Zeko, un niño presa del dolor, confiesa sus secretos a una carpa; Azra y Braco, un matrimonio que se oculta secretillos, termina coincidiendo en un mismo hospital sin saberlo; unas especiales serpientes salvan al soldado Kosta de una muerte brutal…
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Seis relatos ambientados en la Sarajevo de los años setenta y ochenta que comparten la fantasía y el realismo mágico característicos de la obra de Emir Kusturica.
Sus personajes pelean, se protegen o se aman, pero la triste realidad que los rodea se transforma, gracias al genio del escritor, en expresiva fábula.
FRAGMENTO
Sólo desgracia
Dragan Teofilović era apodado Zeko —conejito— porque le encantaban las zanahorias, pero no sólo por eso. Sus grandes ojos eran capaces de ver lo que poca gente en Travnik veía. El 8 de marzo de 1976, apoyado en una farola, distaba mucho de imaginar el vuelco que iba a dar su vida. Con la vista clavada en el neón que se estaba encendiendo en la calle 29 de Noviembre, una pregunta le entristecía: ¿por qué desde hacía ahora cinco años su padre olvidaba de forma sistemática que el 9 de marzo era su cumpleaños? Su padre, Slavo Teofilović, capitán de navío, era conocido en Travnik por los treinta metros cuadrados de adoquines y diez kilos de cola que no le había pagado nunca a un amigo, ¡por no saber cómo!
Mientras los niños de su edad y de su calle peloteaban, y los oficiales se preparaban para el baile del 8 de Marzo en el vestíbulo de la JNA, Zeko apartaba la mirada de la farola y la dirigía hacia el cruce y el puente del ferrocarril. “¡Ah —pensó—, si pudiese hacer desaparecer el 9 de marzo del calendario mi vida sería más fácil!”
Pero aquélla no era su única congoja. Se le hacía insoportable ver que por las ventanillas de los coches la gente tiraba bolsas vacías de Grisines, arrugados paquetes de tabaco y todo tipo de basura. En aquel instante vio acercarse un fića a más de sesenta kilómetros por hora que sin duda le traía alguna sorpresa desagradable. Le lanzarían un improperio, "¡¿Qué coño miras, maricón?!", o le soltarían una sarta de groserías. Sonó un bocinazo, y por la ventanilla salió una mano que tiró una caja vacía que ponía: "¡Bronqui, el deshollinador de gargantas!"
—¡Maldito cretino! ¿Por qué ensucias mi ciudad?
Salió corriendo tras el fića blandiendo el paquete con una mano amenazadora y en el camino de vuelta recogió otros desechos que tiró en un contenedor. No obstante le tranquilizó pensar que antes, en aquel mismo cruce, las cosas eran mucho peores. Hasta 1975, cuando Ćiro, el conductor del tren que pasaba por el puente, accionaba el silbato de la locomotora, expulsaba un vapor cargado de hollín. Con el viento toda la colada tendida en las proximidades quedaba manchada en el acto. Zeko se negaba a que aquello ocurriese en el balcón de los Teofilović. ¡Algunos días Ćiro rociaba toda la calle y al mismo tiempo unas manos tiraban basura desde los coches! ¿Qué hacer? ¿Bajar a limpiar la calle o precipitarse al balcón para poner a salvo la colada?
En los peores momentos Zeko sabía tomar la decisión adecuada. Abandonaba la basura y corría al balcón a descolgar las sábanas y las camisas de su padre para evitar que su madre entrase en cólera inútilmente. En cuanto a la limpieza del cruce, eso quedaría para más tarde. A veces el viento le pillaba desprevenido y propulsaba los desechos en el Lašva, lo que le enloquecía. En primavera, la visión de las bolsas de plástico de distintos colores, enganchadas en las ramas de los árboles que bordeaban el río, se le hacía insoportable; le recordaba las paredes del cuartel militar Petar Mećava, donde servía su padre. Entonces se armaba con un bastón y apaleaba las frondas.
Al comprobar la ineficacia de su intento de desenganchar las bolsas, que sólo conseguía romper y enmarañar aún más, se ensañaba de tal forma que llegaba a romper las ramas. "¡Si alguien me ve —se decía—, me tomará por un loco!". Aunque la vida de Zeko era penosa, tenía su parte dulce: contaba con un confidente con quien desahogarse. En una bañera en desuso guardada en el sótano de su edificio de cuatro plantas, debajo del apartamento de los Teofilović, chapoteaba una carpa que el capitán había comprado para su slava, que celebraba discretamente en diciembre. Sobre la bañera había una tabla de madera clavada en la pared de cemento que contenía la siguiente inscripción a tiza: "Sólo desgracia". El hermano mayor de Zeko, Goran, esperaba febrilmente que llegase la hora en que por fin pudiese jurar por su difunto padre. Aquella impaciencia hacía de él una vedette en la calle 29 de Noviembre. Aunque, por supuesto, para eso había que esperar a que falleciese el capitán Slavo.
En las conversaciones con su hermano menor, Goran no ocultaba hasta qué punto le exasperaba la malquerencia de su padre.
—¡Espero que el viejo la palme!
Pero Zeko no compartía la crueldad de su hermano.
—Como ves, piensa en todo—repuso—. Adquiere desde el mes de marzo el pez que necesitará en diciembre. Es una idea muy chula, ¿no?
—¡Qué dices! ¡Lo ha conseguido por la jeta!
—Por la jeta… ¿A qué te refieres?
—Pan comido. ¡Ha trapicheado con el padre de un soldado para que el chaval vaya a pasar el fin de semana en Novi Sad! ¡No te enteras de nada, hermanito!
—¿Y qué?
—¡Vendería el culo para que le diesen algo gratis!
Forastero en el matrimonio.
Emir Kusturica | Acantilado | España | 2020
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