Fray Bernardino de Sahagún fue monje franciscano, políglota de Salamanca. Llega a estas tierras en 1530 (el virreinato existe desde 1535), funda el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco y lo transforma con un método inventado por él: entrevista a los indios y transcribe en náhuatl lo que van diciendo; junto, el mismo Sahagún traduce al castellano y los tlacuilos ilustran aquello que se ha contado o descrito. El resultado se vierte en dos moldes: el Códice Florentino y la Historia de las cosas de Nueva España. Lo más notable: Sahagún convirtió la escucha en una disciplina superior; renuncia al lugar de la autoridad para hallarla en sus informantes. Son ellos quienes saben todo: la historia, las cosas del mundo natural y sobrenatural. Inventó, dice Garibay, la etnografía y la antropología. Eso y mucho más.
O como lo dice H. M. Enzensberger: “inventa el sondeo informático: los cuestionarios, / las interviús, el cross-checking, el teamwork. / Capacita a sus discípulos: normas de transcripción, / gramáticas, glosarios. Sube incluso a los volcanes. / Pero lo que cuenta, no es lo que ve. Pregunta/ a los supervivientes, los últimos aztecas. ¿Qué es/ una montaña? Ellos dictan y el escribano apunta”. Es una magnífica tergiversación creativa: una intervención que resume a Sahagún sin que el propio Sahagún pudiera entender el modo en que ha quedado descrito.
En su admirable versión (Porrúa), Ángel Ma. Garibay, políglota y nahuatlato, reconoce el inmenso valor de Sahagún y lo elogia con elegancia, no sin hacer algunas críticas. Señalo una, un juicio en el prólogo al libro X: “quien lee, queda impresionado de la monótona forma de su redacción. Primero, porque acumula todo género de modalidades humanas, naturales, sociales, económicas. Desde los miembros de la familia, hasta los vendedores de lo mínimo. Y la segunda razón de su admiración la proporciona al lector la exposición en modo de antítesis. ‘El padre bueno tiene estas cualidades… Pero el padre malo tiene estas otras…’ ‘El que vende maíz es así… Pero el mal vendedor de maíz es de este otro modo.’ Y así interminablemente.”
Garibay no tenía las herramientas que reunió Walter J. Ong en una obra maestra: Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra. De haberlas tenido, se habría dado cuenta de una característica típica de la cultura oral: todas esas descripciones que halló monótonas tienen la “monotonía de la acumulación”, pero con una diferencia muy importante: los informantes de Sahagún van describiendo personas y sus funciones: los padres, madres, hermanos, abuelos. Y sus evaluaciones: el padre bueno, el padre malo; el hermano bueno y el malo, y recorren moralmente los lugares, relaciones y deberes. Así, la “madre buena” hace esto y aquello, se ocupa y preocupa por su casa y familia, etc. Pero cuando pasamos a la madre mala, o al hermano malo, y sin que sea falsa la monotonía señalada por Garibay, nos hallamos con una descripción muy distinta de los meros antónimos o la simple negación de las virtudes. Se trata de descripciones no simétricas y no antónimas sino descriptivas y relacionales en sí mismas. No espejo que invierte la imagen sino una imagen directa, sin reflejo. Es decir: no es un modo de pensar “letrado” sino formulaico, acumulativo, relacional… al modo de la tradición oral.
Lo simplifico mucho. Parry y Lord se dedicaron al Homero oral; Alexandr Luria avisó de un distingo muy profundo entre una mentalidad que no tiene contacto con la escritura por signos y una mentalidad conformada por la letra y la escritura. Y luego Jakobson, después McLuhan... Eric Havelock muestra el modo en que la mentalidad griega da un salto cultural con la popularización de la lectura y la escritura. Y el mejor resumen, y mucho más, está en la obrita maestra de Ong, que lo pone todo de modo sencillo, incluyendo al enredoso de Derrida. Ong logra transformar aquello que nosotros, que nos creemos letrados, vemos como ingenuidad, tontería o falta de inteligencia. Repeticiones formulaicas, recursos mnemotécnicos, preponderancia social antes que individual, formas de enumerar… un pensamiento, en general, más relacional que abstracto. Por eso, a los grandes estudiosos y curadores de Sahagún, quiero sumar a Ong y su herramentario. No llego hasta allá, porque el paso siguiente requiere volver al original náhuatl y leerlo como fuente de “oralidad secundaria”, es decir, la oralidad que queda ya en escritura. No es la fuente oral primaria, pero es un modo de entender todo de nuevo.
AQ