Farnesio de Bernal: “Creo que soy actor y punto”

In memoriam

El histrión, bailarín y coreógrafo michoacano, fallecido el pasado 7 de abril, fue un hombre entregado al arte, como se hace evidente en esta entrevista realizada en 2014 y que rescatamos como homenaje a su brillante trayectoria.

"Retrato de Farnesio". (Archivo Familia Bernal Peralta)
Alegría Martínez
Ciudad de México /

(1926-2023)

En calidad de comparsa, estelar, coestelar o en segundas partes, ya fuera en mudo, en francés o en inglés, como lo resumió el también coreógrafo y bailarín, Farnesio de Bernal fue pionero en teatro, cine, radio y televisión durante los siglos XX y XXI. Sin homenajes póstumos ni parafernalias, de proceder discreto y sencillo como muy pocos artistas, se fue a los 96 años, satisfecho de lo que logró en vida: “Creo que soy actor y punto”.

Cuando el arte mexicano entró a la era moderna en la década de los 50, De Bernal, debutó en el papel de Micheleto, de Don Juan Tenorio, en el escenario del Palacio de Bellas Artes, bajo la dirección de Salvador Novo. Más tarde dio vida a personajes creados por autoras como Luisa Josefina Hernández y por cineastas como Ingmar Bergman. Fue actor de Alejandro Jodorowsky, Julio Castillo, Ludwig Margules, Juan José Gurrola y Luis de Tavira, entre muchos más.

Participó en películas de Jaime Humberto Hermosillo, Arturo Ripstein, Felipe Cazals, Carlos Carrera y Guillermo Del Toro. Se dio el gusto de alternar con Blue Demon y Anthony Hopkins, además de danzar y de crear coreografías propias y ajenas.

Al interior de una casa funeraria, sin discursos huecos, personal de seguridad, prensa, lista de invitados, mariachis, ni foto gigante ante su féretro, el histrión fue despedido el 7 de abril, abrazado con amor y gratitud por quienes gozaron de su generosidad, amistad, compañerismo, empatía y solidaridad, más allá de su legado artístico como pionero en escenarios y sets cinematográficos y televisivos.

Sobre un féretro de madera clara, lucía el retrato que le hiciera su nieta Laura Yesica Bernal Peralta, ante un ventanal de su casa. A un lado, la foto como bailarín en el ballet Los cazadores, de 1958, sobre la tapa que resguardaba el cuerpo de aquel que siendo niño, se enamoró del teatro al acompañar a su madre en su natal Zamora, cuando era mal visto que una mujer fuera sola a disfrutar de un espectáculo.

Rodeado de actrices y actores con quienes convivió lo últimos años, en una guardia de honor que parecía protegerlo en semicírculo, conformada por Luisa Huertas, Julieta Egurrola, Astrid Romo, Misha Arias, Maricela Lara, Azalea Ortiz y Gabriela Núñez, la despedida fue cálida y alegre, entre canciones queridas por Farnesio, como la “Casta diva”, que interpretara María Callas o “Cosas simples” que cantara Chavela Vargas, incluido un fragmento de “Marihuana Boogie”, que fuera parte de Zoot Suit, obra musical de Luis Valdés que algunas de sus compañeras ahí presentes, interpretaron durante su estreno en México en 2010.

En la calle de General Prim, al interior del lugar donde fuera velado Juan José Gurrola en 2007, familiares del actor y bailarín, que pidieron a sus amigos vestirse con ropa de colores alegres, como a él le gustaba, observaban desde los sillones el entrar y salir de personas de la comunidad teatral de todas generaciones, incluidos Angelina Peláez, Luis de Tavira, Arturo Beristain, Mario Espinosa, Aurora Cano, Laura Padilla, la cineasta Carolina Kerlowe, autora del documental sobre Farnesio, La memoria es un músculo, y Lucina Jiménez, como una amiga más, entre ramos de girasoles amarillos, rosas y flores para celebrar la vida del histrión.

La infancia de Farnesio, en su natal Zamora, de la mano de su madre, a quien le gustaba el cine y el teatro, se nutrió de danza, música, canciones y ficción escénica que el niño recreaba ante sus padres, bajo la mirada de disgusto de su progenitor, que lo impulsó a estudiar arquitectura. Si embargo, el joven, seguro, desde su adolescencia, de que quería que el teatro fuera su vida, dejó atrás la carrera elegida en un principio sin apego a sus deseos.

Un mediodía de 2014, puntual a la cita para platicar sobre los secretos de su arte, Farnesio trajo a su memoria su etapa de estudiante.

“Empecé a estudiar en el año 48, en la escuela de Teatro de Bellas Artes, que en esa época estaba alrededor del foro del Palacio de Bellas Artes. El primer pasillo era de camerinos y el segundo, también, luego estaban las oficinas en el tercer piso, y en el cuarto, la escuela.

Entonces yo estaba en la carrera de Arquitectura y de repente la dejé por cosas personales de mi casa y porque además quería ser actor, pero no tenía dinero y me dieron una beca. Eso fue una maravilla porque yo no pagaba la magnífica, y grandísima cantidad anual de veinte pesos. Ahí estuve con muy buenos maestros, a los que todavía les agradezco mucho, como André Moreau, un francés que estuvo aquí, Clementina Otero, Fernando Torre Laphám que era un maravilloso maestro y otros, pero sobre todo los recuerdo a ellos porque eran magníficos”.

Clementina Otero me enseñó la música del idioma

Agradecido con sus maestros, Farnesio recordó lo que atesoraba de cada uno.

“Clementina Otero me enseñó lo importante que es hablar, me corrigió muchas cosas, porque hablaba bajo y poco claro y en el teatro tienes que hablar para que te oigan y te entiendan y ella era muy buena para eso.

Una vez hice una película gringa y los extranjeros teníamos un asesor que un día me dijo: ‘Si pronuncias bien todas las palabras, pero no tienes la música del idioma y el ritmo, no te van a entender. Y es cierto, también los mexicanos tenemos una música y si la abandonamos, se oye raro y se pierde el sentido.

Entonces me di cuenta, fue impresionante y muy cierto. Eso fue lo que aprendí de la Señora Otero. Ella no lo decía así, pero te enseñaba a hablar, hablar, hablar, hablar y eso fue muy bueno.

André Moreau sabía qué pedir y de qué manera

“André Moreau era muy buen director de actores y eso es magnífico porque hay directores que no saben dirigir actores y debían saberlo. dicen: ‘No, no… más -grrrr, mmmh-, más, más’. Y uno dice: ¿qué, qué? Por ejemplo, André Moreau fue actor de la Compañía de Louis Jouvet, que era famosísima, por eso Moreau sabía cómo hacerlo, qué pedir y de qué manera pedirlo”.

Un actor no puede usar lo que no tiene

Actor de la Compañía Les Comediens, de Andreu Moreau, a la que ingresó en 1950, y en la que actuó en Marius de Marcel Pagnol y en Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand, Farnesio recordó un episodio del director francés.

“Estaba dirigiendo a una muchacha en el papel de la hermana de Antígona, —no recuerdo en este momento quién era ella. Se trataba de una escena en la que esta actriz tenía que hablar. Decía algo así como: ‘¡Si llega a suceder esto y aquello, —hacía el actor ademanes dramáticos— no podré más…!’ Terminó la escena, pero ella no podía hacerla bien y la repetía una y otra vez, hasta que le dijo Moreau: Vamos a hacer una cosa. Hazlo así y él comenzó a decir los parlamentos de la actriz. ¡Quedó perfecto!

Él la dirigió según lo que ella podía hacer, no lo que él quería que ella hiciera. ¡Esos son directores! Los que te van dirigiendo con lo que tienen a la mano y eso es lo que ellos deben usar, porque lo que un actor no tiene, no lo puede usar ¿no?”

No sé cómo me atreví a ser actor

“Cuando empecé a actuar, andaba buscando dónde conseguir trabajo porque antes no había tanto teatro como ahora. Una compañía estrenaba una obra que duraba un mes cuando mucho, y se iba. Después de tres o cuatro meses venía otra compañía, daba otra temporadita y también se iba. En esa época no sé cómo me atreví a ser actor. Bueno, cuando se es joven, no piensa uno y dije: si me va mal, me va mal a mí. Era yo jovencito, nadie dependía de mí y por eso me metí, pero no me arrepiento hasta ahorita, quizá mañana lo haga, pero me gusta mucho. Cuando se formó la Compañía Nacional de Teatro, me dije: ahí va a haber obras buenísimas, yo quiero hacer obras buenas y por eso quiero estar ahí”.

Enamorado de Shakespeare, dueño de una de sus frases y tres veces Polonio

A los 20 años de edad, Farnesio participó en dos obras casi simultáneamente: Antonia de Rafael Bernal, en la que interpretó a un viejo y Aguardiente de caña, de Luisa Josefina Hernández, en la que hizo el papel de un joven con retraso mental, con tal éxito en ambos montajes, bajo la dirección de su primer maestro de actuación Torre Lapham, que le otorgaron al joven un premio especial como actor genérico, al no poder clasificarlo en una sola categoría.

También alumno y asistente de Fernando Wagner, actor en Las cosas simples, primera obra de Héctor Mendoza, estrenada en el Teatro Ideal, se declaró, un enamorado de las obras de Shakespeare.

“Shakespeare se me hace un autor magnífico que llega a lo más profundo del ser humano y cuando su obra está bien traducida, es bellísima: maravilla, impacta.

“Una de sus frases sobre la muerte me quedó para toda la vida. Cuando Hamlet está muy triste por el asesinato de su padre, la reina le dice: ‘Todo lo que vive debe morir, pasando por la naturaleza hacia la eternidad´”.

De Bernal fue uno de los pocos actores que desempeñó el papel de Polonio, en tres ocasiones. En 1962 para la naciente Compañía teatral de Xalapa, Marco Antonio Montero dirigió el montaje entre la niebla que rodeaba el Puente de Xallitic. En 1968 con dirección de Álvaro Custodio la obra se escenificó en el Castillo de Chapultepec y en 2005 en el Teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, Juan José Gurrola dirigió al actor que interpretó por tercera y última vez, al consejero de Claudio, padre de Laertes y Ofelia.

“Yo vi la película, que era buenísima, pero nunca me imaginé que la fueran a montar en teatro aquí y cuando me dijeron me dio mucho gusto. Es un papel buenísimo y con cada director encontré cosas diferentes. Por ejemplo, Gurrola era un director magnífico, ya ves que bebía y eso… pero bueno, quién de nosotros no tiene defectos. Aunque llegara al ensayo tomado, lo que decía era buenísimo: buscaba la esencia del personaje.

“Él encontró entre los textos de la obra, que Ofelia se vuelve loca porque matan a su propia madre. Luego decía él: ‘No puede ser que se vuelva loca por eso’. Entonces descubrió que Ofelia tenía síntomas de locura desde antes. ¿lógico, no? Y luego, en ese vértigo, al repartir hierbas y flores, a la reina, le da una planta que es abortiva.

“Gurrola encontraba detalles que están en la obra pero que mucha gente no había visto y era magnífico. Él llegaba muy al fondo de las obras, por eso gustaba tanto a los jóvenes.

Hubo estudiantes que vieron este montaje de Hamlet como tres o cuatro veces y para que los muchachos vayan al teatro tan seguido, está difícil. Iban porque de veras se sentían identificados. La esencia de una obra está en que refleje a la humanidad con todos sus problemas, todos sus deseos y frustraciones de manera auténtica. El papel de Polonio también me hizo darme cuenta de muchas cosas que no había visto antes”.

A los actores hay que acercárseles con cuidado

Tengo una anécdota, dijo Far con una sonrisa, mientras sus pequeños ojos azules miraban al horizonte.

“Un director panameño muy famoso que trabajaba en Nueva York, José Benjamín Quintero, dirigía muchas obras de O’Neill, y vino a México a dirigir. Un día hicieron una reunión y me invitaron, estaba Julio Castillo y le preguntó: ‘Maestro, ¿cómo dirige usted a los actores?´

“Y Quintero le contó a Julio la escena de una película en la que llega un cura a un poblado olvidado del mundo, entre las montañas, a dar sus servicios, y cuando empezó a conocer a sus habitantes, se dio cuenta de que había una muchacha que vivía sola en el monte y que casi no sabía hablar. Entonces el sacerdote, que traía una campana en la mano, la hizo sonar: tin, tin y avanzó unos pasos hacia ella. Tin, tin,tin, y se acercó más. Tin, tin, tin y por fin comenzó a hablar con ella. ‘Así son los actores’, le dijo.

“Fíjate qué curioso, si tú llegas y le hablas fuerte, el actor se cierra inmediatamente y ya no capta nada de lo que tú le quieres decir. Al actor hay que acercarse así, como con la campanita, con cuidado. Hay muchos directores que te trauman desde el primer día. A mí me ha pasado, que comienzan a hacer: Brrr, blablá blá, grrr, y tienen esa forma como agresiva. Después, se cierran y te dicen: ‘Así dirijo yo´. Y todo mundo se queda pasmado”.

Los actores tenemos la inseguridad de no gustar

“Los actores siempre estamos preguntando: ¿Cómo estoy? ¿Cómo me viste? En el fondo todos somos inseguros porque estamos usando nuestra propio ser, nuestra personalidad, para presentar al personaje, que aunque tenga otras características, es parte de nosotros. Entonces tenemos el miedo de no gustar, porque como el cuerpo es nuestro instrumento y estás presentando tu ser al público, si éste no te acepta, uno siente que no gusta como ser humano, no como actor. Por ejemplo, yo puedo sentir que no gusto como Farnesio y no como el señor Fulano de la película Zutana. Así nos pasa a los actores.

“Conozco actrices y actores guapísimas y guapísimos que tuvieron mucha fama y fueron los mejores del mundo, pero cuando pasa el tiempo, se vuelven alcohólicos y los atrapan robando en las tiendas. Se destruyen porque sienten que ya no gustan como seres humanos. Es muy curioso”.

Rechazo el papel que siento que no es para mí

Farnesio amó su profesión más allá del papel que pudiera interpretar. Los roles protagónicos, no fueron su máximo objetivo, como en cambio sí lo fue hacer lo que considerara mejor para su expresión.

“Hay obras que quise hacer y nunca hice pero ya no puedo por mi edad, o sea que ya las descarté y mejor pienso: lo que me caiga estará bien, si es que siento que lo puedo hacer, porque si me dan un papel, aunque sea el más bello del mundo, así maravilloso, si yo siento que no es para mí, no lo acepto.

“He rechazado varios porque sé que no son para mí, no me siento yo, no me veo, entonces digo: no, no puedo. Eso sí tengo. Bueno, aquí en la Compañía Nacional de Teatro ya puedo decir que no, porque como soy actor de Número ya puedo rechazar papeles.

“Cuando era joven, hacía todo lo que los directores decían y de repente yo sentía que estaba mal lo que me decían, pero lo hacía. Luego con el avance de la obra y el tiempo me daba cuenta de que yo tenía razón y que lo que me decían que hiciera estaba mal. Entonces ahora, cuando siento que algo no está bien, lo comento con el director y platicamos. Si no me convence: adiós. O digo que sí y no lo hago, —dijo Farnesio y soltó una carcajada—. Pero si me convencen, cambio incluso lo que yo tengo pensado y lo hago.

“Muchas veces me ha pasado que yo tenía una idea del personaje y cuando llegué a presentarlo, el director me lo cambió completamente, pero me di cuenta que él tenía razón y que era muy bueno ese otro concepto del personaje, entonces lo cambié y sí, estaba muy bien. Entonces te digo, para eso son los directores para que te hagan ver y caminar ¿no?”.

Yo he hecho obras malísimas, aceptó el también fotógrafo

El actor que se integró al elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro en 2008, cuando fue restructurada por Luis de Tavira, llegó una mañana a la Casa de la compañía con una cámara fotográfica.

Con su andar ligero, caminó discreto y silencioso por pasillos, oficinas y salones de ensayo sin dejar de tomar imágenes, pero sin pedir sonrisas ni poses. Así tomó retratos de todos los actores y actrices que pudo, pero también se detuvo en el rostro de asistentes y personas del staff, a quienes siempre trató como iguales, con su habitual sencillez y cariño.

La espontaneidad, el verdadero yo de cada persona en aquella coyoacanense casa recién remodelada, fue capturado por la lente del gran fotógrafo que fue Farnesio, quien tiempo después, generosamente, entregó a cada uno la impresión en papel de aquellos momentos.

El viejo criado de El malentendido de Camus, que con meticulosidad poética dirigió Marta Verduzco; el mayordomo Firs, de El Jardín de los cerezos, de Chéjov, que dirigió Luis de Tavira, un empleado que se queda en el interior de la finca cuando comienzan a derruirla; el rey de Corinto que mediante breves y memorables pasos de baile bajaba un escalón, en Edip en Colofón, de Flavio González Mello, que dirigiera Mario Espinosa; el tozudo Primer Hombre, de Ilusiones, que dirigiera García Lozano, así como el tieso Cardenal del Proyecto Leñero, formaron parte de algunos de los entrañables personajes con derecho de autor, que Farnesio creó durante su estancia en la agrupación artística del INBA.

“Yo he hecho obras malísimas —confesó aquél medio día de junio—, tenía que hacerlas porque pues ni modo, estaba buscando trabajo y a veces tienes que hacer lo que caiga. Hice muchos comerciales porque no me caían obras teatro. Viví como un año de hacerlos y después todavía me llamaban pero dejé de ir. Por eso digo que la Compañía es una maravilla para los jóvenes. Pon tú que sean dos años mínimo de sueldo continuo los que reciban. Para un joven actor que empieza, eso es una maravilla”.

Sobre el personaje que interpretó en Edip en Colofón, Farnesio llegó a decir que era un papel muy bonito.

“El problema era que no me gustara tanto, —agregó entre risas—. Me acuerdo una vez que me equivoqué y entonces pasó algo muy chistoso. Mi personaje estaba hablando, no recuerdo con quién y le decía: ‘No, yo por eso no tengo ningún problema porque…’ Y me equivocaba, entonces lo volvía a repetir: ‘porque yo cuando…’ Y me volvía a equivocar —ggrrr, grrr, brbrbrbbb, emite el actor—. Y me volvía a equivocar. ‘No tengo ningún problema… más que… ¡la memoria!’ dije, y el público soltó una sonora carcajada”.

En la Compañía somos como una familia

Para el actor, coreógrafo y bailarín, a quien Alejandro Jodorowsky llamaba Farnesito, pertenecer a la CNT significó una buena etapa.

“Lo bueno de la Compañía es que quienes estamos ya desde hace tiempo, nos conocemos, nos queremos y nos vemos, y eso muy bonito. Cuando actúas por fuera, las obras duran dos o tres meses, aunque algunas han durado hasta un año, pero luego ¡pum! acaban y ya nunca vuelves a ver a tus compañeros. Si acaso de repente, pero en cambio aquí somos como una familia, es muy bonito.

“Como siempre en todo, hay gente a la que quieres más y otra que como que de lejitos ¿no?, pero eso es muy bonito porque nos vamos entendiendo, nos vamos queriendo y nos vamos acostumbrando a jugar juntos, vamos formando un equipo, eso es lo que es importante”.

Ya sé cómo salvarme de malos compañeros

“Estar en la Compañía te permite tener continuidad, seguir. Es que en escena, cuando estás con un compañero que te guía te da el correctamente pie y te apoya, la escena sale muy bien, porque estamos trabajando juntos para un fin, pero también hay actores que quieren lucirse y te agarran al revés.

“Me ha tocado trabajar con algunos que quieren que te equivoques para quedar ellos bien y hacen trucos: te tapan, o hacen que el público te vea en un lugar de la escena que no es fuerte. Aunque eso también depende mucho de con quién estudiaste, porque así puedes saber cuáles son los puntos fuertes y los débiles de la escena, que es muy importante.

“Hay actores que saben eso y hacen que el actor con el que están trabajando se ponga un poco de espaldas al público y así le está quitando fuerza, entonces aquel se vuelve el principal ¿me explico?

“Hay muchos que hacen eso. A mí me lo han hecho pero yo ya sé cómo salvarme porque sí hay actores que son malos compañeros. Ellos sienten que están viviendo la escena pero no logran el equilibrio de dos personas que están trabajando para un mismo fin, para entregar al público ese algo que se da entre todos en una comunidad, no entre uno que sobresale. Debe estar todo mundo unido para ese fin, para comunicarnos con el público, para decir lo que el autor quiso expresar”.

Artista y aprendiz con más de 90 años, por fin con sus amigos

El espacio que se necesita únicamente para enunciar parte del trabajo artístico realizado por Farnesio de Bernal, sin profundizar en cómo y con quién o para qué medio, es de un volumen tal, que difícilmente cabe en un espacio periodístico. Sin embargo, el actor que buscó sin cesar nuevas formas de expresarse, siempre se consideró un aprendiz.

“Puedo decir que estoy aprendiendo porque los jóvenes tienen otra manera de ver las cosas y eso te va enriqueciendo a ti como ser humano y como actor”, dijo el actor que siempre extrañó a sus dos mejores amigos: Luis Jaso y Max Kerlow.

Uno de sus últimos días, antes de partir de gira, como dicen cuando un actor fallece, contó a su nieta un feliz sueño: “Soñé que venían mis amigos por mí para irnos de viaje en un viejo Vocho”.

AQ

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