocina española pero también por ubicarse en la colonia Roma, tan significativa en esta historia, el miércoles a las tres de la tarde.

Colina ya estaba en una mesa en el fondo del restaurante —en el segundo piso— cuando llegué con José Emilio. Faltaban quince minutos para las tres. Se saludaron como si se hubieran visto el día anterior: ¿Cómo estás, Pepe? ¡Hola, José Emilio! Luego de un abrazo fuerte, sin preámbulos, reanudaron su conversación sobre el tema al que dedicaron su vida: la literatura.

Cristina se integró a la reunión dos horas después. Nuevamente un abrazo disipó el resentimiento y en un gesto de humildad, Colina le tomó la mano y con voz suave, le preguntó: “¿Me perdonas?” La sonrisa de ella fue su respuesta.

Para entonces, la charla se había convertido en alegre y constante vagabundeo por libros, autores, amigos, anécdotas. La memoria prodigiosa de ambos, su erudición, su sentido del humor, no daban tregua ni permitían la mínima equivocación. Fechas, nombres, títulos, todo era citado con precisión. Cristina y yo decidimos fungir sólo como testigos de esa deslumbrante conversación.

Al encontrarse, además de una versión corregida de su cuento, Colina le entregó a José Emilio la copia de una fotografía que les tomó Ricardo Salazar. Al observarla, Pacheco identificó de inmediato cuándo y dónde había sido tomada: noviembre de 1959, en la Ciudadela. Colina llevaba otra copia y cuatro horas después, casi para despedirse, le pidió a José Emilio que se la dedicara dos veces, una en cada copia. Él hizo lo mismo para que ambos tuvieran el testimonio de ese día en que se reanudó su amistad.

Entre tantos nombres citados, el de Juan José Arreola convocó el mayor afecto y admiración. “Es un escritor que México no se merece”, decía Colina insistentemente. Y los dos exaltaban las cualidades de la prosa de Arreola, su generosidad, su profundo humanismo, su incapacidad para la maledicencia, su incontinencia verbal, su trabajo como editor —él fue quien publicó el primer libro de Colina, Cuentos para vencer a la muerte, y el primero de José Emilio, La sangre de Medusa, que a su vez fungió como su amanuense en el maravilloso Bestiario.

Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Emilio Uranga, los nombres y los versos y los títulos de libros y películas y la ciudad y el país y todos los temas fueron asomando en ese diálogo inolvidable entre José de la Colina y José Emilio Pacheco, quienes pocos minutos después de las siete de la noche, en la banqueta, mientras esperaban los vehículos que habrían de conducirlos a otros compromisos, seguían empeñados en la charla, en los recuerdos, en el milagro de la palabra.

El siguiente domingo, en su columna “Los inmortales del momento”, Colina hablaría de la fotografía que le entregó a José Emilio en el Covadonga. De la imagen de dos jóvenes “de entonces”, uno de veinte años y otro de veinticinco, ambos con lentes y vestidos con traje oscuro. “¿Quiénes son?”, preguntaba y prevenía, “si acaso desconoces la identidad de los dos personajes, darás vuelta a la foto, y leerás: ‘José Emilio Pacheco, José de la Colina, Plaza de la Ciudadela, Ciudad de México, 1959’, y sentirás un desasosiego, algo como un vértigo, porque, o bien estás contemplando a dos fantasmas, o bien tú, que los contemplas, eres un fantasma”. La foto, continuaba Colina, provoca una pregunta más: “¿De qué sonríen esos dos? Ah, yo sospecho de qué sonríen. Sonríen burlonamente de lo que el tiempo hará de José Emilio Pacheco y de José de la Colina cuarenta y cuatro años después.

“Y acaso también sonríen porque ya saben que, pase lo que pase entre ellos, cuando hayan pasado cuarenta y cuatro años después de ese instante, el tiempo no habrá vencido del todo y, aunque muy cambiados, aún serán amigos”.


*Con autorización de ambos personajes y el título de “Reencuentro”, una versión de este texto fue publicado en la revista Letras Libres en noviembre de 2003.

RP

  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Milenio todos los sábados.

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