Hace 150 millones años
las flores dependían para su subsistencia
—y la de toda la planta, se entiende—
solo de los caprichos del viento.
Pero algunos insectos
—tal vez los escarabajos y las moscas—
comenzaron a alimentarse
de los ricos granos de polen.
En el proceso de saciar su hambre
hasta sentirse satisfechos
transportaron las semillas
grandes distancias.
Las flores dejaron de depender
de las veleidades del viento.
Y los insectos se aficionaron
a las flores más ricas en polen.
Esto les dio ventajas
adaptativas y evolutivas
tanto a las plantas con flores ricas
como a los insectos bien nutridos.
Las plantas comenzaron a prestar
más atención a sus flores:
colores llamativos y toda clase de marcas
señalaron a los insectos dónde comer.
Y las flores fueron cada vez más bellas.
Los intensos aromas de ciertas flores
y las señales ultravioleta hicieron también su parte.
El néctar se hizo cada vez más dulce.
Insectos, aves y aun mamíferos
comenzaron a competir por el acceso
a estas ricas fuentes de energía.
Siguiendo un proceso semejante
se desarrollaron las lenguas, las alas
y los cerebros de muchos animales.
Las flores cada vez más bellas;
los animales cada vez más competitivos.
Y la belleza de las flores
llegó hasta los seres humanos.
Millones de años después que los insectos
el hombre se sintió cautivado por la forma,
el color y el aroma de las flores.
Comenzamos a cultivarlas
por su pura belleza…
Pero hasta la fecha no sabemos
bien a bien qué es la belleza…
Tal vez un corolario de la salud.
Una promesa de felicidad.
AQ